“Dios, luz verdadera
que iluminas a todo hombre que a este mundo viene;
Dios, que concedes sabiduría a los pequeñuelos
y llamas a los insensatos
para que caminen por la senda de la prudencia,
Dios que limpias lo inmundo,
y al borrar los pecados,
justificas, sin su propio merecimiento, al pecador;
concédeme luz para verte,
sabiduría para comprenderte
y haz que pueda conseguir el perdón para mis iniquidades.”
Con esta plegaria da comienzo san Ildefonso de Toledo al
escrito en defensa de la Virginidad de María que le hado fama en todo el orbe
católico. San Ildefonso nació en Toledo
–en la misma ciudad donde nosotros tenemos la dicha de vivir-, aquí desarrolló
su vocación monástica y, finalmente, aquí fue elegido Obispo. Los santos con su vida manifiestan la gloria
y santidad de Dios, son el orgullo y los hijos predilectos de la Madre Iglesia;
y para cada pueblo donde vivieron y desarrollaron su vida son su honor y su
corona.
“Los pueblos cantan la gloria de los santos, y toda la
Iglesia celebrará su alabanza.” Hoy,
la Iglesia de Toledo, canta gozosa a su Santo Patrono y acude a la poderosa
intercesión de aquel que por defender la Virginidad de nuestra Señora, la
Virgen María, fue agraciado por su gloriosa aparición en la noche del 18 de diciembre del año 665.
San Ildefonso, junto con otros clérigos se dirigían a la Iglesia Catedral para
cantar los oficios nocturnos en honor a la Madre de Dios. Allí vieron una luz
deslumbrante. Se acercaron al altar y ante ellos se encontraba la Virgen María,
sentada en la sede del obispo, rodeada por una compañía de ángeles entonando
cantos celestiales. La Virgen María hizo una seña con la cabeza a San Ildefonso
para que se acercara. Habiendo obedecido, fijó sus ojos sobre él y dijo: “Tú
eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla, la cual mi Hijo te envía
de su tesorería.”
La Madre de Dios viene a agradecer a su fiel notario la defensa del dogma
de su virginidad. San Ildefonso como cristiano y, además como obispo, sabía
cuál era su misión: custodiar, defender y propagar la verdad de la fe católica.
Aplicó para sí aquello que el Apóstol Pablo pide a Timoteo: “Guarda el depósito de la fe”, “cuida la Verdad que te ha sido
entregada.” 1Tim 6,20
Esta es su intención al escribir su libro, esta fue la constante en su
vida como Maestro del pueblo de Dios, pues la verdadera caridad y el verdadero
amor al prójimo “va unido al amor a
Dios, que es la misma verdad”, por eso el pedía al Señor que le concediese “poner en práctica lo que le sea provechoso
para que instruya a mi prójimo en su salvación y ceda en alabanza y gloria de
tu nombre.”
San Ildefonso fue un fiel amante
de la verdad porque como él mismo dice: “Dios
es la misma verdad y lo que es de Dios es verdadero, y lo que de Dios procede,
por su sola verdad subsiste.”
San Ildefonso como todo
hombre sabía que sólo en la Verdad puede encontrar sentido su vida, sólo en la
Verdad es donde se puede encontrar la felicidad, la realización plena. Nuestro
Señor Jesucristo en el Evangelio dice de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida.” Une tres realidades que han de siempre juntas. Si deseamos
llegar a la vida –y aquí hemos de
entender no la vida actual que tenemos sino la vida eterna después de la muerte
donde “ya no habrá llanto, ni muerte, ni dolor”,- hemos de vivir ahora
en la verdad y para vivir en la verdad hemos de caminar por el único camino que
nos ha sido dado: Jesucristo Nuestro Señor. “¡No nos ha sido dado otro nombre
por el cual podamos salvarnos!”
Pero no hemos de olvidar
que la senda que conduce a la vida es estrecha y angosta, pero no podemos por
ello desanimarnos o rechazar seguirla. Exclama nuestro Santo: “No es
tan ardua que llegue a espantar. Es grata a la vez que estrecha; grata: por los
deseos del premio; estrecha, por la prohibición de los pecados. Todo el que ama
lo eterno, corre con avidez hacia él. Allí aprecia la certidumbre de la
salvación en medio de las adversidades.”
Queridos hermanos:
vivimos en un mundo sediento de verdad, ansioso por encontrar la vida, afanado
en buscar caminos que le conduzcan a la salvación… pero un mundo que se
encuentra oscurecido por el pecado y el error, y a pesar de que busca –pues el
hombre no puede quedarse inmóvil ante la sed interior- no se acierta en encontrar a Aquel que ha
venido y ha salido a nuestro encuentro para mostrarnos ese camino que en la
verdad nos conduce a la vida. También
nosotros muchas veces nos equivocamos, buscamos donde no es, perdemos la
orientación… y hemos de estar siempre atentos,
vigilantes, para no perder la vida.
Jesucristo Nuestro Señor
-tomando las imágenes del Evangelio de hoy- es la luz y la sal; sin las que la
vida perdería su color y su sabor. Cuando estamos en la oscuridad y salimos a
la luz, somos deslumbrados… pero tras un breve padecer, vemos con claridad. Así
también nos puede pasar con la verdad: podemos ser en un primer momento
deslumbrados, puede crearnos cierta confusión, pero finalmente acabaremos
viendo claro y luminoso.
Jesucristo es la sal que
aplicada en una herida –la herida de nuestros pecados- produce escozor pero en
breve la herida se desinfecta y cicatriza. Confesarnos pecadores, reconocer
nuestra maldad, luchar contra nuestras malas pasiones y sentimientos, ¡cuesta!
¡a veces se hace difícil! pero con la ayuda de la gracia la maldad de nuestro
corazón puede ser curada.
San Ildefonso dejó
iluminarse por Jesús, dejó ser curado por la sal de la gracia, y el mismo se
convirtió en luz y sal del mundo en el momento histórico que le toco vivir,
iluminando y curando con su ejemplo, con su palabra, con su sabiduría, con su
vida…
En su camino de amor a
la verdad, San Ildefonso se confió a la mejor Maestra: la Virgen María. A ella
le pedía que por aquel mismo espíritu que ella tuvo al recibirlo y engendrarlo
en sus entrañas, le fuese posible conocer
a Jesús, por quien le fue posible a Ella conocerle, concebirle y darlo a luz. San
Ildefonso comprendió que la devoción a María es el camino más rápido, corto y
fácil para llegar a la Verdad que es Jesús mismo.
Por su amor a la Verdad,
San Ildefonso fue premiado, ya no solo con el ornamento sagrado traído por la
Madre de Dios, sino también con la Vida Eterna. Así nosotros también hemos de
vivir, buscando la Verdad que es Jesucristo, amándola sobre todas las cosas,
cumpliéndola; así seremos también regalados con el cielo: la Madre de Dios nos
introducirá en la Casa de Dios y habitaremos allí felices con los santos para
siempre.
Al conmemorar hoy al Padre Pio –como todos los 23 de cada mes- escuchamos
su consejo que nos dice: “No te detengas en la búsqueda de la verdad y
en la conquista del sumo Bien. Sé dócil a los impulsos de la gracia, secundando
sus inspiraciones y sus llamadas. No te avergüences de Cristo y de su
doctrina.”
¡Que así sea!
P. Jose Manuel