sábado, 23 de enero de 2021

TODA SANTIDAD CONSISTE EN EL AMOR A JESUCRISTO. San Alfonso Marío de Ligorio


 
 COMENTARIO AL EVANGELIO 
SOLEMNIDAD DE SAN ILDEFONSO
 
TODA SANTIDAD CONSISTE EN EL AMOR A JESUCRISTO. 
San Alfonso Marío de Ligorio

Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto.

¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? Él nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh hombre –así nos habla–, que yo he sido el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo». Dios, sabiendo que al hombre se lo gana con beneficios, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos del amor».

Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre. Además de haber dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento y voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo ello por amor al hombre, para que todas aquellas criaturas estuvieran al servicio del hombre, y así el hombre lo amara a él en atención a tantos beneficios.

Y no sólo quiso darnos aquellas criaturas, con toda su hermosura, sino que además, con el objeto de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a sí mismo por entero a nosotros.

El Padre eterno llegó a darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros estábamos muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿que es lo que hizo? Llevado por su amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el pecado.

Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con él todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Tratado sobre la práctica del amor a Jesucristo, edición latina, Roma 1909, pp.9-14.



 

EVANGELIO DEL DÍA: VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA

SOLEMNIDAD DE SAN ILDEFONSO DE TOLEDO
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.  «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.  Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.  Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.

 COMENTARIO AL EVANGELIO

ABRE LOS TESOROS DE TU MISERICORDIA. Oración de San Ildefonso de Toledo

ORACIÓN ANTE DE LA PREDICACIÓN Y ENSEÑANZA AL PUEBLO. Oración de San Ildefonso de Toledo

ORACIONES A LA VIRGEN. Oraciones de San Ildefonso de Toledo

UNIDOS A JESÚS, LOS CRISTIANO PUEDEN DIFUNDIR LA LUZ DEL AMOR DE DIOS

SAN ILDEFONSO, AMANTE DE LA VERDAD. Homilía en la solemnidad de san Ildefonso

SAN ILDEFONSO, MISIONERO DE LA MISERICORDIA. Homilía

ECCE SACERDOS MAGNUS. Homilía en la solemnidad de San Ildefonso y conmemoración del Padre Pío

SAN ILDEFONSO Y PADRE PIO, ALIMENTADOS POR LA PALABRA DE DIOS. Homilía

LA CONDESCENDECIA. VIRTUDES DE NUESTRA MADRE

jueves, 21 de enero de 2021

Oración por la unidad de los cristianos. San John Henry Cardenal Newman



Oración por la unidad de los cristianos  
San John Henry Cardenal Newman

Señor nuestro Jesucristo, que momentos antes de la Pasión oraste por los que iban a ser tus discípulos hasta el fin del mundo, para que todos fueran uno, como tú estás en el Padre y el Padre en ti; compadécete de tanta división como existe entre quienes profesan tu fe. Derriba los muros de separación que divide hoy a los cristianos.

Mira con ojos de misericordia las almas que han nacido en una u otra comunión cristiana, obra de los hombres, que no tuya.

Atráelos a todos a esta única comunión que implantaste desde el principio: a la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica...

Como en el cielo solamente existe una sociedad santa, que no exista en la tierra más que una comunión que confiese y glorifique tu santo nombre. Amén.

Las Señales Del Espíritu de Jesucristo (85.2) Hora Santa con San Pedro Julián Eymard.

 

Las Señales Del Espíritu de... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

 

LAS SEÑALES DEL ESPÍRITU DE JESÚS (2)

 Hijo, observa con cuidado los movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque son muy contrarios y sutiles; de manera que con dificultad son conocidos, sino por varones espirituales e interiormente iluminados” (Imit., L. III, c. LIV)

II

Al analizar la primera señal de la vida sobrenatural, he dicho que se precisaba ser fuerte contra el pecado y contra sí mismo. No sólo es leche la piedad, sino también fuerza, que es lo que nos hace falta para asegurar la victoria. El reposo prolongado amortigua las fuerzas, en tanto que el ejercicio nos hace aguerridos y nos robustece.

Es falsa toda piedad que no quiere echar mano de la fuerza, que no llega a ser fuerte.

