Renuncia a Sí Mismo. Consej... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...
RENUNCIA A SÍ MISMO (1) |
CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL
Todo el secreto de la vida religiosa y aun de la vida cristiana radica en una santa mortificación, integrada, antes que todo, por el cumplimiento del deber.
Es como la raíz del árbol, la savia de las virtudes y del verdadero amor de Dios.
Sin mortificación no hay virtud
Es un principio básico: sin mortificación no hay virtud, sin espíritu de mortificación no hay progreso posible. No hay vida espiritual sin muerte. Para convertirse en carbón ardiente debe perder el leño todos sus elementos extraños
No; sin mortificación nunca surgirán verdaderos hombres religiosos. Todas esas piedades bonitas, sentimentales, con alegrías y gozos, son como los viajes en magnífico tren. No creo ni confío en ellas. Hay que formar hombres de virtud, es decir, hombres de sacrificio, ya que nuestro Señor ha puesto como base de la perfección evangélica el Abneget semetipsum.
Los que se encariñan con su libertad, sus gustos, su salud y sus privilegios no son los discípulos del abneget, sino de su amor propio.
Cómo se alcanza el amor de Dios
Si no puede existir verdadera virtud sin mortificación, mucho menos puede haber amor de Dios sin ella: la renuncia a sí mismo es la condición esencial, fundamental para amar a Dios. Se alcanza el amor de Dios por el sacrificio generoso del corazón y de la voluntad; se progresa en el mismo por la suave renuncia a la vida y por una total y continua dependencia a su voluntad siempre tan amable.
Nuestro Señor quiere reinar en nosotros por esta continua esclavitud de renuncia, y quiere que vuestra piedad, vuestras virtudes y vuestro amor estén revestidos de este carácter universal.
Bendecidle por haberos deparado esta vía tan deliciosa que os acorta el camino del desierto y encierra en sí menores peligros. Dios es y debe ser el sol de cada día: todos los días reluce para vosotros, aunque no de la misma manera. Amad siempre a este sol de justicia y de amor, ora brille radiante, ora se os aparezca envuelto en los ardores del estío, ora en medio de la débil palidez del invierno helado: es siempre el mismo sol.
No viváis de almas pobres, de pobres directores o de libros e imágenes pobres, y ni aun de las más bellas melodías: todo esto se agota pronto.
Vivid de nuestro Señor, en nuestro Señor y para nuestro Señor.
“El que mora en mí y yo en él hará grandes cosas”. Permaneced en nuestro Señor.
Pero ¿cómo lo alcanzaremos?, me diréis. Despojándoos de vosotros mismos.
Amad intensamente al divino maestro; sufrid por Él con amor, trabajad por adquirir la abnegación heroica de vuestra voluntad, persuadidos de que cuanto se hace con una silenciosa abnegación es infinitamente más agradable a Dios que cualquiera otra acción aparentemente más perfecta.
Recordad siempre que las mayores gracias de nuestro Señor, en orden a la santificación de un alma, están vinculadas a las ocasiones de abnegación de nuestra voluntad por la de Dios o la del prójimo; y cuando podéis decir: Me he renunciado a mí mismo, nuestro Señor os dice: “Hijo, has realizado un acto de amor perfecto”.
Olvido completo de sí mismo
¡Ay! ¡Qué difícil es despojarse, renunciarse, desaparecer...!
Cuando nuestra pobre naturaleza cae en manos de Jesús, de todo tiene miedo y se adhiere a todo lo que encuentra y que viene a mano.
Mas nuestro Señor no se contenta con medianías; quiere el olvido completo, vuestro total abandono; os quiere en una vida de abnegación, de pobreza espiritual y de entrega absoluta en sus manos, cual si fuerais unos niños. Todas las pequeñas pruebas que a diario os llegan son una nueva fuerza que os envía para ayudar a despojaros del hombre viejo y a entregaros a Jesús con toda vuestra nada.
Dejaos de buen grado despojar de todo para poder ser totalmente de Dios.
Retened este gran principio de la vida espiritual: Curad bien la fiebre interior por el olvido de vosotros mismos y más aún por el de los demás. Ocupaos de nuestro Señor, procurad complacer a su corazón siguiendo los atractivos de la gracia y ofreciéndole las perlas de sus méritos, de la santísima Virgen y de los santos.
Dios es buen jardinero
La práctica de esta renuncia consiste sobre todo en la sumisión a la voluntad divina por el cumplimiento exacto de los deberes del propio estado y por el sacrificio de los gustos personales por complacer al prójimo.
