domingo, 19 de enero de 2020

El clamor del corazón. San Jerónimo



II domingo después de Epifanía
COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
San Jerónimo
Presta oídos, Señor, a mis palabras. (Sal 5,2). Nadie más que la Iglesia posee esta confianza. El pecador no se atreve a decir “Atiende, Señor, a mis palabras”.  Tampoco se atreve a decir: “Señor, atiende a mis palabras” el que está airado y lanza maldiciones, más bien prefiere que Dios tenga cerrados sus oídos.
Escucha mi clamor (sal 5, 2). En las escrituras, el clamor no es propio de la voz, sino del corazón. Le dice el Señor a Moisés: “¿por qué me andas llamando a gritos?” (Ex 14, 15), siendo así que Moisés no había alzado antes su voz. Escucha mi clamor. Afirma también el apóstol san Pablo: “Clamando en nuestros corazones: Abba, Padre (Gal 4,6). Cierto es que, quien grita, no lo hace con el corazón, sino con la lengua. ¿Cómo es que, entonces, el apóstol Pablo dice eso de “clamando en nuestros corazones”? Por tanto, cuando es nuestro gemido y nuestra conciencia los que imploran, Dios percibe ese clamor. De ahí que Jeremías (Lam 2, 18) diga: “No permanezca en silencio la pupila de mi ojo.” Fijaos en lo que dice; que no guarde silencio la pupila de mi ojo. A veces también la pupila del ojo clama a Dios. Cierto es que, si la pupila del ojo clama, no es ella la que lo hace, sino la lengua. Más,  del mismo modo que clamamos en nuestros corazones cuando imploramos al Señor con nuestros lamentos, así también la pupila de nuestro ojo clama a Dios cuando derramamos nuestras lágrimas ante su presencia.
Escucha mi voz al amanecer (Sal 5,4) ¿Acaso no nos prestará Dios oídos a media noche? Fijaos en lo que realmente dice: no me escuchas cuando me hallo sumido  en las tinieblas del error, en cambio, atiendes a mis palabras cuando el sol de la justicia nace en mi corazón. Me escuchas al amanecer, tan pronto como las tinieblas comienzan a disiparse, me escuchas al punto de iniciar una buena obra, sin aguadar al final. Y es que en mis manos está el querer y en la tuyas el llevarlo a cabo.
San Jerónimo, comentario al salmo 5