1.º Hay una fuerza brutal que debe emplearse contra las pasiones. No es una fuerza razonada, porque quien se mete a razonar con el seductor está perdido, pues le tiene en alguna estima por lo mismo que consiente en discutir con él. De esta fuerza brutal hemos de valernos contra nosotros mismos y contra el mundo, y debe ser cruel, intolerante como la misma vida religiosa, que rompe toda relación con la carne y la sangre. Lejos de nosotros la tolerancia.

¡Nada de tolerancia con el enemigo! “No he venido a traer la paz, dice el Salvador; he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre” (Mt 10, 35), y al hombre de sí mismo. Jesucristo fue el primero en sacar la espada contra los sensuales e hipócritas fariseos; esta espada la ha lanzado al mundo, y los cristianos deben recogerla; un pedazo basta, pero por lo menos esto hay que cogerlo. Es una espada bien templada, templada en la sangre de Jesucristo y en el fuego de lo alto. El reino de los cielos padece violencia, y sólo los violentos lo arrebatan: Rapiunt illud (Mt 11, 12). Jesucristo quiere para el cielo varones violentos, sin misericordia, escaladores, capaces de todo; que declaran y mantienen por su nombre una guerra sin cuartel; que odian a su padre, a su madre, a todos sus deudos. Claro que me refiero al pecado, no a las personas. Guerra contra sí mismo, contra los siete pecados capitales, o, lo que es lo mismo, contra las tres concupiscencias. Hay que cortar hasta el corazón, hasta la raíz, y es cosa que nunca se acaba.

¡Oh cuán violento es este combate! Siempre hay que volver a comenzar, y la victoria del día de hoy no asegura la de mañana. Se vence un día para verse aherrojado con cadenas al día siguiente. El ponerse a descansar basta para prepararse una derrota: quienes vencen son aquellos que nunca cesan de combatir. Hay que escalar el cielo y tomarlo por asalto. La razón por que muchos ven el bien y no tienen ánimo para aceptar el combate es porque, dominados por las pasiones, su vida contradice constantemente sus palabras. Fijaos en Herodes, quien escucha con agrado a san Juan en tanto no le habla sino del reino de Dios en general; pero no bien ataca el precursor su pasión impura, arremete contra él furioso, olvida todo, y llega hasta el extremo de hacerle matar. Hay en el mundo muchas vocaciones religiosas; pero como haya que dar un buen golpe, no se tiene valor para tanto: este primer golpe es más costoso que el mismísimo que nos ha de dar la victoria. El fondo de nuestra naturaleza es cobardía y todos los vicios se resuelven en cobardía. El orgulloso que no parece sino que va a derribar a medio mundo, es más cobarde que cualquier otro; está encadenado y ¡quisiera ser tenido por libre sin sacudir sus cadenas! ¡De la misma esclavitud saca motivos de orgullo!

La piedad que quiera subsistir en medio del mundo, por fuerza tiene que sostener este combate, el cual es tan recio y son tan numerosas las ocasiones de merecimiento y de victoria, que si se tuviera ánimo bastante para combatir generosamente y sin flaquear, el mundo estaría poblado de santos. ¡Ahora que el valor!...

En la vida religiosa el combate tiene por objeto las pasiones. En ella se mete el mundo más de lo que se cree: penetra con el aire, y nuestros ojos y sentidos nos lo hacen sentir. Se dice que los malos sienten como por instinto a los malos; también los buenos sienten a los malos, pero según sea su punto flaco. Pronto se establece la corriente.

2.º Además de esta fuerza brutal también hemos de tener la de la paciencia. Ya sea que os hayáis dado a la vida de piedad en medio del mundo, ya hayáis abrazado la vida religiosa, tenéis dado el gran golpe y habéis cortado el nudo gordiano con la espada de Jesucristo.

Como habéis pasado el mar Rojo, está bien que entonéis un cántico de victoria; pero necesitáis paciencia para atravesar el desierto. A los judíos les faltó esta fuerza, que es la paciencia, y así se sublevaron contra el mismo Dios.

