La Santa Voluntad de Dios (... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...
LA SANTA VOLUNTAD DE DIOS (3)
CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL
Renunciad a vuestra voluntad
Nunca está más segura un alma de cumplir la voluntad de Dios que cuando no cumple la suya propia; y nunca se siente más libre que cuando se entrega filialmente a la amabilísima voluntad de Dios.
Sentíos felices cuando al terminar el día podáis decir a Dios: “Dios mío, he renunciado en todo este día a mi voluntad”.
No olvidéis que un alma interior nunca debe salir por entero de sí misma, sino que ha de estar fija en Dios y en el deber; que ha de hablar interiormente con su maestro y de este modo hallar a Dios entre las criaturas y en medio del mundo.
Con lo cual estaréis siempre contentos de Dios y de todo aquello que os hace encontrar a Dios.
Os sentiréis entonces alegres, porque Dios llevará a cabo vuestros quehaceres mejor aún que vosotros.
Siempre seréis libres; cuando cambie Dios vuestro trabajo lo aceptaréis de buen grado, porque su beneplácito es toda vuestra dicha.
Pido a Dios con toda mi alma que os conceda esa fidelidad invariable en el amor de su amabilísima voluntad; que la consolación o la desolación, la alegría o la tristeza, las criaturas o la falta de ellas no alteren el interior de vuestra alma; que la coloquéis por encima de las regiones de las tempestades y variaciones atmosféricas; y que, antes al contrario, todas esas alternativas no originen en vosotros más que un cambio de ejercicio o de acción, quedando vuestra voluntad siempre unida a la santísima voluntad de Dios.
¡Feliz el alma que vive esta vida divina!
Entonces es cuando se comprenden estas ardientes palabras de san Pablo: “¿Qué me separará del amor de Jesucristo? Nada”.
El fruto de la conformidad a la voluntad divina será, ante todo, la paciencia y la igualdad de carácter al exterior, así como la paz en el interior y la generosidad en el obrar.
Un alma que quiere vivir de Dios consulta, ante todo, su santa voluntad, por lo cual teme el consultar primeramente con su corazón, con su propia razón; desconfía de sí misma y para ella el conocimiento de la voluntad de Dios es su ley suprema, su regla invariable y su más alta sabiduría.
Y, por cierto, ¡qué desdichado sería uno sin este consuelo en la tierra de destierro; sería la vida una agonía sin esperanza!
Pero cuando puede uno decir: Cumplo la voluntad de Dios; estoy cierto de que le agrado y le glorifico en mi estado actual, entonces no se desea más que una cosa: ser fiel a la gracia, lo cual viene a constituir el centro, la norma, la alegría y como todo el mundo de un alma.
En todas sus gracias, en todas las virtudes, en todos los estados que pueden ser del agrado de Dios, cumplid siempre y amablemente su santa voluntad de amor, ya que Él busca siempre lo que es más perfecto para nosotros.
Que el sí de vuestro corazón sea vuestra única respuesta.
Tened entendido que un acto de generosa entrega vale más que mil actos de virtud ejecutados por propio arbitrio.
Respuesta a una dificultad
Me decís: Es bastante fácil ver la voluntad de Dios en los deberes de estado; pero lo que me pone perplejo son las inspiraciones en materia no obligatoria, como la renuncia a un goce permitido, una mortificación, etc.
Respondo: 1.º Seguid las inspiraciones de consejo cuando vienen acompañadas de paz y de atractivo de la gracia: Dios lo exige de vuestro corazón generoso.
Rechazad las que se opongan a otras obligaciones y colocan a vuestra alma en un estado triste de turbación y de inquietud y os dejan en suspenso, sin haceros ver si Dios las quiere o no. Es esta una inspiración falsa.
2.º Secundad con generosidad las inspiraciones que os llevan a mortificaron contra la sensualidad, dado que os venga la insinuación antes de comenzar una obra; pero, una vez comenzado el acto, no hagáis caso de la inspiración, porque ya es demasiado tarde y no es más que una inquietud piadosa o una turbación de conciencia perpleja.
3.º Despreciad el temor de abrazar una vida demasiado perfecta. Esta tentación nace en vosotros porque atendéis demasiado a la mortificación que, al fin y al cabo, es un medio de santidad, y no adquirís esa libertad de vida en Dios, que es el gran principio de vida.
Conservad la vida interior
Si no tomamos el trabajo de alimentar y conservar vida interior, al poco tiempo nos sentiremos agotados, débiles y raquíticos.
La vegetación necesita de la noche; el sueño es de absoluta necesidad para el hombre; dormid, a menudo, recostados en el corazón del buen Jesús, como lo hizo san Juan.
¡Cuánto aprende en ese apacible sueño de silencio interior el alma con Jesús! ¡Qué valeroso despierta uno!
Soy poco recogido, decís; no sé reconcentrarme; la actividad me hace salir de mí mismo.
Os lo creo. ¿Qué hacer?
Muy sencillo. Traicionad dulcemente a vuestra imaginación, a vuestra actividad de espíritu, a vuestra irritabilidad de corazón: entregadlas una tras otra a nuestro Señor y encadenadlas a su santísima voluntad. Pero hacedlo sin violencia, sin ruido, con sosiego, como cuando se va a pescar: entonces sí que la pesca será milagrosa.
El cielo en la tierra
En vuestras relaciones con el prójimo imitad al arcángel san Rafael. Mirad: abandona el cielo, su puesto tan distinguido ante el trono de Dios, y viene a esta miserable tierra. Toma la forma de un ser viviente, pobre, humilde, servil, cerca del joven Tobías: le sirve como a un amo; nunca se le ve sobresaltado; ejecuta todas las cosas con la mayor calma y libertad de espíritu.
¿Y por qué? Porque Dios lo quiere, porque Dios le ha enviado para eso, y el ángel se siente más dichoso cumpliendo su encargo en la tierra que lo fuera en el cielo si –dado que fuera posible– obrara por su voluntad.
Reparad, sin embargo, que aun cuando llevaba vida humana se alimentaba de su invisible y divino alimento, es decir, de la contemplación de Dios, del cumplimiento de su santísima voluntad, lo cual era su cielo en la tierra.
Haced vosotros otro tanto. Sed como simples jornaleros que hacen lo que se les manda y no se preocupan del día de mañana.
Poned vuestra alma próxima a Jesús sacramentado; y en lo demás, estad a disposición de todos y de todas las cosas con paz y libertad.
Luzca siempre un hermoso sol a vuestro espíritu; vuestro corazón sea libre como el aire; el Señor viva con vosotros; vuestra voluntad no ame más que la actual voluntad divina; ame cuanto ame Dios. Esté indiferente a cuanto le sea contrario.
El divino maestro sea siempre vuestro primer dueño; su santa ley vuestra ley suprema; su santo amor, el foco de todos vuestros amores. Vivid, en una palabra, de lo positivo de la verdad, de la gracia, de la bondad y, finalmente, del amor que da y recibe todo con amor.