8 de noviembre de 2015
V domingo después de Epifanía Transferido
XXIV domingo después de Pentecostés
“DIOS SEMBRÓ
SEMILLA BUENA”
“Vio
entonces Dios todo lo que había hecho y todo era muy bueno”. (Gn 1, 31) Con estas palabras concluye el relato de la
acción creadora de Dios al principio de los tiempos. Dios, que es la misma
bondad, creó un mundo bueno, lleno de hermosura y equidad, lleno de belleza y
equilibrio. A cada una de sus obras, Dios comunicó su misma bondad, y de una
forma particular al hombre al que creó a imagen y semejanza suya…
Dios
es el Padre de familias, ese hombre de la parábola, que sembró semilla buena. Toda la creación nos habla de la bondad de
Dios y al contemplar todo lo bueno que Dios ha creado lo elevamos al grado
infinito en Dios. Pensemos solamente en la bondad que Dios ha puesto en el
corazón de una madre con respeto a sus hijos, ¿cómo no será de grande e
infinito, de bello y bueno, el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros?
Con
razón el salmista canta: Señor, tu bondad llega hasta el cielo, hasta las nubes
tu fidelidad, tu justicia es como los altos montes, tu derecho, un abismo insondable. Tú, Señor,
salvas a hombres y animales. ¡Oh Dios, qué inapreciable es tu bondad! (Sal 36, 6-7)
Pero
en la noche, -es decir- en la ausencia de Dios-, o mejor dicho: cuando el hombre y la mujer se
alejaron de él; vino la serpiente, enemiga de Dios, y sembró la cizaña en sus
corazones.
Dios
no es el autor del mal ni es algo que él quiera, pues sería una contradicción
con su mismo ser que es la bondad. “Por el primer hombre entró el pecado en el
mundo, y con el pecado la muerte”. (Rom 5, 12) – exclama san Pablo; pues el
pecado es la rebelión ante el orden bueno que Dios ha establecido. El hombre
con su desobediencia trajo sobre sí y sobre sus descendientes el mal, el
desorden, el caos… Las palabras de Dios tras el pecado así lo expresan: “parirás
con dolor”, “con fatiga trabajarás”, “con el sudor de tu frente comerás el pan”
…
“Cuando
creció la hierba y se formó la espiga, apareció también la cizaña.” Los siervos
preguntan al amo sobre la bondad de la semilla plantada: ¿Señor, no sembraste
buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?
La
parábola que Jesús presenta el Evangelio nos lleva a considerar el misterio del
mal en el mundo. Como esos siervos, muchos hombres a lo largo de la historia se
han preguntado: Si Dios es bueno, por qué hay desastres naturales, por qué hay
guerras, por qué consiente que haya hombre malos y perversos, por qué consiente
que cada día cientos de niños mueran de hambre, por qué permite que miles de
niños sean asesinados en el vientre de sus madre por el crimen abominable del
aborto? Si Dios es bueno, ¿por qué permite que mi esposo, mi hijo, yo mismo
tenga esta enfermedad, este cáncer o haya venido esta desgracia sobre mi
familia?
¿Señor,
no sembraste semilla buena en tu campo? El hombre pregunta a Dios porqué el
mal. La respuesta del señor no es una excusa, sino una constatación: No he sido
yo, yo sólo puedo ser autor de los bueno, ha sido el enemigo. Sí, mi enemigo,
que es también el vuestro: Satanás, el maligno.
Dios,
ante la rebelión de Satanás y el pecado de nuestros primeros padres, podría
haber destruido toda su creación y haber hecho mil creaciones más… Dios podría
enviar un rayo fulminante y hacer
desaparecer en el mismo instante a cada hombre que se revelase contra sus
mandamientos o desobedeciese…
“¿Quieres
que vayamos a arrancarla?” Es lo que refleja la actitud de los siervos y que
muchas veces es también nuestra propia actitud. Muchas veces queremos arrancar
la cizaña rápidamente, no siendo conscientes de que podemos dañar el trigo.
