COMENTARIO AL EVANGELIO
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
Hemos dicho muchas cosas, hemos oído los vagidos del Niño en el pesebre y lo hemos adorado; sigamos adorándolo hoy en día. Tomémoslo en brazos, adoremos al Hijo de Dios. El excelso Dios, que durante tanto tiempo tronó en los cielos sin salvarnos, ahora que deja oír sus vagidos nos trae la salvación. ¿Por qué razón he dicho todo esto? Para demostrar que la soberbia no procura salvación alguna, pero sí en cambio la humildad. Mientras el Hijo de Dios se hallaba en el cielo no era adorado; baja a la tierra, y es entonces cuando comienza a adorársele. Dominaba al sol, a la luna, y a los ángeles, y no recibía adoración alguna; y sin embargo, viene a nacer en la tierra como un hombre perfecto y cabal para traer la salvación al mundo entero. No salvó aquello que no asumió del hombre. Por tanto, si asumió la carne pero no asumió el alma, no salva el alma. ¿Salvó, pues lo de menos valor y dejo sin salvar lo que más valía? Si se afirma que salvo al alma que asumió, téngase encuentra que, del mismo modo que el alma es superior al cuerpo, así también los sentidos están por encima del alma. Pero dirás: “Pero no asumió los sentidos humanos, a fin de evitar que tuvieran cabida en el corazón los vicios humanos, es decir, los malos pensamientos”. ¿Acaso, si Él no hubiera sido capaz de dominar lo que hizo, podría irritarse conmigo por no poder yo dominar lo que él debía dominar?
Nos hemos olvidado de nuestro propósito y hemos dicho más de lo que teníamos pensado decir. La mente se había forjado un plan, pero la lengua nos ha llevado por otros derroteros. Prestemos, pues, oídos a nuestro obispo y escuchemos con atención sus palabras, más importantes que las nuestras, bendiciendo al Señor, cuya gloria sea por los siglos de los siglos. Amen.
San Jerónimo
Transcripto por Dña. Ana María GAlvez Aguiló