COMENTARIO AL
EVANGELIO
25 de julio
SANTIAGO, EL
MAYOR. APÓSTOL
PATRONO DE
ESPAÑA
Las listas bíblicas de los Doce mencionan dos personas
con este nombre: Santiago, el hijo de
Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo
general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el
Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden medir su santidad, sino
sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo
Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy
dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.
El nombre Santiago es
la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre
patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a
las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de
Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar
después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y
san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es
mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente
con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que
fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.
Santiago pudo
participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en
el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús.
Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí: en un caso, Santiago, con los otros dos
Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y
Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se
encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el
Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.
Ciertamente, la
segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para
corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado
por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de
honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de
Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros
sufrimientos.
Esta maduración de la
fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de
forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó
atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de
Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, "por aquel tiempo echó mano
a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a
Santiago, el hermano de Juan" (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia,
que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para
los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por
otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén,
entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia
terrena de Jesús.
Una tradición
sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una
estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio
romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a
España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos,
ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de
numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo
el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el
bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol
itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y
características de la peregrinación de la vida cristiana.
Por consiguiente, de
Santiago podemos aprender muchas cosas:
la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide
que dejemos la "barca" de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo
al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción
ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera
necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos
presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al
inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al
Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la
pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.
Y al final, resumiendo
todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior,
desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza
toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y
los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús
como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el
buen camino.
Benedicto XVI