lunes, 6 de enero de 2025

7 DE ENERO. SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT, DOMINICO (1176-1275)

 


07 DE ENERO

SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT

DOMINICO (1176-1275)

LA fuerte de la Iglesia, Ministro insigne de la penitencia, Príncipe de los canonistas, gran lumbrera del pensamiento en el siglo de Alberto Magno, Tomás de Aquino y Buenaventura —«no menos santo que sabio, no menos sabio que genuino catalán»—, Maestro que enseñó al mundo la forma de vivir, armonizando la razón y la fe, a San Raimundo de Peñafort se le han tributado elogios que pudieran parecer exagerados, síntesis de los cuales es la popular canción:

La Madre de Dios —un rosal plantara; del santo rosal— nació gentil planta, Nació San Ramón —el de Villafranca, Confesor de reyes— de reyes y papas...

Raimundo de Peñafort es una gloria nacional difícilmente elogiable, un santo y un gigante de la ciencia, por cuya cátedra y confesonario pasan durante cerca de tres cuartos de siglo, no sólo «reyes y papas», sino mercaderes y guerreros, sabios e ignorantes, cristianos, judíos y moros, y todos cuantos tienen ambiciones de triunfo, de saber o de virtud. Y lo más admirable es que su lección —netamente evangélica— no huele a siglo XIII: es siempre actual y eterna como la verdad.

Grandeza y humildad —antítesis a lo divino— forman el nervio de esta vida, que amanece en el castillo de Peñafort, junto a Villafranca del Panadés, un día de 1176. Señorial por la sangre, como descendiente de los Condes de Barcelona y de la familia real de Aragón, no lo es menos por la ciencia y la santidad. A los veinte años enseña Filosofía en Barcelona. A los treinta y cinco, conquista la cátedra de cánones del Alma Mater boloñesa, el gran centro de estudios jurídicos de la Edad Media. En el senado de Bolonia, vida de noble sencillez. Su virtud luce a la par con su talento. Los honorarios que como catedrático recibe pasan directamente de sus manos a las de los pobres y menesterosos, a los que llama graciosamente sus «acreedores». Hasta que el río de la fama, desbordado, llega a España.

El año 1219, Don Berenguer de Palouj obispo de Barcelona, en su visita ad límina, consigue, por mediación de Honorio III, que Raimundo vuelva a la Ciudad Condal. La Patria y la Iglesia española necesitan a este genio de altos ideales y actividad genial. Canónigo de la Catedral barcelonesa, propugna y alcanza la elevación de rito de la Fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora, y con el título de «capiscol» enseña en el claustro catedralicio. Como consejero del rey Don Jaime realiza una labor de incalculable alcance. Dice el eximio académico Lorenzo Riber que de San Raimundo de Peñafort —su hombre — aprendió el gran Monarca español aquel espíritu de tolerancia que es uno de los más gloriosos timbres de su reinado. El Santo condena las violencias contra los judíos y mahometanos y aconseja reducirlos por la mansedumbre; y uniendo el ejemplo a la palabra, recorre media España y parte del litoral africano, predicando la caridad de Cristo y recogiendo hermoso fruto de conversiones.

Pero el período más denso y agitado de su vida comienza en 1222, al entrar en la Orden de Predicadores. Raimundo es quien da a Tomás de Aquino el mandamiento de escribir la celebérrima Summa contra gentiles, y él, a su vez, compone, por mandato de su Provincial, Fray Suero, la Summa Raimundiana, «tan útil a los penitentes como necesaria a los confesores», en opinión del papa Clemente VIII. Luego, con las Decretales, dará a la Iglesia su Corpus Juris, cuya vigencia durará hasta el siglo XX. En 1228, le nombran teólogo del Cardenal-Obispo de Sabina, Legado en los reinos de Aragón y Castilla, e interviene en varios asuntos reales. Un dirigido suyo —San Pedro Nolasco— le plantea el candente problema de la redención de los cautivos, y de la mutua comprensión del soñador y el sabio —mediando la Virgen— nace la Orden Mercedaria y se establecen las Escuelas de Lenguas orientales, para la formación de misioneros. i Actividad increíble que bordea el límite de lo milagroso...!

Allá en Roma, Gregorio IX no olvidaba al maestro Peñafort. Con grave alarma de su humildad, se ve precisado a trocar el convento de Santa Catalina por la Corte papal, porque el Pontífice lo ha nombrado Capellán, Penitenciario Mayor y Confesor suyo. Su labor en Roma reviste proporciones universales. A los cinco años, es propuesto para la Sede tarraconense, honor que declina con sabias excusas, para retirarse a su convento como saliera de él: sin blanca y sin prelacías. Mas, en 1238, perseguido siempre por la gloria, sale elegido General de la Orden frente a opositores como Alberto Magno. También en este nuevo estadio realiza prodigios de actividad y de santidad, recorriendo a pie todas las Provincias. Su gobierno ha sido caracterizado por Humberto de Romans en dos líneas: (Puso todo su cuidado en que el rigor dé la Orden se guardase en las cosas más pequeñas». Y como recuerdo del mismo deja la redacción definitiva de las Constituciones. Retirado a sus ocupaciones claustrales dos años después, a petición propia, Raimundo es consultado en su celda por el Rey y la Corte Romana, y sigue siendo hasta su muerte el gran canonista de la Cristiandad, el obrador de milagros que atraviesa el Mediterráneo en el esquife inverosímil de su manto...

El día 6 de enero de 1275 —visitado en su lecho de muerte por Jaime de Aragón y Alfonso el Sabio— se paró aquel corazón gigante que midiera con sus latidos el pulso político, intelectual y religioso de todo un siglo.