Pues bien, tened entendido que la verdadera fuerza no es la que asesta un golpe tremendo y luego descansa, sino la que uno y otro día continúa combatiendo y defendiéndose. Esta fuerza es la propia humildad, que no se desalienta ni se rinde. Como es débil, le acontece que cae; mas mira al cielo; pide a Dios socorro y se vuelve fuerte con la misma fortaleza de Dios. La tortuga de la fábula llegó antes que la liebre. El varón generoso que trabaja cada día sin descanso, aun cargado de más pasiones y defectos, llega antes que quien, con tener más virtudes y menos vicios que vencer, quiere descansar trabajando. Por eso serán derrotadas esas gentes que duermen tranquilas y, desdeñando los pequeños combates de cada día, esperan las grandes ocasiones para entrar en lid. Del propio modo una tierna vocación que no se apoya en la paciencia, se malogra desde los primeros días. Es fruto de la impaciencia el querer acabar cuanto antes, y la impaciencia echa a perder todo cuanto se emprende. Lo que pretenden es desembarazarse tan pronto como puedan de lo que traen entre manos; no lo confiesan, pero ese hermoso celo no es otra cosa en el fondo. Se quiere acabar para descansar: ¡pura pereza! Tal es la tentación ordinaria de los que mandan y dimana del orgullo y de la pereza. Uno quiere deshacerse de una cosa que ya está tratada y resuelta en su mente; como vengan a consultaros o hacer preguntas, contestáis con impaciencia, entendiendo que ya sabéis lo que os han de decir. ¡Poco importa que ande necesitado de luz el que viene a consultaros! Os fijáis en vosotros mismos. Todo eso es impaciencia. El paciente, al contrario; va al enemigo, le considera y responde sin dar muestra alguna de apresuramiento. Bien sabe dónde dar el golpe, y aguarda la gracia, dándole tiempo para entrar.

A todos nos es necesaria esta fuerza para combatir durante toda nuestra vida. Porque sin ella, ¿en qué vienen a parar la esperanza y la dulzura del servicio de Dios? Muchas gracias habéis recibido, pero no producirán mucho sino merced a la paciencia. No cuesta gran cosa practicar un acto de paciencia; lo arduo consiste en ser fuerte y paciente en un combate incesante que ha de durar tanto como la vida.

Lo que nuestro Señor nos pide es fidelidad y sacrificio, nada más. Dios en su bondad nos retrotrae siempre al comienzo y deshace nuestro trabajo, de suerte que nos hace falta volver a comenzar cada día; ¡como nunca resulta bastante perfecto para Él...! Lo importante es que siempre nos quede paciencia, pues ella se encargará de conducirnos a término. El santo Job se ve despojado de todo; la paciencia, empero, le queda, y ésta es prenda segura de su corona, según lo atestigua el mismo Señor admirado: “No se ha impacientado: In omnibus his non peccavit Job labiis suis, neque stultum quid contra Deum locutus est” (Job 1, 22).

En este combatir de cada instante, en estas derrotas, el alma dice: ¡Esto no va bien, ni podrá ir nunca! Y viene la impaciencia y el desaliento. No busca otra cosa el demonio que queda bien contento con nuestras impaciencias. Examinaos sobre este punto; casi todos vuestros pecados proceden de ahí; me refiero a los pecados interiores.

Descorazona el no alcanzar éxito y da ganas de abandonarlo todo si se pudiera. La paciencia es la humildad del amor de Dios. Por mí nada puedo, pero de todo soy capaz en Aquel que me fortalece. ¡Yo, nada; la gracia, todo! Es preciso saber tomar tiempo y meterse bajo tierra para crecer. Guardaos, por tanto, del desaliento, que es el manantial de casi todas vuestras caídas.

También hace falta ser paciente para con Dios y más aún para consigo mismo. Se lee en el Evangelio que el árbol que produce fruto es podado para que produzca más, aun cuando aparentemente eso le deslustre y le cause detrimento. Al religioso, al santo, Dios le poda por medio de las tentaciones. Cuando nos parece que vamos bien, nos paramos, como es natural; mas Dios quiere que digamos sin cesar: Todavía más; ¡adelante siempre! ¡Nos sabe tan bien el oír que amamos a Dios, sobre todo cuando nos lo dice y hace sentir el mismo Dios! ¡Pero Él no lo quiere!

