Miércoles de la tercera semana de Cuaresma
PRECIO DE NUESTRO RESCATE
Santo Tomás de Aquino
Comprados fuisteis por grande precio (1 Cor 6, 20). La injuria o sufrimiento de alguno se mide por la dignidad de la persona; pues mayor injuria sufre el rey, si es herido en el rostro, que una persona particular. En Cristo la dignidad de la persona es infinita, porque es una persona divina. Luego cualquier sufrimiento suyo, por mínimo que sea, es infinito. De ahí que cualquier sufrimiento suyo bastara para la redención del género humano, aun sin la muerte. San Bernardo dice, además, que una mínima gota de la sangre de Cristo era suficiente para la redención del género humano. Ahora bien: una gota de la sangre de Cristo podía ser derramada sin la muerte; luego también era posible redimir al género humano por algún sufrimiento sin que Cristo muriese. Dos cosas se requieren para hacer una compra: la cantidad del precio y su destino para la adquisición de algo. Porque si uno da un precio no equivalente para adquirir alguna cosa, no se dice en este caso que haya compra, hablando propiamente, sino en parte compra y en parte donación. Por ejemplo: si uno compra por diez pesos un libro que vale veinte, en parte compra el libro y en parte se le regala. Además, si da un precio mayor y no lo destina a la compra del libro, no se puede decir que compra el libro. Así, pues, si hablamos del rescate del género humano en cuanto a la cantidad del precio, cualquier padecimiento de Cristo, aun sin la muerte, hubiera bastado, a causa de la dignidad infinita de la persona. Pero si hablamos del destino del precio, entonces hay que decir que los demás padecimientos de Cristo, sin la muerte, no fueron destinados al rescate del género humano por Dios Padre y por Cristo. Y esto por tres razones:
1º) Para que el precio de la redención del género humano no solamente fuese infinito por razón del valor, sino para que fuese también del mismo género, es decir, para que nos librase de la muerte por medio de la muerte.
2º) Para que la muerte de Cristo no fuese únicamente precio de rescate, sino también ejemplo de virtud, esto es, para que los hombres no temiesen morir por la verdad. El Apóstol señala estas dos causas, diciendo: Para destruir por su muerte al que tenía el imperio de la muerte, es decir, al diablo (en cuanto a lo primero); y para librar a aquéllos que por el temor de la muerte estaban en servidumbre toda la vida (en cuanto a lo segundo) (Hebr 2, 14-15).
3º) Para que la muerte de Cristo fuese además un sacramento de salvación; si nosotros, por virtud de la muerte de Cristo, morimos al pecado, a las concupiscencias carnales y al amor propio. Esta causa la señala el Apóstol San Pedro: También Cristo una vez murió por nuestros pecados, el justo por los injustos, para ofrecernos a Dios, siendo, a la verdad, muerto en la carne, mas vivificado por el espíritu (1 Ped 3, 18). Por lo tanto, el género humano no fue redimido por otra pasión sin la muerte de Cristo. Pero en realidad, Cristo, no solamente dando su vida, sino también padeciendo cualquier sufrimiento, habría pagado un precio suficiente por la redención del género humano, si el menor padecimiento hubiese sido divinamente destinado para ello, y esto, a causa de la dignidad infinita de la persona de Cristo. (Quodl., II, q. I, a. 2).