EL PRINCIPIO DEL DESTINO UNIVERSAL DE
LOS BIENES
Reflexión diaria del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 171-174)
Dios
ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino
universal de los bienes de la tierra. La
persona no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus
necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia;
estos bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer,
para comunicarse, para asociarse y para poder conseguir las más altas
finalidades a que está llamada.
Todo
hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno
desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el «primer principio
de todo el ordenamiento ético-social» y
«principio peculiar de la doctrina social cristiana». Esto es un derecho natural y es originario,
es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención
humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los mismos, a
cualquier sistema y método socioeconómico.
La
actuación concreta del principio del destino universal de los bienes, según los
diferentes contextos culturales y sociales, implica una precisa definición de
los modos, de los límites, de los objetos. Para un
ejercicio justo y ordenado de los bienes, son necesarias intervenciones
normativas, fruto de acuerdos nacionales e internacionales, y un ordenamiento
jurídico que determine y especifique tal ejercicio.
La
economía debe tener presente el origen y la finalidad de los bienes creados,
para así realizar un mundo justo y solidario.
El destino universal de
los bienes comporta un esfuerzo común para que todos puedan disfrutar de las condiciones
para su desarrollo integral. Este principio corresponde al llamado que el
Evangelio incesantemente dirige a las personas y a las sociedades de todo
tiempo, siempre expuestas a las tentaciones del deseo de poseer, a las que el
mismo Señor Jesús quiso someterse para enseñarnos el modo de superarlas con su
gracia.