LA PASIÓN
Meditación del Padre Hurtado.
El cristianismo al que hemos sido
llamados, desde que le dijimos a Cristo que queríamos seguirlo, es una
configuración entera y total con Él, nuestro modelo, nuestra vida…
Configuración total, por tanto sin excluir las cumbres de su vida de
amor y donación que se manifiestan sobre todo en su Pasión dolorosa. Y
todo esto, por mí… por mí, para elevarme a mí a la altura de su amor.
La piedra de toque del amor es el
sacrificio. Muchos amigos tenemos mientras no hay sacrificio que hacer,
pero al menor sacrificio, los amigos disminuyen; y ninguno ama a otro
tanto, como el que da su vida por el amigo. Así nos lo reveló el mismo
Jesús.
En esta meditación vamos a conocer cuál
es el amor que Jesús nos ha tenido; tanto amó Dios al mundo que nos dio a
su Hijo Unigénito y no sólo nos lo dio, sino que el Hijo Unigénito por
nosotros fue dando todo cuanto podía dar, fue dándolo en la forma del
mayor desprendimiento, y tomó sobre sí cuanto podía hacerlo sufrir, y
todo por amor a mí…
Hagamos un sencillo recorrido de lo que
Jesús dejó por mí. Todo lo que puede constituir el bienestar humano lo
sacrificó Jesús por mí. Nació sacrificándolo todo, porque para nacer fue
a buscar un humilde establo, lo más miserable que parecía existir sobre
la tierra; luego fue prófugo en un país extraño, para darnos ejemplo de
ese abandono de todo lo humano y descansar tranquilo en la confianza
amorosa del Padre de los cielos… Vuelve a Nazaret y tiene un humilde
pasar. Pero aún eso quiere dejarlo, porque aún hay algo mas que ofrecer…
Miremos nuestro bienestar, nuestra
pieza, nuestra cama, nuestros muebles, nuestra casa, nuestro sistema de
viajar… y miremos luego a Cristo, y sentiremos vergüenza. Y ¿quién es el
sabio?: ¿El mundo que predica el confort como fin último? ¿O Cristo que
nos enseña el desprendimiento de todo para manifestar el amor a la
voluntad del Padre de los cielos? Serenamente miremos ese sublime
ejemplo: ¡Cristo que todo lo deja, yo que tanto ambiciono para mí!!
Pobre había sido siempre el vestido de
Cristo. Su túnica mojada en su propia sangre… pero ¡es su túnica! Y la
ha de dejar para vestir el vestido de los locos, ser el hazme reír de
todos… Se le despoja de todo: sus vestidos son distribuidos entre sus
verdugos y sobre su túnica echaron suertes. Y el Rey del cielo, el que
ha creado los astros, el sol y el follaje de las plantas, que viste a
las aves del cielo y a los lirios del campo, por amor al hombre, por
amor a mi, para enseñarme la sublime lección de sabiduría, el saber
dejarlo todo cuanto está de por medio la voluntad de su Padre de los
cielos, muere desnudo. Nada ha querido retener, ni siquiera un paño que
cubra su cuerpo… ¿Y yo? Mi vestido…
Durante sus años de predicación comía lo
que le daban. Ahora pide algo que apacigüe su sed, y le dan hiel y
vinagre ¡Cuánto ha dejado Jesús! Señor, Señor, ¡qué vergüenza me da mi
falta de mortificación llevada al extremo! Estoy atado por tantas
consideraciones cuando se trata de la gloria de Dios.
¡Qué triste debe ser para un hombre ver
el fracaso de su obra, el abandono de sus amigos! Jesús ha fracasado. El
fracaso, el deprimente fracaso, también lo conoció Cristo. El Señor
terminó su vida humanamente en el mayor de los fracasos. Toda su obra
destruida, sus Apóstoles dispersos, su Vicario negándolo, Judas se
suicida después de haber sido traidor… ¡Fracasos! ¿Tememos emprender
algo por el fracaso? Pero ¡si no buscamos el éxito sino la gloria de
Dios! Sepamos dejarlo todo por Cristo y sepamos que después de habernos
sacrificado mucho se nos dejará a un lado, se nos arrinconará… los
discípulos queridos no se acordarán; a uno quizás le negarán el saludo
en la calle…
Cristo fracasó humanamente. Sepamos por
Cristo no exigir éxitos, sino los puestos difíciles, los encargos duros,
y cuando fuere necesario aceptar un fracaso, no negarle a Cristo
nuestro Jefe lo que Él tomó y aceptó por mí.
