lunes, 7 de noviembre de 2022

SOPORTAMOS, POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA, TODAS LAS PERSECUCIONES QUE NOS VIENEN DEL EXTERIOR. San Agustín

 


SOPORTAMOS, POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA, TODAS LAS PERSECUCIONES QUE NOS VIENEN DEL EXTERIOR. San Agustín

 

HOMILÍA DE SAN AGUSTÍN, OBISPO.

Del Libro I sobre el Sermón de la Montaña.

Convenía que en la primera bienaventuranza se mencionara el reino de los cielos, como fin del alma llegada ya a su más alto grado de sabiduría y perfección. Así leemos: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; como si se dijera: El principio de la sabiduría es el temor de Dios. Esta herencia se da a los mansos, comparables a los hijos que buscan, llenos de piedad, el testamento de un Padre: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Promete el consuelo a los que lloran, porque conocen los bienes que han perdido y el abismo de males en que se han hundido: Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. A los que tienen hambre y sed se les promete la saciedad, como una refección en medio de sus trabajos y de los combates que sostienen por la salvación: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

La misericordia se promete a los misericordiosos, porque siguen el excelente consejo de no negar a los más débiles lo que ellos desean obtener del más poderoso: Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia. A los limpios de corazón, el poder ver a Dios, porque tienen la mirada del entendimiento tan pura como se requiere para discernir las cosas eternas: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. A los pacíficos les es atribuida la semejanza divina, porque poseen la perfecta sabiduría y están formados a imagen de Dios por la regeneración del hombre: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Y todas estas perfecciones pueden llegar a ser completas ya en esta vida, en la medida que lo fueron en los Apóstoles. Porque al cambio absoluto, a la transformación angélica prometida para la otra vida, no hay palabras para expresarla.

Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos será el reino de los cielos. De esta última sentencia, que se remonta a la primera, y que proclama perfecto al hombre, figura la circuncisión, practicada en el antiguo Testamento a los ocho días del nacimiento, y la resurrección del Señor, ocurrida el día siguiente del sábado, en un día, por lo tanto, a la vez octavo y primero de la semana. También pueden considerarse figuras de la misma las Octavas, en las que solemnizamos las fiestas en la era de la regeneración del hombre nuevo; por último, el número de cincuenta correspondiente a los días de Pentecostés; y en efecto, al número cuarenta y nueve, producto de siete multiplicado por siete se le añade uno para completar el de cincuenta y volver como al primer eslabón de la cadena; y en este día octavo, en el cual fue enviado el Espíritu Santo, somos introducidos en el reino de los cielos, puestos en posesión de la herencia, consolados, saciados, tratados con misericordia, purificados y restablecidos en la paz. Y perfeccionados así, soportamos, por la verdad y la justicia, todas las persecuciones que nos vienen del exterior.