JUEVES
DE LA OCTAVA DE PENTECOSTES
FIESTA
EXTRALITÚRGICA DE CRISTO SACERDOTE
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA DE SAN AMBROSIO, OBISPO
Libro 6 sobre el cap. De San Lucas
Los preceptos evangélicos señalan como debe ser el
que evangelice el reino de Dios, a saber; debe proceder sin bastón, sin
alforja, sin calzado, sin pan, sin dinero, esto es, sin buscar los auxilios de
este mundo, sino que debe creer por la fe que cuanto menos busque aquellas
cosas, con más abundancia le serán otorgadas. Esta mismas palabras del
Evangelio, podemos si queremos, interpretarlas como encaminadas a la
espiritualización de los afectos de nuestro corazón. Este, en efecto, parece
que en cierta manera se despoja como de un vestido material, cuando no
contentándose con el desprecio de las
ambiciones y de las riquezas, renuncia además a las seducciones de la carne. A
los predicadores del Evangelio, se les da en primer lugar el precepto general
de paz, de mantener la constancia, de observar las leyes que impone la
hospitalidad. Pues ciertamente es muy impropio del predicador del reino
celestial, recorrer las casas y desconocer las leyes de la inviolable
hospitalidad.
Más, si como se nos prescribe la gratitud por el
beneficio de la hospitalidad, así se nos ordena que si no somos recibidos,
sacudamos el polvo y abandonemos la ciudad.
Con esto se nos indica que la recompensa de la hospitalidad no será
poca, ya que no tal solo con ella conseguirán la paz los que nos reciban, sino
que si tuvieran en su conciencia alguna mancha, efecto de su fragilidad, esta
se borrara con los predicadores apostólicos. No sin motivo, en el Evangelio de
San Mateo se recomienda a los Apóstoles el escoger la casa en que deban morar,
a fin de que no se expongan al peligro de quebrantar la hospitalidad cambiando
de morada. Pero no se prescribe igual precaución al que recibe al huésped, no
sea que al elegirle sufra menoscabo la verdadera hospitalidad.
Mas este precepto relativo a la sagrada obligación
de la hospitalidad, puede también aplicarse en sentido espiritual. Pues cuando
se elige una casa, se busca un huésped digno. Veamos por lo mismo, si con ello
se nos manifiesta la preferencia que debemos dar a la iglesia y a Cristo. Y a
la verdad, ¿qué casa más digna de recibir la predicación apostólica que la
Iglesia? Y, ¿quién debe ser más preferido que Cristo, el cual acostumbra lavar
los pies a sus huéspedes, y lo que es más, no permite que los que ha recibido
en su casa permanezcan en un camino inmundo, sino que al hallarlos cubiertos de
manchas de la vida pasada, se digna purificarlos para el provenir? Por lo
tanto, Cristo es él solo huésped a quien nadie debe dejar, ni cambiar por otro.
Con razón se le dirigen estas palabras: “Señor ¿a quién iremos? Tú eres el que
tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos.”
Transcripto por Dña. Ana María Galvez