XXVI Y ULTIMO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Cuando veáis la abominación de la
desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que
lee que entienda), entonces los que vivan en Judea huyan a los montes, el que
esté en la azotea no baje a recoger nada en casa y el que esté en el campo no
vuelva a recoger el manto. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos
días! Orad para que la huida no suceda en invierno o en sábado. Porque habrá
una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta
hoy, ni la volverá a haber. Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá
salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días. Y si
alguno entonces os dice: “El Mesías está aquí o allí”, no le creáis, porque
surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán signos y portentos para
engañar, si fuera posible, incluso a los elegidos. Os he prevenido. Si os
dicen: “Está en el desierto”, no salgáis; “En los aposentos”, no les creáis. Pues
como el relámpago aparece en el oriente y brilla hasta el occidente, así será
la venida del Hijo del hombre. Donde está el cadáver, allí se reunirán los
buitres.
Inmediatamente
después de la angustia de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá
su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces
aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre. Todas las razas del mundo
harán duelo y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran
poder y gloria. Enviará a sus ángeles con un gran toque de trompeta y reunirán
a sus elegidos de los cuatro vientos, de un extremo al otro del cielo. Aprended
de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las
yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis todas estas cosas,
sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta
generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán.
Mt 24, 15-35