sábado, 7 de mayo de 2016

LA BELLEZA DEL CORAZÓN DE MARÍA EL CORAZÓN DE NUESTRA MADRE (3)


LA BELLEZA DEL CORAZÓN DE MARÍA
EL CORAZÓN DE NUESTRA MADRE (3)

La liturgia aplica en repetidas ocasiones a la Virgen María las palabras del Esposo del Cantar de los cantares hacia la esposa: “Toda tú eres hermosa, amada mía, y no hay defecto en ti.” (Cant 4,7) Ella, llena de gracia, refleja en su cuerpo y en su alma la belleza de Dios.
A Dios lo conocemos por sus obras, y ya los filósofos de la antigüedad en su búsqueda de Dios al contemplar la realidad descubrían en Dios tres atributos que entendían esenciales de la divinidad: Dios es bueno, Dios es veraz y Dios es bello. Bondad, Verdad y Belleza –unidas e inseparables- son las características de Dios que ha dejado su huella en la creación.
El hombre busca, desea y anhela lo bueno, la verdad y la belleza. Esta es la experiencia de San Agustín: “La belleza de tus criaturas me atraía y cautivaba mi corazón; y no sabía descubrir que era sólo un reflejo de tu infinita hermosura.” “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.”
La belleza produce en nosotros la atracción y el amor. Y en todo lo que hacemos diariamente buscamos lo más bello, lo mejor, lo más perfecto... Esta deseo amoroso también nos conduce a Dios. Belleza sin límites. Dios infinitamente bello y hermoso reúne en su ser todo lo que el hombre puede entender como armonioso, ordenado, proporcionado, luminoso, brillante, puro… Por eso, la belleza de Dios es comparada en la sagrada escritura con el oro purísimo y la plata más refinada, como un edificio bien estructurado, o con el resplandor del sol.
Dios ha comunicado esa belleza a su creación, y en particular, de un modo único y singular esa belleza resplandece en el Corazón Inmaculado de María: pues ella es la obra perfecta de Dios, en ella derramó todas las gracias.
“Toda hermosura eres, María.
Y la mancha original no está en ti.
Tú eres la gloria de Jerusalén.
Tú, la alegría de Israel.
Tú eres el honor de nuestro pueblo.
Tú eres la abogada de los pecadores.”
Una belleza externa que refleja también la belleza de su alma, toda sin pecado ni arruga, una belleza que brota de un corazón lleno de Dios.
Al contemplar la belleza del Corazón Inmaculado de María recibimos una “saludable sacudida”, -en palabras de Benedicto XVI- que nos hace salir de nosotros mismos, nos arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día e incluso nos hace sufrir, como un dardo que nos hiere, pero precisamente de este modo nos "despierta" y nos vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente, dándole alas e impulsándolo hacia lo alto; hacia Dios.
Vivimos en una cultura que se está transformando los conceptos de verdad, de bondad y de belleza… nosotros como cristianos no podemos dejarnos seducir por esas luces de neón de las mentiras ofrecidas como verdades, de lo malo presentado como bueno, de los feo como bello…
Al contemplar el Corazón de María hemos de descubrir en él el reflejo de los atributos divinos: la bondad, la belleza y la verdad como tres realidades que caminan juntas y que siempre van unidas y siguiendo el consejo del papa Papa Juan Pablo II hemos de esforzarnos en "armonizar la belleza con la bondad y la santidad de vida para que resplandezca en el mundo el rostro luminoso de Dios bueno, admirable y justo.” Al contemplar el Corazón Inmaculado hemos de despertar en nosotros el deseo y el amor por lo bueno, lo bello y lo veraz.
Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios -nos dice Jesús en el Evangelio. Para descubrir la belleza de Dios, para descubrir la belleza de nuestra fe católica, de la moral cristiana, para entusiasmarnos ante la belleza de María Inmaculada hemos de purificar nuestro corazón y nuestros sentidos. El hombre de hoy cegado por el pecado y sus pasiones le cuesta reconocer a Dios bello. Hemos de emprender un camino de purificación para que podamos finalmente ver a Dios. Pidámoslo así a Nuestra Señora.