CONSERVAR LA VIDA DE LA GRACIA
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN MARÍA
“Guarda,
mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido
encomendado” (2 Tm 1, 14) son las palabras del Apóstol Pablo a su discípulo
Timoteo y que bien podemos aplicar a la vida de la gracia recibida de Dios en
el bautismo por la justificación obtenida por la pasión de Cristo. Esa gracia
recibida por Dios, esa obra de santificación en nosotros, simbolizada en el
rito del Bautismo con la vestidura blanca, que al imponérsenos se nos dice “consérvala
sin mancha hasta el tribunal de nuestro Señor Jesucristo para que poseas la
vida eterna” es el mayor tesoro que hayamos podido recibir y que antes
deberíamos desear la muerte a exponernos a perderla.
“Velad
y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil.” Mt 26, 41 Por nuestra debilidad y fragilidad, por nuestra inconciencia
y falta de coherencia, por nuestra acedia y desidia, tristemente machamos la
pureza de nuestra alma con el pecado y sin caer en la cuenta perdemos el tesoro
de la vida eterna, de la vida de gracia.
“Vigilad
y orad.” El cristiano ha de esforzarse
con todo su mente, con toda su inteligencia, con toda su voluntad y corazón en
vivir y permanecer en estado de gracia, libre de pecado mortal. Vivir en gracia
significa no querer pecar y, caso de caer en pecado, arrepentirse y confesarse
para volver a estar en gracia, lo antes posible. Este estado permanente de
gracia es la mayor señal de que vamos por el buen camino de la salvación. La mayor “desgracia”, calamidad y desastre
para el cristiano es no estar en gracia, no vivir en amistad con Dios.
Muchos
dirán que vivir en gracia permanente es imposible, pero esto negarían por tanto
la posibilidad de salvarse y la imposibilidad de cumplir la voluntad de Dios
expresada en los mandamientos.
Pero
Dios no puede mandarnos algo que sea inalcanzable. Él hace posible por su
gracia lo que manda. Jesús dice: “El que me ama guardará mi mandatos.” “El que
permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto.” El fruto evocado en estas
palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo.
Contemplemos
a María, llena de gracia siempre, desde su inmaculada concepción en el seno de
su madre santa Ana. Ella permaneció siempre en estado de gracia, sin disminuir,
siempre aumentando en ella el caudal del amor de Dios. Y esto fue posible por
su vida de unión con Dios Padre, con su Hijo y su docilidad al Espíritu Santo. Siempre
unida a Dios, siempre con su corazón, su inteligencia, su voluntad, todas sus
facultadas en Dios.
Con
razón la Iglesia ve en el elogio de la sabiduría la personificación de la
Virgen:
“Elevada estoy cual cedro sobre el Líbano y
cual ciprés sobre el monte de Sión. Extendí mis ramas como una palma de Cadés y
como el rosal plantado en Jericó. Me alcé como un hermoso olivo en los campos y
como el plátano en las plazas junto al agua. Como el cinamomo y el bálsamo
aromático despedí fragancia. Como mirra escogida exhalé suave olor. Y llené mi
habitación de oloríferos perfumes, como de estoraque, de gálbano, de onique y
de lágrimas de mirra y de incienso virgen, y mi fragancia es corno la del
bálsamo sin mezcla. Yo extendí mis ramas como el terebinto, y mis ramas están llenas
de majestad y hermosura. Como la vid broté pimpollos de suave olor, y mis
flores dan frutos de gloria y de riqueza. Yo soy la madre del amor hermoso, y
del temor, y de la ciencia, y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia
y el camino de la verdad; en mí, toda la esperanza de vida y de virtud. Venid a
mí todos los que os halláis presos de mi amor y saciaos de mis frutos; porque mi
espíritu es más dulce que la miel, y más suave que el panal de miel, mi
herencia.” Eclesiástico 24, 17-27
Por
tanto, para conservar en nosotros la vida de la gracia hemos de mantener,
avivar y trabajar nuestra unión con Jesús.
Decía
el Papa Francisco: “Debemos permanecer fieles al bautismo, y crecer en la
intimidad con el Señor mediante la oración, la escucha y la obediencia a su
Palabra, la participación en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y
la Reconciliación. Si uno está íntimamente unido a Jesús, disfruta de los dones
del Espíritu Santo, que – como nos dice San Pablo – son "amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí
mismo" (Gálatas 5:22 ); y por consecuencia hace tanto bien al prójimo y a
la sociedad como verdadero cristiano.”
¿Cómo
hacerlo?
·
Siendo
hombres de oración, dedicando tiempo a comunicarnos con Dios y a adorarlo. Oraciones
vocales pero también oración mental, dejando que el Dios nos hable.
·
La
meditación de la Palabra de Dios, particularmente de los Evangelios que nos
muestran a Jesús que es nuestro camino para la vida eterna, a quién hemos de
seguir e imitar.
·
Recibiendo
los Sacramentos, especialmente la Sagrada Comunión. También la Confesión, aunque
solo haya pecados veniales, es ocasión para que Dios nos llene de su gracia.
·
La
práctica de las buenas obras que expresan nuestro amor a Dios y al prójimo.
¡Qué oportuno ha sido el Papa Francisco al invitarnos a redescubrir la obras de
misericordia como signo auténtico de nuestra fe en Jesús!
·
La
aceptación de la cruz, ofreciendo a Dios la enfermedad y el sufrimiento que nos
sobrevenga.
·
Los
sacrificios y las obras de penitencia, nos ayudan también a vivir unidos a
Cristo crucificado que ha dado su vida por nosotros.
Como medio excelente para vivir la vida de unión con Jesús está la verdadera devoción a la Virgen María tal y como nos enseña san Luis María Grignon de Montfort mediante la consagración total a Jesucristo por medio de Nuestra Señora.
Como medio excelente para vivir la vida de unión con Jesús está la verdadera devoción a la Virgen María tal y como nos enseña san Luis María Grignon de Montfort mediante la consagración total a Jesucristo por medio de Nuestra Señora.