“VAYAMOS A LA
GRUTA DE MASABIELLE.”
Homilía en la fiesta de nuestra Señora de Lourdes.
Celebramos
con gozo inefable la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes que el 11 de
febrero de 1858, cuatro años después de la solemne proclamación del dogma de la
Inmaculada Concepción de la Virgen por el Papa Pío IX, quiso aparecerse para
confirmar este verdad revelando su nombre: Yo soy Inmaculada Concepción.
Seguramente
hayamos tenido la gracia de poder peregrinar a su santuario, al menos haber
visto alguna fotografía de la Gruta donde nuestra Señora se apareció. Vayamos
hoy espiritualmente a aquel lugar, caigamos de rodillas y contemplemos tan gran
misterio.
La
joven Santa Bernardita queda admirada y realmente embelesada ante la belleza de
aquella mujer con la se encuentra: “Una señora muy hermosa”, será lo que diga a
sus compañeras cuando regresan de recoger leña del otro lado del río, será lo
que diga siempre: “"María es tan bella que quienes la ven querrían morir
para volver a verla".” “¡La vi, la vi! ¡Qué hermosa era! ¡Cuánto ansío
volver a verla!".”
En
un mundo de fealdad, María brilla por su hermosura y belleza. Es la Inmaculada,
la Toda Santa, la Llena de Gracia y esa pureza se refleja en todo su ser,
también en su porte exterior. La Señora que vio Bernardita es la mujer del
apocalipsis que Juan describe también embelesado por la belleza de la visión
como vestida de sol, coronada de estrellas con la luna por pedestal.
Al
postrarnos a los pies de la Virgen en Masabielle, contemplamos la belleza de
Dios que quiere comunicarnos su gracia y embellecernos como lo hizo con nuestra
Señora. Es necesario recordar que la vida cristiana es una lucha contra el
pecado –que ofende a Dios y llena de fealdad nuestra alma- y una conquista
constante de las virtudes que restauran en nosotros la semejanza perdida por el
pecado de nuestros primeros padres.
En
este mundo nuestro de hoy donde se ha cambiado el mal por el bien, la mentira
por la verdad y lo feo por lo bello, la Virgen Santísima en su Inmaculada
Concepción nos da el antídoto, la medicina, para que nos engañemos. Hay que
luchar sin tregua contra el pecado, hay que esforzarse por hacer el bien y ser
en todo semejante a ella: así seremos semejantes a su Hijo Jesús.
Peregrinemos
espiritualmente y caigamos de rodillas ante Nuestra Señora.
Ella quiso mostrarse en una gruta totalmente repugnante. Allí se
cobijaban los cerdos. Era un estercolero. Y aquella que es la Inmaculada quiso
aparecer allí. ¿No es aquella gruta llena de inmundicia signo del mundo
corrompido por el pecado, signo de nuestro corazón lleno de maldad y concupiscencias?
Sí, aquella gruta era nuestro mundo y
nuestro corazón, al que María quiere venir para limpiarlo, purificarlo,
llenarlo de gracia y esplendor… Pero –como los novios de Caná- hemos de
invitarla, abrirle las puertas de nuestra casa, de nuestro corazón, de nuestra
sociedad… Debemos invitarla mediante una verdadera devoción filial a aquella
que es Madre de Dios y madre nuestra, pobre pecadores, como recitamos en el
Avemaría.
Ella
no rechaza a un pecador que le busca por muy grandes que sean sus pecados,
porque es Madre y nos ama. Acudamos a sus pies con verdadero arrepentimiento y pidámosle
con gran confianza en su ternura y misericordia: Vuelve a nosotros tus ojos
misericordiosos, ruega por nosotros pecadores, danos la gracia de la salvación,
muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Ablanda nuestro corazón de piedra, danos la
fortaleza en la lucha contra el pecado, aplasta tú en nosotros la cabeza de la
serpiente, y adelanta la hora de tu Hijo en mi vida.
Peregrinemos
en este día en espíritu a Lourdes. Pongamos a los pies de la Virgen, y como
Bernardita acojamos lo que la Virgen quiere decirnos. En la tercera aparición,
la inocente Bernardita le pregunta a la Señora su nombre, como ella no le
responde, le ofrece un papel y lápiz para que escriba como se llama. La Virgen
sonríe y le dice: Lo que tengo que decirte, no hace falta escribirlo.
Esta
respuesta de la Virgen es para nosotros una lección: Nuestra Señora no quiere
tener una relación con nosotros de cumplimiento, de devoción “fría e
intelectual”, de conceptos académicos… Ella quiere hablarnos, tratarnos, ser
nuestra Madre… con su trato maternal, con su amor hacia cada uno de nosotros…
un trato diario y familiar… nosotros hemos de responder a su iniciativa ofreciéndole
cada día lo que tanto le gusta: el rezo del rosario.
Queridos hermano: María
tiene algo que decirnos a cada uno, quiere hablarnos a nuestro corazón y a cada
uno nos dirá lo que más nos conviene, pero todo se resume en sus palabras a los
sirvientes de la boda de Caná: “Haced lo que él os diga.”