Día
veintinueve
I. Alabaca
1. Entre las plantas odoríficas que son estimadas
y esmeradamente cultivadas en los jardines y terraplenes, la alabaca
tiene la preferencia. Su flor no tiene estima, pero va adjunta a la viola
morada y con ella forma ramillete.
II. La humildad
2. La soberbia entumece y exalta al hombre y le
coloca en un lugar que no le corresponde, pretendiendo hacerle pasar
por lo contrario de lo que es y ostentando lo que no tiene. Para no
perecer envenenado por el hálito pestífero de esta infernal cabeza,
necesitamos una virtud que ponga freno a nuestros deseos y apetitos de
honor, gloria, dignidad y grandeza mundana, sea material o espiritual, y
ésta es la humildad. La alabaca, si nadie la comprime, pisa ni toca,
si el viento no la agita, no perfuma el jardín; pero si las dan contra
ella, si va entre pies, si prensan sus hojas, entonces es cuando
da su olor y nos muestra la suavidad de sus perfumes: tal es
el verdadero humilde.
III. La humildad de María
3. ¡Cuán lejos estaba María de pensar que
Gabriel arcángel le anunciase su elección para la alta dignidad
de Madre de Dios! Se tenía por la más dichosa entre las mujeres sólo
con poder besar los pies de aquella virgen pura que había de ser la Madre
del Salvador. Dios vio la humildad de su sierva y la exaltó.
IV. La flor a María
4. Busca en tu alma la humildad verdadera. ¿Te
complaces en ser lo que no eres? ¿Ostentas lo que no tienes? ¿Deseas
ser ante los hombres lo que no eres delante de Dios? ¿Apeteces glorias,
honores y grandezas vanas? Si así fuese, eres soberbio como los demonios…
Siéntate en el lugar más bajo, sea tu dicha ser tratado como merece un
vil pecador: alégrate en las afrentas, devora y come con gusto y buen
apetito los desprecios y los oprobios, y, al poner hoy en manos de María
tus propósitos, dile:
Presentación del ramillete
ORACIÓN.
Humildísima
y purísima Virgen: Yo acepto de buena voluntad, como cosa merecida y
debida, todos los desprecios, afrentas y humillaciones que me vengan,
de cualquier parte que procedan. Yo no quiero pasar sino por aquello
que soy, y soy un pobre y miserable pecador. Recibid, Reina mía, este mi
ramillete como emblema de mi humildad.