Cuando estamos satisfechos o creemos tener la aprobación de Dios, ya no tememos nada; pero que se oculte, que nos parezca que ya no nos ama, que nos abandona y nos es contrario, y ya lo dejamos todo. ¡Se acabó la devoción; se cree uno condenado y se espanta!

Dios obra de este modo, porque echamos a perder todo cuanto tocamos. Si nos dirige alguna buena palabra, al punto nos figuramos haberla merecido y nos coronamos con ella. Lo que en realidad no era más que un aliento para nuestra flaqueza, nosotros lo reputamos justa expresión de nuestro merecimiento; así es cómo nos miramos a nosotros mismos, y nos perdemos convirtiéndonos en nuestro propio fin. Y como Dios nos ama con amor clarividente, en modo alguno puede prestarnos ayuda para nuestra perdición, por lo que nos quita la paz y pone en guerra para tener que trabajar. Es tiempo de fortaleza y de paciencia el que entonces se nos presenta, pues las pruebas que Dios nos hace sufrir directamente son mucho más dolorosas que aquéllas que proceden de las criaturas. Hay que armarse de paciencia con Dios diciendo: ¡Nada puedo, Dios mío, mas, aun cuando me matareis, en Vos esperaré! Etiamsi occiderit me, in ipso sperabo! (Job 13, 15). Y preciso es que nos mate en cuanto al hombre viejo, para que el hombre espiritual pueda vivir y comunicarse libremente con Dios.

¡Ea!, tomemos esto en consideración, porque han de llegar las pruebas. Sabed aguardar el momento de Dios; dejad que se maduren las gracias, tened paciencia; que ella es la que hace los santos.

miércoles, 20 de enero de 2021

ORACIÓN DE SANTA TERESA POR EL CESE DE LAS HEREJÍAS Y CISMAS, POR LA UNIDAD DE LA IGLESIA Y POR LOS PASTORES QUE HAN DE GUIAR A LAS ALMAS


ORACIÓN DE SANTA TERESA POR EL CESE DE LAS HEREJÍAS Y CISMAS, POR LA UNIDAD DE LA IGLESIA Y POR LOS PASTORES QUE HAN DE GUIAR A LAS ALMAS
¡Oh Padre eterno! mirad que no son de olvidar tantos azotes e injurias y tan gravísimos tormentos. Pues, Criador mío, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras que lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo y por más contentaros a Vos (que) mandasteis nos amase) sea tenido en tan poco como hoy día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento, que le quitan sus posadas deshaciendo las iglesias? ¡Si le faltara algo por hacer para contentaros! Mas todo lo hizo cumplido. No bastaba, Padre eterno, que no tuvo adonde reclinar la cabeza mientras vivió, y siempre en tantos trabajos, sino que ahora las que tiene para convidar sus amigos (por) vernos flacos y saber que es menester que los que han de trabajar se sustenten de tal manjar) se las quiten? ¿Ya no había pagado bastantísimamente por el pecado de Adán? ¿Siempre que tornamos a pecar lo ha de pagar este amantísimo Cordero? No lo permitáis, Emperador mío. Apláquese ya Vuestra Majestad. No miréis a los pecados nuestros, sino a que nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los merecimientos suyos y de su Madre gloriosa y de tantos santos y mártires como han muerto por Vos.

¡Ay dolor, Señor, y quién se ha atrevido a hacer esta petición en nombre de todas! ¡Qué mala tercera, hijas mías, para ser oídas, y que echase por vosotras la petición! ¡Si ha de indignar más a este soberano Juez verme tan atrevida, y con razón y justicia! Mas mirad, Señor, que ya sois Dios de misericordia; habedla de esta pecadorcilla, gusanillo que así se os atreve. Mirad, Dios mío, mis deseos y las lágrimas con que esto os suplico, y olvidad mis obras, por quien Vos sois, y habed lástima de tantas almas como se pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor. Dad ya luz a estas tinieblas. (C III, 8-

lunes, 18 de enero de 2021

ORACIÓN PRESCRITA POR S.S. BENEDICTO XV PARA EL OCTAVARIO DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA


ORACIÓN PRESCRITA POR S.S. BENEDICTO XV
Indulgencia plenaria si se realiza durante los 8 días,
indulgencia parcial por cada día.


