Comentario al Evangelio
DOMINGO DE QUINCUAGÉSIMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Los
ciegos siguieron inmediatamente al señor. ¿Cómo puede mendigar nadie cosas del
mundo después de haber visto a Cristo? Conoció la dulzura del Señor aquel
Nivardo, hermano de san Bernardo, de corta edad, que cuando sus hermanos, al
irse al monasterio, le felicitaron por la gran heredad que le dejaban íntegra,
les contestó: “Inicuo será ciertamente, hermanos, el cambio. ¡Qué vosotros
poseáis los bienes celestiales y yo los terrenos, vosotros los eternos y yo los
transitorios, vosotros los estables y yo los caducos en continua mudanza,
vosotros las riquezas verdaderas y yo las falsas y fingidas! Y renunciando el
también a aquella abundantísima herencia, la repartió a los pobres y se entregó
al servicio de Dios.
Seguid a Cristo. ¿Creéis que hay algo más agradable a Dios que el que sigamos a Cristo hasta el cielo para ocupar las sedes que están allí vacías? Oíd que graciosamente nos invita (Mt. 16,24): El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. ¿A quién vamos a seguir sino a Cristo? ¿Al demonio, al mundo, a la carne, a la muerte y al pecado, o a Cristo, Hijo de Dios, sapientísimo y eterno, verdad que nos busca con amor infinito para vivir con nosotros, gozas de las delicias entre los hijos de los hombre y, por fin, llevarnos a la gloria?
¡Ojalá seamos tan felices como aquellos ciegos! ¡Que pocos se les parecen en esta ciudad! Prefieren ir de acá para allá en sus negocios, en vez de sentarse alguna vez por donde va a pasar Cristo. Los ciegos pidieron desde lejos y consiguieron lo que deseaban; vosotros tenéis a Cristo tan cerca que se deja tocar y comer, que está deseando recibir vuestros memoriales y os olvidáis de pedirle. Ahí le tenéis en la cruz, sujeto no por los clavos, sino por amor; ahí lo tenéis en el altar hecho pan blanquísimo. Corred, pedid y recibiréis; nunca volveréis sin nada, porque en Él habita la plenitud de todo bien.
Seguid a Cristo. ¿Creéis que hay algo más agradable a Dios que el que sigamos a Cristo hasta el cielo para ocupar las sedes que están allí vacías? Oíd que graciosamente nos invita (Mt. 16,24): El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. ¿A quién vamos a seguir sino a Cristo? ¿Al demonio, al mundo, a la carne, a la muerte y al pecado, o a Cristo, Hijo de Dios, sapientísimo y eterno, verdad que nos busca con amor infinito para vivir con nosotros, gozas de las delicias entre los hijos de los hombre y, por fin, llevarnos a la gloria?
¡Ojalá seamos tan felices como aquellos ciegos! ¡Que pocos se les parecen en esta ciudad! Prefieren ir de acá para allá en sus negocios, en vez de sentarse alguna vez por donde va a pasar Cristo. Los ciegos pidieron desde lejos y consiguieron lo que deseaban; vosotros tenéis a Cristo tan cerca que se deja tocar y comer, que está deseando recibir vuestros memoriales y os olvidáis de pedirle. Ahí le tenéis en la cruz, sujeto no por los clavos, sino por amor; ahí lo tenéis en el altar hecho pan blanquísimo. Corred, pedid y recibiréis; nunca volveréis sin nada, porque en Él habita la plenitud de todo bien.
San Carlos Borromeo
Transcripto por Dña. Ana
María Galvez