Somos intransigentes con la cizaña de nuestros prójimos, y en cambio, bien laxos
con la nuestra… Pronto levantamos la espada de la justicia y la verdad hacia
los demás, y no lo hacemos hacia nosotros mismos.
La
parábola nos muestra la paciencia como el designio misterioso de la providencia
de Dios: “No, dejad que crezcan juntos hasta el tiempo de la siega”.
Dios
se muestra paciente, prefiere esperar, -a pesar de que detesta el mal- no
quiere por su culpa dañar el trigo plantado… Es más, Dios tiene la esperanza de
que la cizaña pueda convertirse en trigo bueno… pues el Dios en el que creemos
“no quiere la muerte del pecador sino que se convierta de su conducta y viva.”
Por lo que es necesario esperar hasta el momento de la siega. Alguno podrá
acusar a Dios de impasible o insensible, de “pasota”, de vivir tras la barrera…
Alguno podrá perder incluso la fe en ese Dios que no actúa “ya y ahora” y
resuelve su problema, perder la fe en ese Dios que parece que se hace cómplice
del mal y se pone del lado de los malos….
¿Es,
entonces, Dios cómplice del mal? ¿Por qué permite que acampe a sus anchas tanta
maldad y obre libremente…? Desde la fe no podemos decir más que Dios no desea
el mal y si lo consiente es porque “hasta de los males, él puede sacar bienes”.
Él mismo, en su propia carne y santa humanidad será víctima del mal: su pasión
y muerte es fruto de la maldad y ruindad, de la traición y de la venganza, de odio
y de la injusticia. Y, en cambio, por
haber consentido ese mal, Dios nos ha dado el mayor bien que el hombre haya
podido recibir: la redención, el perdón de los pecados, la vida eterna.
Cuesta
aceptar el mal cuando se hace presente en nuestra vida de una forma más
patente; pero como cristianos hemos de aceptarlo desde el misterio providente
de Dios y desde el mismo misterio de la cruz al que estamos llamados
asociarnos. “Si morimos con Cristo, resucitaremos con él; si sufrimos con él,
reinaremos con él.”
Llegará
la siega. Entonces se separará la cizaña del trigo. La cizaña será arrojada al
fuego, el trigo guardado en el granero de Dios. El día de Dios, el día del juicio, que
llegará, pues ya está viniendo, Dios hará justicia; el triunfo de la verdad y
de la bondad será manifiesto ante todos.
Queridos
hermanos:
El
reino de los cielos al que Jesús compara esta parábola del trigo y de la cizaña
es también cada uno de nosotros: donde el bien y el mal crecen juntos. “Ni los buenos son tan buenos ni los malos son
tan malos” –solía decir el rector de mi seminario menor.
Si
examinamos nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestros deseos y
sentimientos, nuestras mismas palabras comprobaremos que hay un porcentaje de
trigo pero también un porcentaje de cizaña.
El
tiempo de nuestra vida es un regalo de la paciencia de Dios. Si el tuviese que
juzgarnos ahora, en cada momento, no tendríamos más destino que el fuego
eterno. “Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación” –decía el
apóstol San Pedro. Considerad que la
paciencia de Dios es nuestra salvación y
ahora hemos de aprovechar el tiempo que Dios nos da, este mismo día, para ir
arrancando o transformando nuestra cizaña en trigo, procurando que haya más
trigo que cizaña.
¿Cómo
hacer esto, cómo poder transformar nuestra cizaña en trigo bueno y qué en el
campo de nuestro corazón haya más trigo?
Siguiendo la enseñanza del apóstol san Pablo en la epístola: “Como
escogidos que sois de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de
misericordia, de benignidad, humildad, modestia y paciencia: sufríos unos a
otros y perdonaos mutuamente.”
Acudamos a María Santísima con
confianza, pues en su corazón sólo hubo trigo bueno: que ella nos enseñe a detestar
el mal y amar el bien, a dejar las obras malas y practicar buenas obras. Que
ella nos de la fuerza y el coraje de arrancar de nuestro corazón toda la cizaña
que nos aparta de Dios. Que así sea. Así lo pedimos. Amén.