sábado, 4 de febrero de 2017

DIOS QUIERE ESTABLECER EN EL MUNDO LA DEVOCIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA.




DIOS QUIERE ESTABLECER EN EL MUNDO
LA DEVOCIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA.
EL CORAZÓN INMACULADO DE NUESTRA MADRE
La revelación del Inmaculado Corazón de María es el tema específico de las apariciones de la Virgen María a los tres pastorcitos en Fátima. Apariciones de las que este año estamos celebrando el centenario y que es necesario volver a leer y meditar, porque como dijo el Papa Benedicto XVI en su visita a Portugal en el año 2011: “Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada.” Fátima sigue siendo un faro de luz en medio de nuestro mundo actual y su mensaje sigue teniendo validez para nosotros. Fátima sigue teniendo una palabra dirigida a la humanidad y a la Iglesia del siglo XXI.
De las palabras de la Virgen y del testimonio de aquellos tres niños, se desprenden cinco puntos que recordábamos el día anterior y que vamos a ir profundizando a los largo de los primeros sábados de este año.
·         Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón para salvar a los pecadores.
·         Dios quiere conceder la paz al mundo y las gracias a través de este mismo Corazón.
·         Dios quiere que reparemos el Corazón Inmaculado de María herido por los pecados de los hombres. 
·         Dios quiere que el Corazón de su Madre sea un refugio para las almas que buscan agradarle y el camino fácil, corto y seguro para llegar a él.
·         Dios quiere que Rusia y el mundo entero sean consagrados al Inmaculado Corazón de María.

En la aparición del 13 de julio de 1917, la Virgen muestra en visión a los tres niños el infierno; y les dice: “Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvar a los pecadores que Dios quiere establecer en el mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón.”

Dentro del saber humano, la historia es una disciplina que estudia y expone, de acuerdo con determinados principios y métodos, los acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado y que constituyen el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes hasta el momento presente. Así, el tiempo transcurrido se divide en conjuntos más pequeños  y hablamos de historia contemporánea;  de historia moderna;  de historia medieval; o si se dedica a un aspecto concreto de la vida de hombre, hablamos de historia del arte; de historia de la música, etc…

Pero nosotros, cristianos, hemos de ver el conjunto de todos los acontecimientos y hechos que ha ocurrido desde los ojos de Dios, y para Dios la historia no es un simple desarrollo de la vida de los hombres y de las sociedades. Él dio principio a la historia, creo los astros y marco la sucesión de los tiempos, y en ese mundo en funcionamiento puso al hombre y a la mujer… Esa misma historia tendrá un final: un final personal cuando a cada uno de nosotros nos llegue la muerte; y final general de la historia cuando Cristo vuelve glorioso y entregue a Dios su Padre todas las cosas sujetas ya bajo su dominio.

La historia de cada hombre concreto y las historia de la misma humanidad vista desde esta perspectiva es el momento, el tiempo, que Dios nos concede para usando de nuestra libertad –condición que nos hace semejantes a él- escojamos amarle, obedecer y servirle y ser sus amigos; o por el contrario, hacer caso a la voz de la serpiente maligna y hacer nuestra vida al margen de Dios rechazando su amor.  
Él quiere darnos por toda la eternidad su misma vida plena de felicidad, pero no quiere obligarnos. Su Omnipotencia se detiene ante la libertad de su criatura, y él que fue quien nos la concedió la respeta y se arriesga también a ser rechazado.

En nuestra libertad está en definitiva la salvación o por el contrario la condenación, el cielo o el infierno, la vida con Dios o el total alejamiento de Dios.

Para el hombre por sus solas fuerzas es imposible salvarse, necesita del auxilio divino, de la gracia. Por la caída de nuestros primeros padres, el hombre merece la condenación eterna. Pero Dios, rico en misericordia y dispuesto siempre al perdón, preparó en su providencia y sabiduría una historia de salvación y nos dio a un Salvador: a su Hijo, que por nosotros y nuestra salvación se encarnó por obra del Espíritu Santo en las entrañas Virginales de María y por nosotros murió en la cruz para librarnos del pecado y de muerte y saldar la deuda de nuestros pecados.

