Del Libro de los Deberes de S. Ambrosio, Obispo.
Lib. 1, cap. 40.
Algunos creen que el valor guerrero lo es todo y que yo he evitado referirme a él, porque esta virtud falte entre los nuestros. ¿Cuál no fue el valor de Jesús, hijo de Navé, que, en una sola batalla, hizo prisioneros y rindió a cinco reyes con sus pueblos? En el combate contra los gabaonitas exclamó en la grandeza de su fe y valor: Sol, no te muevas. Y parose el sol, hasta que la victoria fue completa. Gedeón, con trescientos hombres, triunfó de un numeroso ejército y de un enemigo formidable. Jonatás, adolescente, distinguiose por sus brillantes hechos de armas.
¿Y qué decir de los Macabeos? Sus antepasados, habiendo resuelto defender el templo de Dios y sus santas tradiciones, y viéndose atacados traidoramente un sábado por sus enemigos, prefirieron recibir desarmados los golpes antes que violar el sábado, ofreciéndose gozosos a la muerte. Considerando los Macabeos que, de imitar ellos este ejemplo, se seguiría la pérdida de toda la nación, supieron vengar la muerte de sus virtuosos hermanos. El rey Antíoco, irritado, encendió contra ellos el fuego de la guerra por medio de sus generales Lisias, Nicanor y Gorgias, pero sus tropas de Orientales y de Asirios no le ahorraron la vergüenza de ver cuarenta y ocho mil hombres derribados por tres mil judíos en medio de la llanura.
Juzgad de la bravura de un capitán como Judas Macabeo por lo que hizo uno de sus soldados. Eleazar vio un elefante más alto y cubierto de una regia cota de malla, conjeturó que llevaría al rey; corrió y se precipitó, arrojando el escudo, iba hiriendo y matando con ambas manos, hasta que llegó al elefante. Púsose debajo de él, y hundiole su espada en el vientre. El animal se desplomó sobre Eleazar, que murió aplastado. ¡Qué valor el suyo! No temió la muerte; se lanzó, acometiendo a una masa compacta de combatientes; se abrió paso a través de la legión, y, sin temor a la muerte más cruel, sostuvo con ambas manos el peso de la bestia herida, para asestarle un golpe más certero. Así, envuelto en la caída de la bestia gigante, más bien que aplastado, quedó sepultado en su mismo triunfo.