jueves, 2 de enero de 2025

3 ENERO. SANTA GENOVEVA PATRONA DE PARÍS (422-512)

 


03 ENERO

SANTA GENOVEVA

PATRONA DE PARÍS (422-512)

ENTRE los Santos que han honrado a la Iglesia de Francia, no existe, probablemente, ninguno cuyo nombre haya llegado a ser tan famoso como el de Genoveva. