COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
II DOMINGO DE CUARESMA
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
Transfiguración nos
invita a abrir los ojos del corazón al misterio de la luz de Dios presente en
toda la historia de la salvación. Ya al inicio de la creación el Todopoderoso
dice: «Fiat lux», «Haya luz» (Gn 1, 3), y la luz se separó de la oscuridad. Al
igual que las demás criaturas, la luz es un signo que revela algo de Dios: es
como el reflejo de su gloria, que acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se
presenta, «su fulgor es como la luz, salen rayos de sus manos» (Ha 3, 4). La
luz -se dice en los Salmos- es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104,
2). En el libro de la Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para
describir la esencia misma de Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios,
es «un reflejo de la luz eterna», superior a toda luz creada (cf. Sb 7, 27. 29
s). En el Nuevo Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de
la luz de Dios. Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las
tinieblas del mal. Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la
mentira y el pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de
los hombres y el camino de la historia. «Yo soy la luz del mundo -afirma en el
Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz
de la vida» (Jn 8, 12).
¡Cuánta necesidad
tenemos, también en nuestro tiempo, de salir de las tinieblas del mal para
experimentar la alegría de los hijos de la luz! Que nos obtenga este don María,
a quien ayer, con particular devoción, recordamos en la memoria anual de la
dedicación de la basílica de Santa María la Mayor. Que la Virgen santísima
consiga, además, la paz para las poblaciones de Oriente Próximo, martirizadas
por luchas fratricidas. Sabemos bien que la paz es ante todo don de Dios, que
hemos de implorar con insistencia en la oración, pero en este momento queremos
recordar también que es compromiso de todos los hombres de buena voluntad. ¡Que
nadie se substraiga a este deber!
Benedicto XVI