sábado, 28 de mayo de 2016

CONSERVAR LA VIDA DE LA GRACIA. VIRTUDES DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN MARÍA


CONSERVAR LA VIDA DE LA GRACIA
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN MARÍA
“Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado” (2 Tm 1, 14) son las palabras del Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo y que bien podemos aplicar a la vida de la gracia recibida de Dios en el bautismo por la justificación obtenida por la pasión de Cristo. Esa gracia recibida por Dios, esa obra de santificación en nosotros, simbolizada en el rito del Bautismo con la vestidura blanca, que al imponérsenos se nos dice “consérvala sin mancha hasta el tribunal de nuestro Señor Jesucristo para que poseas la vida eterna” es el mayor tesoro que hayamos podido recibir y que antes deberíamos desear la muerte a exponernos a perderla.
“Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.” Mt 26, 41 Por nuestra debilidad y fragilidad, por nuestra inconciencia y falta de coherencia, por nuestra acedia y desidia, tristemente machamos la pureza de nuestra alma con el pecado y sin caer en la cuenta perdemos el tesoro de la vida eterna, de la vida de gracia.
“Vigilad y orad.”  El cristiano ha de esforzarse con todo su mente, con toda su inteligencia, con toda su voluntad y corazón en vivir y permanecer en estado de gracia, libre de pecado mortal. Vivir en gracia significa no querer pecar y, caso de caer en pecado, arrepentirse y confesarse para volver a estar en gracia, lo antes posible. Este estado permanente de gracia es la mayor señal de que vamos por el buen camino de la salvación.  La mayor “desgracia”, calamidad y desastre para el cristiano es no estar en gracia, no vivir en amistad con Dios.
Muchos dirán que vivir en gracia permanente es imposible, pero esto negarían por tanto la posibilidad de salvarse y la imposibilidad de cumplir la voluntad de Dios expresada en los mandamientos.
Pero Dios no puede mandarnos algo que sea inalcanzable. Él hace posible por su gracia lo que manda. Jesús dice: “El que me ama guardará mi mandatos.” “El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto.” El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo.
Contemplemos a María, llena de gracia siempre, desde su inmaculada concepción en el seno de su madre santa Ana. Ella permaneció siempre en estado de gracia, sin disminuir, siempre aumentando en ella el caudal del amor de Dios. Y esto fue posible por su vida de unión con Dios Padre, con su Hijo y su docilidad al Espíritu Santo. Siempre unida a Dios, siempre con su corazón, su inteligencia, su voluntad, todas sus facultadas en Dios.
Con razón la Iglesia ve en el elogio de la sabiduría la personificación de la Virgen:
Elevada estoy cual cedro sobre el Líbano y cual ciprés sobre el monte de Sión. Extendí mis ramas como una palma de Cadés y como el rosal plantado en Jericó. Me alcé como un hermoso olivo en los campos y como el plátano en las plazas junto al agua. Como el cinamomo y el bálsamo aromático despedí fragancia. Como mirra escogida exhalé suave olor. Y llené mi habitación de oloríferos perfumes, como de estoraque, de gálbano, de onique y de lágrimas de mirra y de incienso virgen, y mi fragancia es corno la del bálsamo sin mezcla. Yo extendí mis ramas como el terebinto, y mis ramas están llenas de majestad y hermosura. Como la vid broté pimpollos de suave olor, y mis flores dan frutos de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia y el camino de la verdad; en mí, toda la esperanza de vida y de virtud. Venid a mí todos los que os halláis presos de mi amor y saciaos de mis frutos; porque mi espíritu es más dulce que la miel, y más suave que el panal de miel, mi herencia.” Eclesiástico 24, 17-27
Por tanto, para conservar en nosotros la vida de la gracia hemos de mantener, avivar y trabajar nuestra unión con Jesús.
Decía el Papa Francisco: “Debemos permanecer fieles al bautismo, y crecer en la intimidad con el Señor mediante la oración, la escucha y la obediencia a su Palabra, la participación en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Reconciliación. Si uno está íntimamente unido a Jesús, disfruta de los dones del Espíritu Santo, que – como nos dice San Pablo – son "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo" (Gálatas 5:22 ); y por consecuencia hace tanto bien al prójimo y a la sociedad como verdadero cristiano.”

¿Cómo hacerlo?
·         Siendo hombres de oración, dedicando tiempo a comunicarnos con Dios y a adorarlo. Oraciones vocales pero también oración mental, dejando que el Dios nos hable.
·         La meditación de la Palabra de Dios, particularmente de los Evangelios que nos muestran a Jesús que es nuestro camino para la vida eterna, a quién hemos de seguir e imitar.
·         Recibiendo los Sacramentos, especialmente la Sagrada Comunión. También la Confesión, aunque solo haya pecados veniales, es ocasión para que Dios nos llene de su gracia.
·         La práctica de las buenas obras que expresan nuestro amor a Dios y al prójimo. ¡Qué oportuno ha sido el Papa Francisco al invitarnos a redescubrir la obras de misericordia como signo auténtico de nuestra fe en Jesús!
·         La aceptación de la cruz, ofreciendo a Dios la enfermedad y el sufrimiento que nos sobrevenga.
·         Los sacrificios y las obras de penitencia, nos ayudan también a vivir unidos a Cristo crucificado que ha dado su vida por nosotros.
Como medio excelente para vivir la vida de unión con Jesús está la verdadera devoción a la Virgen María tal y como nos enseña san Luis María Grignon de Montfort mediante la consagración total a Jesucristo por medio de Nuestra Señora. 

Acudamos a la intercesión de nuestra Señora la Virgen María para que ella nos ayude a mantener siempre nuestra unión con Jesús, a ser consciente de la importancia de no perder la vida de la gracia, pidámosle también la fuerza para mantenernos en estado de amistad con Dios y luchar contra las tentaciones: María, Madre nuestra, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. Amén.