DIOS QUIERE ESTABLECER EN EL
MUNDO
LA DEVOCIÓN AL INMACULADO
CORAZÓN DE MARÍA.
EL CORAZÓN INMACULADO DE
NUESTRA MADRE
La
revelación del Inmaculado Corazón de María es el tema específico de las
apariciones de la Virgen María a los tres pastorcitos en Fátima. Apariciones de
las que este año estamos celebrando el centenario y que es necesario volver a
leer y meditar, porque como dijo el Papa Benedicto XVI en su visita a Portugal
en el año 2011: “Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima
está acabada.” Fátima sigue siendo un faro de luz en medio de nuestro mundo
actual y su mensaje sigue teniendo validez para nosotros. Fátima sigue teniendo
una palabra dirigida a la humanidad y a la Iglesia del siglo XXI.
De
las palabras de la Virgen y del testimonio de aquellos tres niños, se desprenden
cinco puntos que recordábamos el día anterior y que vamos a ir profundizando a
los largo de los primeros sábados de este año.
·
Dios
quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón para salvar a
los pecadores.
·
Dios
quiere conceder la paz al mundo y las gracias a través de este mismo Corazón.
·
Dios
quiere que reparemos el Corazón Inmaculado de María herido por los pecados de
los hombres.
·
Dios
quiere que el Corazón de su Madre sea un refugio para las almas que buscan
agradarle y el camino fácil, corto y seguro para llegar a él.
·
Dios
quiere que Rusia y el mundo entero sean consagrados al Inmaculado Corazón de
María.
En
la aparición del 13 de julio de 1917, la Virgen muestra en visión a los tres
niños el infierno; y les dice: “Habéis visto el infierno, donde van las almas
de los pobres pecadores. Es para salvar a los pecadores que Dios quiere
establecer en el mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón.”
Dentro del saber humano, la historia es una disciplina
que estudia y expone, de acuerdo con determinados principios y métodos, los
acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado y que constituyen el
desarrollo de la humanidad desde sus orígenes hasta el momento presente. Así,
el tiempo transcurrido se divide en conjuntos más pequeños y hablamos de historia contemporánea; de historia moderna; de historia medieval; o si se dedica a un
aspecto concreto de la vida de hombre, hablamos de historia del arte; de
historia de la música, etc…
Pero nosotros, cristianos, hemos de ver el conjunto de
todos los acontecimientos y hechos que ha ocurrido desde los ojos de Dios, y
para Dios la historia no es un simple desarrollo de la vida de los hombres y de
las sociedades. Él dio principio a la historia, creo los astros y marco la
sucesión de los tiempos, y en ese mundo en funcionamiento puso al hombre y a la
mujer… Esa misma historia tendrá un final: un final personal cuando a cada uno
de nosotros nos llegue la muerte; y final general de la historia cuando Cristo
vuelve glorioso y entregue a Dios su Padre todas las cosas sujetas ya bajo su
dominio.
La historia de cada hombre concreto y las historia de
la misma humanidad vista desde esta perspectiva es el momento, el tiempo, que Dios
nos concede para usando de nuestra libertad –condición que nos hace semejantes
a él- escojamos amarle, obedecer y servirle y ser sus amigos; o por el
contrario, hacer caso a la voz de la serpiente maligna y hacer nuestra vida al
margen de Dios rechazando su amor.
Él quiere darnos por toda la eternidad su misma vida
plena de felicidad, pero no quiere obligarnos. Su Omnipotencia se detiene ante
la libertad de su criatura, y él que fue quien nos la concedió la respeta y se
arriesga también a ser rechazado.
En nuestra libertad está en definitiva la salvación o
por el contrario la condenación, el cielo o el infierno, la vida con Dios o el
total alejamiento de Dios.
Para el hombre por sus solas fuerzas es imposible
salvarse, necesita del auxilio divino, de la gracia. Por la caída de nuestros
primeros padres, el hombre merece la condenación eterna. Pero Dios, rico en
misericordia y dispuesto siempre al perdón, preparó en su providencia y sabiduría
una historia de salvación y nos dio a un Salvador: a su Hijo, que por nosotros
y nuestra salvación se encarnó por obra del Espíritu Santo en las entrañas
Virginales de María y por nosotros murió en la cruz para librarnos del pecado y
de muerte y saldar la deuda de nuestros pecados.
