Santo Rosario.
Por la señal...
Monición inicial:
El 7 de abril de 1719, volaba al cielo San Juan Bautista
de la Salle, sacerdote francés que se
dedicó con ahínco a la instrucción humana y cristiana de los niños, en especial
de los pobres, instituyendo la Congregación de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas. Los sufrimientos provocados por la Fundación lo unieron íntimamente
a la Pasión de Cristo.
Entre sus meditaciones, dejó escrito estas preguntas
que podemos hacérnoslas a nosotros: ¿Rezáis
vosotros y hacéis que vuestros alumnos recen el rosario cada día? ¿Con qué piedad lo recitáis y hacéis que lo
reciten? ¿Cumplís con esta oración como tributo que se ofrece (en nuestro
Instituto) a la Santísima Virgen y como poderoso medio para atraer sobre él y
sobre vuestro empleo su ayuda y protección?
Ofrecemos este rosario por todos aquellos que se
dedican a la enseñanza para que su labor no sólo sea profesional sino
vocacional.
Señor
mío Jesucristo...
MISTERIOS GLORIOSOS
1.-La
Resurrección del Señor.
“Así,
pues, puesto que Jesucristo, al resucitar, destruyó el pecado, haced, siguiendo
el aviso de san Pablo, que el pecado no reine más en vuestro cuerpo mortal;
clavad ese cuerpo, con todas sus aficiones desordenadas, a la cruz de
Jesucristo, lo que lo hará, por anticipado, partícipe de la incorruptibilidad,
a imitación del suyo, al preservarlo del pecado, principio de toda corrupción. La
resurrección de Jesucristo debe procuraros, además, el beneficio de resucitar espiritualmente,
haciéndoos vivir según la gracia; es decir, de haceros entrar en una vida del
todo nueva y celestial.”
2.- La
Ascensión del Señor
“Reconoced
que la subida de Jesucristo al cielo resulta muy provechosa para vosotros, pues
de allí proceden todos los dones que han de enriquecer y adornar vuestra alma.
En efecto, Jesucristo se muestra liberal con los hombres en virtud de la
potestad que hoy recibe sobre todas las criaturas, tanto del cielo como de la tierra.
En cuanto cabeza suya, los hace partícipes de la vida de la gracia, cuya
plenitud posee; y, en calidad de mediador, presenta vuestras oraciones y vuestras
buenas obras a Dios, su Padre; y Él mismo ruega por vosotros, para atraer su
misericordia sobre vosotros, e impedir que descargue su ira contra vosotros,
cuando le ofendéis. Decid, pues, con san Agustín, que la Ascensión de
Jesucristo es vuestra gloria, el motivo de vuestra esperanza y la prenda de vuestra
felicidad. Haceos dignos de tener a Jesucristo por vuestro soberano, vuestra
cabeza y vuestro mediador en el cielo.”
3.- La Venida
del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en torno a la Virgen María
“Si
queréis, pues, disponeros en la medida que Dios os lo exige, a ser colmados del
Espíritu de Dios el día de Pentecostés, día en que derrama gustoso sus gracias,
puesto que en tal día se comunicó a los santos apóstoles y a cuantos entonces
componían la Iglesia, aplicaos atenta y fervorosamente a la oración, para que
podáis ser colmados de las gracias de Dios. No ceséis de rogarlo durante estos
días santos. Repetidle a menudo, con la Iglesia, estas santas palabras: Envía
tu Espíritu Santo para darnos nueva vida, y renovarás la faz de la tierra.”
4.- La
Asunción de María Santísima a los Cielos
“Puesto
que nosotros hemos abandonado el mundo, nada ha de ser capaz de apegarnos a él;
debemos estar siempre dispuestos a morir. Ese es el fruto del desprendimiento
de todas las cosas; el morir sólo cuesta cuando cuesta abandonar lo que se ama
y lo que nos ata. Imponeos, pues, la tarea de imitar a la Santísima Virgen en
su total desasimiento y pedid a Dios, por su auxilio, la gracia de bien morir.”
5.- La
Coronación de la Virgen como Reina y Señora de todo lo Creado.
“Era
muy justo que la Santísima Virgen, que había recibido abundancia de gracias, y
a las que siempre fue muy fiel, fuera igualmente colmada de gloria; y que su
cuerpo, espiritualizado por la renuncia a los placeres de los sentidos, muriese
sólo para cumplir la ley común, y que siguiera a su alma al cielo. Si nos
desligamos plenamente de nuestro cuerpo, llevaremos en la tierra vida celestial;
y nuestro cuerpo, aun muerto, al haber adquirido cierta especie de incorruptibilidad,
vivirá siempre ante Dios, merced a la transformación que en él habrá operado la
gracia. Pedid a la Santísima Virgen que os alcance hoy este favor: que vuestro
cuerpo, al participar de la vida de vuestra alma por la mortificación de los
sentidos, no guste ya nada de lo que hay en la tierra, y viva, en cierto modo,
como si estuviera en el cielo.”