Nuestro amor propio herido se subleva a
veces ante un bochorno, un fracaso, una incomprensión, un chisme.
Enrojezco, pierdo la paz, se me acaba la alegría. En esos momentos
pensemos en Cristo. ¿Quién es Él? Y ¿cómo se le trata? Cuando uno ha
visto esto no tiene ánimo para quejarse… Su paz y su consuelo. Cuando
uno hace grandes sacrificios externos cuando se ve pospuesto a todos,
calumniado, enfermo… un consuelo parece que tiene al menos el derecho de
pedir: la paz interior, el gozo de darse cuenta que Dios está contento
de su sacrificio, el contemplar en el fondo de su espíritu el rostro
sereno de su Padre Dios…
Nosotros lo hemos dejado todo. No nos
quejamos, ¡pero que Dios nos dé facilidad en la oración, serenidad,
consuelo… la satisfacción de vernos crecer en santidad, la comprensión
del sentido de nuestros esfuerzos y de nuestro sacrificio! Si queremos
ser discípulos de Cristo crucificado, hasta eso hemos de renunciar: dame
tu amor y gracia que eso me basta y no pido nada más. Tu amor, aunque
yo ignore que me amas. Que estés tú contento. Eso basta.
En la noche de Getsemaní y probablemente
durante todo el drama de la pasión triste estuvo el alma de Cristo,
triste hasta la muerte, turbado, angustiado, casi enloquecido de dolor.
Ni siquiera quiso reservarse aquello que hubiera parecido lo menos, la
entereza de mostrarse inaccesible al dolor.
Y ante estos dolores ¡cómo explicarlo!
Pero parece que el Hijo se hubiese despojado de su facultad de ser
insensible a fin de ponerse mejor a nivel de su criatura y de su modo de
sufrir.
Y esta desolación interior lo acompañó
todo el tiempo de la Pasión… Triste está su alma hasta la muerte cuando
con sus hombros hundidos bajo el peso de la Cruz camina al Calvario.
Llega un momento en que no puede ocultar más tiempo su martirio, su
muerte anticipada y volviéndose a su Padre le dice: Dios mío, Dios mío
¿por qué me habéis desamparado?
No le queda más que un sacrificio que
ofrecer, el mayor de suyo, pero en este caso, el menor. Su vida. Ya la
había dado, ya había entregado todo lo que puede hacer amable la vida,
pero quiso dar la vida misma, y llevar su humana derrota hasta el fin:
muerto por nosotros.
¿Dónde podrá encontrarse ni siquiera el símbolo de un amor semejante? Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito.
Me amó a mí, también a mí, y se entregó a
la muerte por mí. Un aspecto fundamental de la vida espiritual es tomar
enserio esta realidad; Dios y yo; no la turba… yo. Dios me ama a mí,
muere por mí, viene a mí… Un hombre, yo, soy el centro del amor divino.
Lo que hace por mí, lo hace con infinito amor personal. Si en una
familia la madre ama a cada uno de sus hijos como si fuese el único, y
aunque sean diez los hermanos si uno enferma o muere la madre enferma y
quizás llega hasta morir de dolor porque es su hijo; en forma mucho más
perfecta todavía Dios me ama a mí, y todo lo que hace lo hace por mí…
Si yo llegara a tomar en serio esta
realidad. ¡Jesús muere por mí! ¡Qué arranques de amor sacaría de mi
pobre alma, el comprender algo siquiera de lo que Cristo ha hecho por
mí! ¡Mi vida sería entonces entera para Él! Si Él dio su vida por mí, dé
yo mi vida por Él… y dándola como Él.