Jesucristo, Nuestro Señor, es el Salvador. El único
Salvador y el único en él que los hombres pueden salvarse. El hombre no puede
salvarse sino es en Jesucristo, acogiéndolo, escuchándolo, obedeciéndolo,
siguiéndolo.
Escuchemos el Evangelio de san Juan 3, 16-21: Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha
creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz
al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para
que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para
que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.
Dios
quiere salvar al mundo lo ha querido, lo quiere y lo querrá siempre, porque en
Dios no hay cambio. Su designio salvador permanecerá hasta el final de la
historia. Y en su deseo de salvar al hombre, a su criatura que la distinguió de
todas las otras haciéndola a su imagen y semejanza, no se ahorró esfuerzo ni
escatimó medios alguno. Aun hoy, es esa interpretación que se nos invita a hacer
de las señales de los tiempos, hemos de ver la mano de Dios, su deseo de salvar
al hombre… Dios nos vive acomodado en su lugar de descanso, sino que él vive
preocupado por nuestra salvación. Y a lo largo de la historia de la Iglesia,
Dios ha intervenido por medio de personas y a través de acontecimientos para
que los hombres se acogiesen a Cristo, su Hijo, por medio del cual podemos ser
salvados.
A
luz de las palabras de la Virgen a los niños: “Dios quiere establecer en el
mundo la Devoción a Mi Inmaculado Corazón para salvar a los pecadores”, hemos
de ver el deseo de Dios en el momento actual de la historia de salvarnos y el
medio que él nos ofrece: la devoción al Inmaculado Corazón de María.
Una
devoción, que nos es una más de otras que existen, sino aquella que da sentido
y renueva todas las anteriores,
Una
devoción, que no se centra en alguno de los misterios o aspectos de nuestra Señora,
sino que va al centro de su persona, a su ser más íntimo, a su Corazón donde
reside toda su vida.
Una
devoción que no nos aleja de Dios o de Cristo, sino todo lo contrario, nos
lleva más directamente a él, porque en el Corazón de María, en el centro de su
vida encontramos a Jesús, nuestro Salvador.
Una
devoción que nos muestra en una criatura como nosotros, de carne y hueso, lo
que Dios quiere hacer transformándonos por el poder de su gracia, pues ella es
la obra perfecta de Dios en la que la Iglesia ve acabada y realizada todas las
promesas. Y es la devoción al Inmaculado
Corazón de María la más apropiada para nuestro tiempo porque es el corazón el
lugar privilegiado del encuentro con Dios donde debe realizarse la única y
verdadera transformación del hombre: la deificación por la presencia trinitaria
de Dios.
La
escena del Calvario en la que Jesús entrega a su discípulo a su madre, y su
madre al discípulo, se repite en Fátima donde Dios envía a Nuestra Señora para
entregarle y confiarle la salvación de sus hijos. Y a nosotros, nos entrega
nuevamente a su Madre para que acogiéndola como nuestra ella nos transforme,
nos purifique, nos engendre a la vida de la gracia, a la vida sobrenatural.
Dios
quiere salvar a los pecadores. Pecadores que somos nosotros en primer lugar;
pero pecadores que son todos aquellos que viven alejados de Dios, que viven
aprisionados en sus malas pasiones y deseos, que rechazan el amor de Dios y no
quieren ser salvados… Dios quiere su bien y por lo tanto su salvación. Son sus
criaturas, quiere tenerlos como hijos. Participemos de la preocupación de Dios y
acudamos al Corazón Inmaculado de María, con nuestra oración, con nuestras
penitencias, con nuestros sacrificios, con todo nuestro deseo y voluntad para
que todos sean salvador… Ofrezcámonos a ella y junto con ella, Corredentora de
los hombres, y unámonos a la consagración –entrega- ofrenda - sacrificio de
Cristo al Padre: “Yo por ellos yo me santifico, para que ellos también sean
santificados en la verdad.”