LOS POBRES, LO PRIMERO
Reflexión diaria del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (n. 175-181)
Como
consecuencia del principio social del destino universal de los bienes es la
exigencia de velar con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se
encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas
cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. Es el ejercicio de la caridad cristiana, que
no solo obliga en particular a cada cristiano, sino también a toda la sociedad.
La miseria humana es el
signo evidente de la condición de debilidad del hombre y de su necesidad de
salvación. De ella se compadeció Cristo Salvador, que se identificó con sus
hermanos más pequeños. «Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan
hecho por los pobres. La buena nueva anunciada a los pobres es el signo de la
presencia de Cristo.
Jesús
dice: “Pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre” no
para contraponer al servicio de los pobres la atención dirigida a Él. El
realismo cristiano, mientras por una parte aprecia los esfuerzos laudables que
se realizan para erradicar la pobreza, por otra parte pone en guardia frente a
posiciones ideológicas y mesianismos que alimentan la ilusión de que se pueda
eliminar totalmente de este mundo el problema de la pobreza. Esto sucederá sólo
a su regreso, cuando Él estará de nuevo con nosotros para siempre. Mientras
tanto, los pobres
quedan confiados a nosotros y en base a esta responsabilidad seremos juzgados
al final: « Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si
omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que
son sus hermanos ».
El amor de la Iglesia por
los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de
Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material
y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa. La Iglesia desde los orígenes, no ha
cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Y en esta año de
la Misericordia, el Papa Francisco nos ha ayudado a caer en la cuenta de la
importancia de la práctica de las obras de misericordia corporales y
espirituales.
Es
necesario, sin embargo, afirmar que: Cuando damos a los pobres las cosas
indispensables no hacemos caridad, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más
que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia.
El amor por los pobres
es ciertamente incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso
egoísta del que nosotros y nuestra sociedad está enferma. Pidamos al Señor, ser
desprendidos y de corazón generoso.