Homilía de maitines
DOMINGO DE
PENTECOSTÉS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
HOMILÍA DE SAN GREGORIO, PAPA.
Nos proponemos, hermanos
carísimos, ser muy breves en la explicación de las palabras evangélicas, a fin
que después podáis deteneros más tiempo en la contemplación de una tan gran
solemnidad. Porque hoy el Espíritu Santo, con un inesperado estruendo descendió
sobre los discípulos y transformó sus corazones carnales por medio de su amor.
Al aparecer en su exterior las lenguas de fuego, sus corazones quedaron
interiormente inflamados, ya que viendo a Dios bajo el aspecto de fuego,
ardieron suavemente en su amor. Porque el Espíritu Santo es amor, por lo cual
dice San Juan: “Dios es caridad”. Por tanto, aquel que con toda su alma desea a
Dios, ya posee ciertamente al que ama, ya que nadie podría amar a Dios, si no
tuviera al que ama.
Si a cualquiera de vosotros se
le pregunta, si ama a Dios, con toda confianza y seguridad responderá: Le amo.
Pero habéis oído lo que al principio mismo de la lectura evangélica dice la
Verdad: “Si alguno me ama, guardará mi palabra”. De consiguiente, la prueba del
amor son las obras. Por esto San Juan, en su Epístola, dice: “El que dice: Amo
a Dios, sino guarda sus Mandamientos, este tal es un mentiroso”. Amamos de
verdad a Dios, si guardamos sus preceptos; si nos abstenemos de los placeres
vedados. Pues aquel que se deja arrastrar por los placeres ilícitos, en verdad
no ama a Dios, supuesto que con su voluntad le contradice.
“Y mi Padre le amará, y
vendremos a Él, y constituiremos en él nuestra morada.” Pensad, carísimos hermanos, cuán grande sea
esta dignidad, de tener en la habitación de nuestra alma la morada del mismo
Dios. Ciertamente si en nuestra casa entrase alguien muy rico o muy poderoso,
con toda diligencia la limpiaríamos, a fin de que nada pudiese desagradar al
huésped. Purifique, por lo tanto, las manchas de su interior, el que prepara
para Dios la habitación de su alma, ya que Dios no puede morar en el alma
manchada por el pecado mortal. Mas tened en cuenta lo que dice la Escritura:
“Vendremos y haremos nuestra morada en Él”. Es cierto que el Señor viene a los
corazones de algunos, y no hace en ellos su morada, ya que si bien mediante la
compunción conciben cierto temor de Dios, con todo, al ser tentados se olvidan
de que se hayan compungido, y así vuelven a los pecados de tal suerte como si
jamás los hubiesen llorado.