LA
VIRGEN MARÍA Y LA SAGRADA ESCRITURA
Virtudes
de nuestra Madre.
La
Sagrada Escritura es verdadero alimento y bebida para la vida de las almas. A
través de la lectura espiritual o lectio divina, el creyente se acerca al texto
sagrado en una lectura orante de esa Palabra ayudado por la gracia del Espíritu
Santo que ha inspirado y sigue presente en ella.
La
lectio divina de la Palabra de Dios
tiene la capacidad de abrirnos al encuentro con Jesucristo, Palabra viva del
Padre; y por medio de ella tener un conocimiento y relación de amor con aquel
que sale a nuestro encuentro y quiere hablarnos. San Agustí decía: “Tu oración es un coloquio
con Dios. Cuando lees, Dios te habla; cuando oras, hablas tú a Dios.”
Si
la Sagrada Escritura es verdaderamente el “pan nuestro de cada día” que se le
pide a Dios en la oración y que ya el pueblo judía pedía como el “maná” para la
vida del pueblo, la Virgen María no pudo vivir su relación con Dios y su vida
de fe sin esta Palabra.
Es
cierto, que la cultura del pueblo judío, excluía a la mujer por regla general
de todo aprendizaje, pero nuestra Señora fue presentada y ofrecida en el templo
a los 3 años. Según una piadosa tradición oriental, ella vivió allí los años de
su infancia hasta que fue desposada con San José. En el templo, asistiría
posiblemente a la lectura y explicación rabínica de los textos sagrados que los
mismos sacerdotes del templo hacían. Incluso, podría haber aprendido a leer en
el mismo templo. La excepción, confirmaría la regla.
Además,
no olvidemos que la memorización es un elemento básico de la tradición oral en
la que el pueblo de Israel transmitía de generación en generación la fe y la
historia sagrada del pueblo narrando lo que Dios había hecho por ellos. Los
padres eran responsables de transmitir esto a sus hijos. Recordemos esa fórmula
que todo judío había de pronunciar en la ofrenda de las primicias y que es como
un credo histórico de su fe: «Mi padre
era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo
pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos
maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros
clamamos al Señor Dios de nuestros padres, y El Señor escuchó nuestra voz; vio
nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y El Señor nos sacó
de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y
prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel Y
ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que tú, El Señor, me
has dado.»
Creo,
por último, que si en la vida de algunos santos que carecían de toda
ilustración, Dios le concedió luces muy especiales acerca de sus misterios y de
la sagrada Escritura como incluso el leer y entender un idioma desconocido para
ellos (pienso en Santa Catalina de Siena), cuántas más gracias también de este
tipo recibiría nuestra Señora, La Virgen, que es la misma Llena de gracia, con
respeto a la Sagrada Escritura.
Por
todo, ello podemos afirmar que la Virgen María, toda ella, toda su vida, está
informada y modelada a luz de la Palabra de Dios. Como nueva Eva, podemos
decir, que María fue creada por la Palabra del Padre y que está misma Palabra,
llegada la plenitud de los tiempos, se hizo carne en su seno por el misterio de
la Encarnación: palabra que ella antes había acogido en su corazón.
El
Papa Benedicto XVI nos enseña: “La Madre de Dios es el Modelo para todos los
fieles de acogida dócil de la divina Palabra, Ella conservaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón. Sabía encontrar el lazo profundo que une en el gran
designio de Dios acontecimientos, acciones y detalles aparentemente desunidos.”
En
la persona de la Virgen encontramos realizados los diversos momentos de la
lectio divina que nosotros hemos de seguir para un encuentro fructuoso con
Cristo que quiere hablarnos. Veamos estos pasos y fijemos nuestra mirada en la
Virgen:
1.-
Cuando nos encontramos ante la Palabra de Dios, se comienza con la lectura del
texto. ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Es necesario, por tanto,
reavivar la capacidad de escucha, de prestar atención a lo que Dios dice.
Pensemos en la actitud de nuestra Señora en el momento de la Anunciación. ¿Con
qué actitud, con que reverencia y piedad atendería al mensaje angélico? ¿Cuál
sería su asombro ante el misterio de Dios que enviaba a su ángel para hablarle?
¿Qué sentimientos de confusión al considerarse tan pequeña ante la grandeza de
Dios? Nos dice el relato de la Anunciación que la Virgen se turbó ante las
palabras del ángel y discurría que significado tenían aquellas palabras.
2.)
Sigue después la meditación en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el texto
bíblico a nosotros? Es necesario por tanto tener conciencia de que Dios quiere hablarme, tiene algo que decirme.
Tiene que haber en mí la disposición de dejar entrar a Dios en mi vida. La
Virgen discurre el significado de aquellas palabras, guarda en su corazón y las
medita, profundiza en ellas, quiere comprender lo que el Señor quiere decirle…
3.)
Se llega sucesivamente al momento de la oración, que supone la pregunta: ¿Qué
decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? Esta respuesta en la
Virgen es la plena aceptación de su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra.” Es la disposición también y respuesta que nosotros
hemos de dar una vez conocida la palabra de Dios.
4.)
La lectio divina concluye con la contemplación, durante la cual aceptamos como
don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué
conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? Decía
Benedicto XVI que “La contemplación tiende a crear en nosotros una visión
sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros la mente de
Cristo;” y María “sabía encontrar el
lazo profundo que une en el gran designio de Dios acontecimientos, acciones y
detalles aparentemente desunidos.” ¡Que bien manifestado está esto en su
oración del Magníficat donde ella canta a Dios por la maravillas que obra en la
historia, su propia historia.
5.)
La lectura de la palabra de Dios queda infructuosa si no da paso a la acción,
que nos lleva a convertirnos en un don para los demás por la caridad. Y
nuevamente la Virgen así nos lo muestra con su visita a su prima para ayudarla,
en su atención posteriormente a los novios de la boda de Caná.
Pidámosle
a la Virgen que sepamos siempre leer y escuchar la Palabra de Dios y cumplirla
en nuestra vida para poder gozar de su misma bienaventuranza: “Dichosos los
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.”