martes, 14 de enero de 2025

15. EL NIÑO JESÚS ADORADO POR LOS SANTOS REYES. SAN Enrique de Ossó

Meditación XV

El Niño Jesús adorado por los santos Reyes

 

VIVA JESÚS!

Ó SEA

MEDITACIONES

SOBRE

LA INFANCIA Y VIDA OCULTA DE JESUCRISTO

San Enrique de Ossó, presbítero

 

Oración preparatoria

para antes de la meditación.

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo y espero, a quien adoro y amo con todo mi corazón y me pesa de haberos ofendido, por ser bondad infinita, a Vos consagro este cuarto de hora de oración para que me deis gracia eficaz para conocerme y conoceros, amaros siempre más que todos los corazones, y haceros amar por todos. ¡Oh Padre eterno, oh María Inmaculada! dadme a conocer a vuestro Hijo Jesús, señor san José y santa Teresa de Jesús, descubrid a mi alma los encantos y perfecciones de vuestro Jesús, para enamorarme de sus bondades y hermosura, y ser toda de Jesús ahora y siempre. Amén.

 

Composición de lugar.

Imagina que se te presenta el divino Niño Jesús bajo la forma agraciada de pastorcillo de las almas, que tiene en su mano la marca que dice: ¡Viva Jesús! Imagínate tú, su ovejuela, hasta hoy descarriada, postrada a sus pies, convertida y desengañada, y que le pides que te marque por suya y grabe en tu exterior, y en lo más íntimo del corazón: Viva Jesús mi amor: soy toda de Jesús mi Redentor.

 

***

Meditación XV

El Niño Jesús adorado por los santos Reyes

 

Punto primero. Considera, hija o hijo mío, que el mismo día que nació en la cueva de Belén nuestro queridísimo Jesús, el eterno Padre envió a los Reyes de Oriente una muy resplandeciente estrella para que les diese tan grande nueva de cómo había nacido el Hijo de Dios hecho hombre por amor de los hombres; y ellos al momento dejan sus palacios, familias y todos sus bienes, pare ir a visitar al buen Jesús, adorarle y ofrecerle sus ricos tesoros. Guiados por la estrella, llegan a la cueva de Belén, entran y hallan al manso corderito en los brazos de la divina Pastora, María Santísima, envuelto en pobres pañales, tiritando de frío, y sin tener apenas lugar donde reclinar su cabeza; no obstante que le ven pobrecito y cercado de miseria, le besan los piececitos con profundo respeto, le reconocen como a su Dios, y le dan riquísimos tesoros de oro, incienso y mirra. Pondera la diferencia que hay entre lo que tú amas al gracioso Niño Jesús, y lo que le amaron aquellos santos varones: ellos lo dejaron todo por Él, y tú no quieres privarte ni de un pequeño gusto, ni de una diversión, ni de hablar en el templo, ni de desobedecer a tus padres y superiores por amor del Niño de Belén, por no ofenderle. Ellos hicieron largo viaje para adorarle, y le dieron grandes riquezas; y tú casi nunca le visitas en el Santísimo Sacramento o en sus imágenes, tan cerquita como está de tu casa; ni le das tu pobre corazón, ni haces una limosnita al pobre... Visita, pues, al buen Jesús; dale tu corazón; imita sus virtudes, e irás al cielo a verle y a gozarle, en compañía de María su Madre, y de san José y de todos los santos y ángeles del cielo.

Punto segundo. ¿Y te precias tú, hija o hijo mío, de amante del Niño Jesús? ¿Y no envidias la dicha que tuvieron los santos Reyes de Oriente, de ver, acariciar y adorar a tan divino Infante?... ¿No querrías entrar en la cueva de Belén, y presentar tus cariños, tus amores, tus adoraciones al Niño Dios?... Pues reflexiona, el mismo Niño Jesús que nació en Belén, está ahora en el cielo, está en el Sacramento del altar... y desde allí siempre te mira, y siempre penetra hasta los pensamientos más ocultos de tu entendimiento, y los afectos más escondidos de tu corazón... Pero no solo vive en el cielo y en el Sacramento del amor el buen Jesús, sino también dentro de tu corazón si está en gracia. Cierra, pues, los ojos del cuerpo, contémplale en tu interior, y allí ámale, acaríciale, preséntale los afectos de tu corazón, diciéndole con mucho fervor:

¡Queridísimo Jesús! Yo te amo tanto que quisiera ver a todos los hombres tan enamorados de Ti, que nunca hiciesen el menor pecado, por no darte disgusto y pesar: yo quisiera morir por tu amor: ojalá fuese yo dueña de todos los corazones del mundo, que los quisiera para Ti y los depositara en tu Sagrado Corazón: ojalá te pudiera ver, acariciar y adorar, como los santos Reyes en la cueva de Belén; pero ya que no merezco dicha tanta, desde el cielo mira la donación que te hago de mi alma, de mi cuerpo con sus sentidos y potencias, y sobre todo de mi pobrecito corazón. Tú serás su Rey y Señor, el único blanco de todos sus afectos: de aquí en adelante cada pensamiento mío será un obsequio tuyo; cada palabra un acto de amor; cada afecto una caricia, cada obra una ofrenda hecha a tu Divina Majestad.

 

Fruto. A imitación de los santos Reyes ofreceré a mi Jesús el oro de la caridad, el incienso de la oración y la mirra de la mortificación. Amaré, oraré, sufriré, todo por mi Jesús hoy y siempre. Amén.

 

Padre nuestro y la oración final.

 

 

Oración final para todos los días.

Os doy gracias, Jesús de mi corazón, por el conocimiento y amor de Vos que me habéis comunicado en este cuarto de hora de oración, y por los santos propósitos que me habéis inspirado para conoceros y amaros y haceros conocer y amar de otros corazones… Os lo ofrezco todo a vuestra mayor honra y gloria… ¡Oh Padre eterno! Por María, por José y Teresa de Jesús, dadme gracia para decir siempre con toda verdad: Viva Jesús mi amor; soy toda de Jesús en vida, en muerte y por toda la eternidad. Amén.

 

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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Enrique de Ossó, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.