sábado, 11 de febrero de 2017

“VAYAMOS A LA GRUTA DE MASABIELLE.” Homilía en la fiesta de nuestra Señora de Lourdes.



“VAYAMOS A LA GRUTA DE MASABIELLE.” 
Homilía en la fiesta de nuestra Señora de Lourdes.
Celebramos con gozo inefable la fiesta litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes que el 11 de febrero de 1858, cuatro años después de la solemne proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen por el Papa Pío IX, quiso aparecerse para confirmar este verdad revelando su nombre: Yo soy Inmaculada Concepción.
Seguramente hayamos tenido la gracia de poder peregrinar a su santuario, al menos haber visto alguna fotografía de la Gruta donde nuestra Señora se apareció. Vayamos hoy espiritualmente a aquel lugar, caigamos de rodillas y contemplemos tan gran misterio.
La joven Santa Bernardita queda admirada y realmente embelesada ante la belleza de aquella mujer con la se encuentra: “Una señora muy hermosa”, será lo que diga a sus compañeras cuando regresan de recoger leña del otro lado del río, será lo que diga siempre: “"María es tan bella que quienes la ven querrían morir para volver a verla".” “¡La vi, la vi! ¡Qué hermosa era! ¡Cuánto ansío volver a verla!".”
En un mundo de fealdad, María brilla por su hermosura y belleza. Es la Inmaculada, la Toda Santa, la Llena de Gracia y esa pureza se refleja en todo su ser, también en su porte exterior. La Señora que vio Bernardita es la mujer del apocalipsis que Juan describe también embelesado por la belleza de la visión como vestida de sol, coronada de estrellas con la luna por pedestal.
Al postrarnos a los pies de la Virgen en Masabielle, contemplamos la belleza de Dios que quiere comunicarnos su gracia y embellecernos como lo hizo con nuestra Señora. Es necesario recordar que la vida cristiana es una lucha contra el pecado –que ofende a Dios y llena de fealdad nuestra alma- y una conquista constante de las virtudes que restauran en nosotros la semejanza perdida por el pecado de nuestros primeros padres.
En este mundo nuestro de hoy donde se ha cambiado el mal por el bien, la mentira por la verdad y lo feo por lo bello, la Virgen Santísima en su Inmaculada Concepción nos da el antídoto, la medicina, para que nos engañemos. Hay que luchar sin tregua contra el pecado, hay que esforzarse por hacer el bien y ser en todo semejante a ella: así seremos semejantes a su Hijo Jesús.

Peregrinemos espiritualmente y caigamos de rodillas ante Nuestra  Señora.  Ella quiso mostrarse en una gruta totalmente repugnante. Allí se cobijaban los cerdos. Era un estercolero. Y aquella que es la Inmaculada quiso aparecer allí. ¿No es aquella gruta llena de inmundicia signo del mundo corrompido por el pecado, signo de nuestro corazón lleno de maldad y concupiscencias?  Sí, aquella gruta era nuestro mundo y nuestro corazón, al que María quiere venir para limpiarlo, purificarlo, llenarlo de gracia y esplendor… Pero –como los novios de Caná- hemos de invitarla, abrirle las puertas de nuestra casa, de nuestro corazón, de nuestra sociedad… Debemos invitarla mediante una verdadera devoción filial a aquella que es Madre de Dios y madre nuestra, pobre pecadores, como recitamos en el Avemaría.
Ella no rechaza a un pecador que le busca por muy grandes que sean sus pecados, porque es Madre y nos ama. Acudamos a sus pies con verdadero arrepentimiento y pidámosle con gran confianza en su ternura y misericordia: Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos, ruega por nosotros pecadores, danos la gracia de la salvación, muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús.  Ablanda nuestro corazón de piedra, danos la fortaleza en la lucha contra el pecado, aplasta tú en nosotros la cabeza de la serpiente, y adelanta la hora de tu Hijo en mi vida.

Peregrinemos en este día en espíritu a Lourdes. Pongamos a los pies de la Virgen, y como Bernardita acojamos lo que la Virgen quiere decirnos. En la tercera aparición, la inocente Bernardita le pregunta a la Señora su nombre, como ella no le responde, le ofrece un papel y lápiz para que escriba como se llama. La Virgen sonríe y le dice: Lo que tengo que decirte, no hace falta escribirlo.
Esta respuesta de la Virgen es para nosotros una lección: Nuestra Señora no quiere tener una relación con nosotros de cumplimiento, de devoción “fría e intelectual”, de conceptos académicos… Ella quiere hablarnos, tratarnos, ser nuestra Madre… con su trato maternal, con su amor hacia cada uno de nosotros… un trato diario y familiar… nosotros hemos de responder a su iniciativa ofreciéndole cada día lo que tanto le gusta: el rezo del rosario. 
Queridos hermano: María tiene algo que decirnos a cada uno, quiere hablarnos a nuestro corazón y a cada uno nos dirá lo que más nos conviene, pero todo se resume en sus palabras a los sirvientes de la boda de Caná: “Haced lo que él os diga.”