Jesucristo, Nuestro Señor, es el Salvador. El único Salvador y el único en él que los hombres pueden salvarse. El hombre no puede salvarse sino es en Jesucristo, acogiéndolo, escuchándolo, obedeciéndolo, siguiéndolo.

Escuchemos el Evangelio de san Juan 3, 16-21: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.

Dios quiere salvar al mundo lo ha querido, lo quiere y lo querrá siempre, porque en Dios no hay cambio. Su designio salvador permanecerá hasta el final de la historia. Y en su deseo de salvar al hombre, a su criatura que la distinguió de todas las otras haciéndola a su imagen y semejanza, no se ahorró esfuerzo ni escatimó medios alguno. Aun hoy, es esa interpretación que se nos invita a hacer de las señales de los tiempos, hemos de ver la mano de Dios, su deseo de salvar al hombre… Dios nos vive acomodado en su lugar de descanso, sino que él vive preocupado por nuestra salvación. Y a lo largo de la historia de la Iglesia, Dios ha intervenido por medio de personas y a través de acontecimientos para que los hombres se acogiesen a Cristo, su Hijo, por medio del cual podemos ser salvados.

A luz de las palabras de la Virgen a los niños: “Dios quiere establecer en el mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón para salvar a los pecadores”, hemos de ver el deseo de Dios en el momento actual de la historia de salvarnos y el medio que él nos ofrece: la devoción al Inmaculado Corazón de María.

Una devoción, que nos es una más de otras que existen, sino aquella que da sentido y  renueva todas las anteriores,
Una devoción, que no se centra en alguno de los misterios o aspectos de nuestra Señora, sino que va al centro de su persona, a su ser más íntimo, a su Corazón donde reside toda su vida.
Una devoción que no nos aleja de Dios o de Cristo, sino todo lo contrario, nos lleva más directamente a él, porque en el Corazón de María, en el centro de su vida encontramos a Jesús, nuestro Salvador.
Una devoción que nos muestra en una criatura como nosotros, de carne y hueso, lo que Dios quiere hacer transformándonos por el poder de su gracia, pues ella es la obra perfecta de Dios en la que la Iglesia ve acabada y realizada todas las promesas.  Y es la devoción al Inmaculado Corazón de María la más apropiada para nuestro tiempo porque es el corazón el lugar privilegiado del encuentro con Dios donde debe realizarse la única y verdadera transformación del hombre: la deificación por la presencia trinitaria de Dios.

La escena del Calvario en la que Jesús entrega a su discípulo a su madre, y su madre al discípulo, se repite en Fátima donde Dios envía a Nuestra Señora para entregarle y confiarle la salvación de sus hijos. Y a nosotros, nos entrega nuevamente a su Madre para que acogiéndola como nuestra ella nos transforme, nos purifique, nos engendre a la vida de la gracia, a la vida sobrenatural.

Dios quiere salvar a los pecadores. Pecadores que somos nosotros en primer lugar; pero pecadores que son todos aquellos que viven alejados de Dios, que viven aprisionados en sus malas pasiones y  deseos, que rechazan el amor de Dios y no quieren ser salvados… Dios quiere su bien y por lo tanto su salvación. Son sus criaturas, quiere tenerlos como hijos. Participemos de la preocupación de Dios y acudamos al Corazón Inmaculado de María, con nuestra oración, con nuestras penitencias, con nuestros sacrificios, con todo nuestro deseo y voluntad para que todos sean salvador… Ofrezcámonos a ella y junto con ella, Corredentora de los hombres, y unámonos a la consagración –entrega- ofrenda - sacrificio de Cristo al Padre: “Yo por ellos yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad.”