26 de noviembre. San Silvestre, abad
Silvestre nació de nobles padres en Osimo, Marca de Ancona. Desde niño fue admirable su aprovechamiento en los estudios y su pureza de vida. Ya adolescente sus padres le enviaron a cursar el derecho en Bolonia; pero dedicándose, por disposición divina, al estudio de las sagradas letras, se indignaron sus padres, lo cual soportó durante diez años enteros. Su mérito movió a los canónigos de Osimo a concederle una canonjía en su Catedral, en cuyo cargo se hizo útil al pueblo con sus oraciones, ejemplos y predicaciones.
Asistiendo cierto día a los funerales de un hombre ilustre, pariente suyo, y viendo en el ataúd abierto el cadáver de aquél, en otro tiempo notable por su hermosura y entonces tan desfigurado, se dijo para sus adentros: Lo que este fue yo lo soy, lo que es yo lo seré. Y a la salida del funeral, recordando las palabras del Señor: "El que quiera venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame", se retiró a un lugar solitario para abrazar un género de vida más perfecto. Allí se entregó a las vigilias, a los ayunos y a la oración, no comiendo muchas veces más que hierbas crudas. Para mejor esconderse de los hombres, cambió varias veces de retiro, y por último, fue al Monte Fano, paraje a la sazón desierto aunque vecino de Fabriano. Erigió allí una iglesia en honor de S. Benito, y fundó la Orden de los Silvestrinos, cuya regla y hábito le había dado el mismo Santo en una visión.
Satán intentó en diversas ocasiones intimidar a los monjes, sacudiendo violentamente de noche las puertas del monasterio. Mas el varón de Dios de tal manera rechazó los ataques del enemigo, que sus discípulos se afirmaron más y más en su vocación y conocieron mejor la santidad de su padre. Veíanse resplandecer en él el espíritu profético y otros dones sobrenaturales. Estos dones y la profunda humildad con que los poseía, atrajéronle las iras del demonio, el cual le precipitó desde lo alto de la escalera de su oratorio; y aunque su muerte parecía segura, la poderosa intervención de la Santísima Virgen, le sacó ileso de este peligro. En reconocimiento de tal beneficio, no dejó hasta su postrer suspiro de honrarla con un culto especial. Ilustre por su santidad y sus milagros, entregó el alma a Dios siendo casi nonagenario, el 26 de noviembre del año 1267. El Sumo Pontífice León XIII extendió su Oficio y su Misa a la Iglesia universal.
Oremos.
Clementísimo Dios, que te dignaste llamar al desierto a San Silvestre, Abad, mientras meditaba piadosamente sobre la vanidad del mundo ante un sepulcro abierto y te dignaste adornarle con los méritos de una santa vida; te suplicamos humildemente que despreciando nosotros con su ejemplo las cosas terrenas, gocemos de tu compañía en la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.
Conmemoración de S. Pedro Alejandrino, Mártir
Pedro sucedió a Teonas, varón de santidad eminente, en el Obispado de Alejandría; dio lustre con el resplandor de sus virtudes y de su doctrina, no sólo a Egipto, sino a toda la Iglesia de Dios. En la persecución de Maximino Galerio, sobrellevó con entereza las penalidades de aquellos tiempos, siendo muchos los cristianos que al contemplar su paciencia progresaron en la práctica de la virtud. Fue el primero en separar de la comunión a Arrio, diácono de Alejandría, porque favorecía el cisma de Melecio. Cuando Maximino le condenó a la pena capital, los sacerdotes Aquilas y Alejandro fueron a verle en la cárcel para interceder en favor de Arrio; pero él les respondió que, durante la noche, Jesús se le había aparecido llevando una túnica desgarrada, y que al preguntarle él la causa, le había respondido: Arrio es quien ha desgarrado mi vestidura, que es la Iglesia. Después, prediciendo que le sucederían en el episcopado, les prohibió recibir en su comunión a Arrio, a quien conocía como muerto delante de Dios. Los acontecimientos no tardaron en demostrar el carácter divino de esta revelación. Por fin, en el año 12º de su episcopado, el día VIº de las calendas de diciembre, fue decapitado, recibiendo la corona del martirio.
Oremos.
Dios todopoderoso, mira nuestra debilidad, y, pues nos agobia el peso de tantos pecados, que la intercesión gloriosa de San Pedro, mártir y obispo, nos ayude y nos proteja. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.