“BENDECIR”. Reflexión diaria acerca de la Palabra
de Dios.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de
bienes espirituales y celestiales. (Ef 1,3)
En Cristo hemos sido enriquecidos en todo,
bendecidos abuntamente por Dios, pues con él nos lo ha dado todo, con él se ha
dado el mismo Dios a nosotros.
Desde las primeras páginas de la Escritura vemos la
benevolencia divina y su bondad para con nosotros los hombres en su deseo de
bendecirnos: de llenar al hombre de bienes. Dios entrega al hombre la creación
y los bendice: una bendición que está en relación con la fecundidad de la
tierra y de la misma unión de Adán y Eva.
Dios bendice igualmente a Noé tras el diluvio para
que vuelva a tomar la naturaleza y poblar la tierra.
Dios bendice también a Abraham por haberse fiado de
su palabra, por su fe. Una bendición llamada a prologarse de generación en
generación, a transmitirse de padres a hijos. “En tu nombre, se bendecirán
todos pueblos de la tierra.”
Bendiciones divinas que se realizan en su plenitud
en Jesús, hijo de Adán, hijo de Abraham, hijo de David. Él nos ha liberado de
la maldición del pecado y de la muerte haciéndose el maldito por nuestros
pecados “colgado del madero”.
Ante la bendición de Dios el hombre ha de responder
con la bendición: “Benediciré tu nombre por siempre, Dios mío mi Rey.” El
hombre bendice a Dios porque él es digno de toda bendición, y bendice a Dios
por todos los bienes que él nos da.
La liturgia de la Iglesia, y la santa misa en particular, es la mejor oración de bendición pues es sacrificio de alabanza y bendición. ¡Qué hermosas son las palabras del salmista que la Iglesia hace decir al sacerdote antes de comulgar la sangre de Cristo! “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre.” Es en Jesús y por Jesús, por quién hemos sido bendicidos y podemos bendecir debidamente a Dios, Padre de todas las benediciones.