Está bien y es una perfección no ofender a Dios; pero es aún más perfecto dejar el que Dios obre en vosotros. Él, como buen jardinero, selecciona, poda, talla, injerta, cultiva y riega.
Antes de enriquecer a un alma, Dios la despoja de todo: quiere reinar Él solo y a ese fin dirige todos sus toques. Dejaos modelar; la muerte es camino de la vida; el amor reina con el sacrificio.
Pero notad lo que os voy a decir: Dejaos herir, es decir, dejad obrar a Dios, dejadle daros una y más vueltas, dejadle hablar o callar, dejad que os visite o que se oculte, que os pruebe por Sí o por las criaturas.
¿Qué más os da si amáis y sois amado de este bondadoso Salvador?
Acostumbraos a ver pasar el mundo como las gotas de agua de un riachuelo: dejadlas correr ruidosas, agitadas, revueltas.
Poneos a los pies de nuestro Señor y, cuando las criaturas os abandonen o cuando os prueben, escuchad a nuestro Señor, que dice: “Yo os basto”.
No hay estado feliz comparable al de una persona que no quiere más que agradar a Dios ni tener más estima ni predilección que la de Dios, y la del prójimo como Dios lo quiera y en tanto que lo quiera; entonces ni los vientos ni las tempestades de los hombres le pueden hacer nada, porque Dios es su todo.
La leña de fuego divino
Cuando Dios esté contento, estémoslo también nosotros.
Cuando Él nos ama, ¿qué nos importa lo demás? Cuando Dios está a nuestro favor, ¿por qué entristecernos e inquietarnos por los que están en contra de nosotros?
¿En ese centro divino del corazón de Jesús habríamos de temer las tempestades del exterior?
Aun cuando Jesús parezca dormido, nada temamos; velemos a sus pies y descansemos tranquilos.
No hay tranquilidad ni felicidad fuera de esta mansión divina; no hay virtud verdadera si no nos hace vivir de Jesús; no existe amor puro sin renuncia a sí mismo.
Id siempre a nuestro Señor con gran sencillez y un abandono santo, no fijándoos más que en dos realidades: en vuestra miseria y en la bondad y amor que os profesa; por lo mismo, trabajad por sacrificar vuestra voluntad en aras del amor de Dios: he ahí la leña del fuego divino.
Mortificad de continuo vuestro amor propio, que renace diariamente en vosotros.
Si no se os hace caso en el mundo, si parece que os olvidan, ¡ah!, bendecid a Dios: así le amaréis con más puro amor. Así lo hacían y deseaban los santos.
El camino regio
En vuestra meditación tended al amor de nuestro Señor mediante la inmolación de vosotros mismos: la gracia del amor destruye poco a poco el amor propio, inmolando nuestra voluntad.
Dejadle obrar. Al Salvador gusta echar todo por tierra en ese templo de su amor, que es nuestro corazón, y utilizar el látigo para arrojar todo cuanto no sea Él.
Entregaos a Dios por el sacrificio: éste es el medio más corto y más perfecto; es el camino real. Defended siempre bien vuestro corazón: él es la ciudadela y el centro de la unión con Dios.
Sed buenos con el prójimo, mas no lo seáis por haceros estimar y amar: sería un adulterio espiritual.
Asíos a la mano de Dios en el camino de vuestra vida: id derechos al deber y a la virtud.
Amor al prójimo
Altamente me consuela saber que dejáis con gozo y sin escrúpulo a Dios por el prójimo: esto es verdadero amor de Dios, porque no quiere más que su santísima voluntad y no aspira a otra cosa que a contentarle.
Seguid de esta manera y ejercitaos de continuo en la paciencia, en la dulzura, en la tolerancia, en la uniformidad de caracteres; en una palabra, en la caridad.
Sed buenos, amables, generosos en los sacrificios: ésta es la flor del amor divino.
Amaréis continuamente al divino maestro y lo haréis aun en medio de vuestras dificultades y de vuestra miseria.
Dejaréis de buen grado que pasen vuestro tiempo, vuestras ocupaciones y gustos en beneficio de todos; pero vuestro corazón vivirá en Jesús y en un desprendimiento lleno de su amor.
Vivid, os lo vuelvo a repetir, vivid de nuestro Señor, en nuestro Señor y para nuestro Señor.
Abandonaos enteramente a la espada de su amor. Nunca se vive mejor y más sólidamente que muriendo por amor.
En ello se cifra la verdadera dicha; de esta muerte de sí mismo brota la verdadera vida, tranquila y serena de esta tierra y prometedora de la bienaventuranza eterna.