LA VIRGEN MARÍA Y LA SAGRADA ESCRITURA (2)
Virtudes de nuestra Madre.
“Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios, culmen
de la Revelación, cumplimiento de las promesas de Dios y mediador del encuentro
entre el hombre y Dios. Es la Palabra única y definitiva entregada a la
humanidad” –recuerda el Papa Benedicto XVI. (Cfr. Verbum Domini, 14)
Esta
Palabra eterna e inefable, porque el Verbo existe desde el principio y es Dios,
quiso expresarse en la historia de la salvación, comunicarse a los hombres, y
lo hizo no mediante formas que no entendiese el hombre, sino utilizando las
mismas palabras que el hombre utiliza para comunicarse. La Sagrada Escritura es
la expresión en palabras humanas de lo que el Padre en su Hijo quiso decirnos
por medio del Espíritu Santo. Así lo confesamos en el credo, cuando decimos:
“Creo en el Espíritu Santo que habló por los profetas.”
En
cierto modo, la Sagrada Escritura es encarnación material mediante las palabras
de aquel que es la misma Palabra: Jesucristo, el Señor. En este sentido hemos
de entender la expresión: el Verbo se ha abreviado. La Palabra se expresa mediante
un discurso, a través de conceptos. En la Sagrada Escritura, la Palabra divina
se expresa verdaderamente con palabras humanas. Al acercarnos a la Sagrada
Escritura, sabemos con certeza que lo que allí encontramos es a Jesucristo.
Desde
esta perspectiva, se puede contemplar también la persona de nuestra Señora la Virgen
María. Ella concibió a la Palabra por obra del Espíritu Santo. El mismo que
inspiró a los profetas para que expresasen en palabras y conceptos humanos al
Verbo Eterno, fue el que fecundó el seno de la Virgen para que el Verbo de Dios
–a quien no podían contener los cielos y la tierra- tomase carne y se encerrase
en su seno.
La
acción del Espíritu Santo en nuestra Señora hace que el mismo Verbo no solo nos
hable con nuestro mismo lenguaje, sino que asuma también verdaderamente nuestra
naturaleza humana.
La
Virgen María es, entonces, el libro sagrado donde la Palabra se hace carne y
toma nuestra naturaleza. Como hemos de venerar la Sagrada Escritura por ser Palabra
de Dios, así hemos de venerar y amar a la Virgen, que nos dio la misma Palabra en
la pequeñez de un niño.
Como
en la inspiración de los profetas, Dios no anula a la persona, y en la Virgen
el Verbo toma carne tomando toda la naturaleza humana de aquella que es la mujer
perfecta, la Toda Santa, la Inmaculada, sin desdeñar nada de aquello que él
mismo había creado.
Así
como la Sagrada Escritura toda ella está inspirada y transmite sin error todo y solo aquello que
Dios quiere decirnos, así también nuestra Señora la Virgen refleja la santidad,
la verdad, la belleza de Dios, sin defecto, ni mancha, como ninguna otra
criatura.
Así
como la Sagrada Escritura –desde el Antiguo Testamento hasta el Amén que cierra
el libro del Apocalipsis- se ha de leer
siempre con los ojos puestos en Cristo, pues él es único criterio de lectura e
interpretación; así la persona de la Virgen María ha de contemplarse siempre
desde su Maternidad divina y su unión por ella con su Hijo; sabiendo que no
podemos amar a Jesucristo, sino amamos a su Madre; ni podemos venerar a su
Madre sino tenemos en nosotros los sentimientos y el amor de su Hijo.
“Toda
Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para
corregir, para instruir en justicia” –enseña el Apóstol San Pablo (Tm 3, 16); así
mismo el papel de Nuestra Señora en la Iglesia y para con nosotros los hombres
es la de ser madre y maestra en el seguimiento de Cristo, para acogerlo en
verdad y poder llegar a ser hijos de Dios. La verdadera devoción a nuestra
Señora ha de ser un abandono confiado en sus manos, para que ella nos enseñe,
nos reprenda, nos corrija y nos instruya en el camino de la fe.
Así,
como para acercarnos a la Palabra hemos de hacerlo con un corazón dócil y
orante, para que ella penetre a fondo en nuestros pensamientos y sentimientos y
engendre dentro de nosotros una mentalidad nueva: “la mente de Cristo” (1 Co
2,16); así también hemos de purificar en nosotros formas poco perfectas de
venerar y contemplar a la Virgen. San Luis María Grignon de Montfort dice: “Siete
son las clases que encuentro de falsos devotos y falsas devociones a la
Santísima Virgen: 1.º, los devotos críticos; 2.º, los devotos escrupulosos;
3.º, los devotos exteriores; 4.º, los devotos presuntuosos; 5.º, los devotos
inconstantes; 6.º, los devotos hipócritas; 7.º, los devotos interesados.”
Purificados de esas falsas devociones, llegaremos a la imitación de aquella que
es bendita entre las mujeres porque ha creído, ha escuchado la Palabra de Dios
y la ha cumplido y mereció por ello ser bendita por llevar en su seno y
alimentar al mismo Hijo de Dios.
Como el Espíritu Santo ha
inspirado a los profetas, como el Espíritu Santo ha obrado en la Virgen María,
así también quiere venir a nosotros y al hacer que también nosotros seamos con
nuestra vida de fe libros vivos que proclamemos las maravillas que Dios hace de
generación en generación. A Aquella que suplicó el don del Espíritu Santo sobre
los apóstoles, acudamos con confianza y pidámosle su intercesión para que venga
sobre nosotros, llene nuestros corazones y encienda en ellos el fuego de su
amor. Así lo pedimos. Que así sea. Amén.