Ant. Ut omnes unum sint, sicut tu, Pater, in me, et ego in te; ut et ipsi in nobis unum sint: ut credat mundus quia tu me misísti. (Jn 27, 21)


V/. Ego dico tibi, quia tu es Petrus.
R/. Et super hanc Petram ædificábo Ecclésiam meam.

Orémus.
Domine Jesu Christe, qui dixísti Apóstolis tuis: Pacem relínquo vobis, pacem meam do vobis: ne respícias peccáta mea, sed fidem Ecclésiæ tuæ; eámque secúndum voluntátem tuam pacificáre et coadunáre dignéris: Qui vivis et regnas Deus in sæcula sæculórum. R. Amen.
Ant. Que todos sean una misma cosa, como tú, oh Padre, estás en mi y yo en ti; que sean ellos una misma cosa en nosotros, para que el mundo crea que tu me has enviado.

V/. Yo te digo: Tú eres Pedro

R/. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Oremos.
Señor nuestro Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia; y dígnate conservarla en la paz y en la unidad según tu voluntad. Que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

En la Eucaristía, el vino se convierte en la Sangre del Señor. Homilía

domingo, 17 de enero de 2021

MARÍA, SALUS INVOCATIUM. San Alfonso María de Ligorio

 

 COMENTARIO AL EVANGELIO
II domingo después de Epifanía
San Alfonso María de Ligorio
San Buenaventura llama a ésta Señora, la salud de quien la invocaSalus invocatium. Y en efecto; si se condenase un devoto verdadero de María, por ejemplo, uno que quiere de corazón enmendarse, y se acoge con confianza a ésta tierna Madre de los pecadores, esto sucedería, o porque María no puede ayudarle, o porque no querría: pero esto no puede suceder, según dice San Bernardo, siendo como es Madre de la omnipotencia y de la misericordia; y esta es la causa de llamarse: “la Salud de quien la invoca”. Valga por otros muchos el ejemplo de Santa María Egipciaca, que hallándose en pecado después de haber tenido una vida disoluta, y queriendo entrar en la iglesia de Jerusalén en donde se celebraba la fiesta de la Santa Cruz, para hacerla volver en sí, el Señor permitió que la iglesia que estaba abierta para todos, estuviese cerrada para ella sola, porque queriendo entrar, se sintió repelida de una fuerza invisible. Entonces ella se reconoció: retirábase afligida, y quiso su dicha que hubiera encima del atrio del templo, una imagen de María Santísima, a quien se encomendó de veras aquella infeliz pecadora, prometiéndole mudar de vida. Éste propósito le dió fuerza para entrar en el templo, y entonces cesó la dificultad de entrar que antes encontraba: entra, se confiesa, sale luego, vase en derechura al desierto inspirada y movida por Dios: y allí vivió cuarenta y siete años, haciendo penitencia de sus pecados, hasta que murió y consiguió ser santa.

EVANGELIO DEL DOMINGO: ESTE FUE EL PRIMER SIGNO QUE HIZO JESÚS EN CANÁ DE GALILEA Y MANIFESTÓ SU GLORIA

II DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo celebráronse unas bodas en Caná de Galilea y estaba la madre de Jesús allí. Fue convidado también Jesús con sus discípulos a las bodas. Y llegando a faltar vino, la madre de Jesús le dice: No tienen vino. Respondióle Jesús: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Aún no ha llegado mi hora. Mas su madre dijo a los que servían: Haced cuanto él os dijere. Había allí seis cántaros de piedra destinados a las purificaciones judaicas, en cada uno de los cuales cabían dos o tres metretas. Y les dijo Jesús: Llenad de agua los cántaros. Y los llenaron hasta el borde. Y les dijo Jesús: Sacad ahora y llevad al maestresala. Y así lo hicieron. Y luego que gustó el maestresala el agua hecha vino, como no sabía de dónde era (aunque los sirvientes lo sabían, porque habían sacado el agua), llamó al esposo y le dijo: Todos suelen servir al principio el buen vino, y cuando ya han bebido bien los convidados, entonces sacan el más flojo; pero tú has reservado el bueno hasta ahora. Éste fue el primer milagro que hizo Jesús en Caná de Galilea y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.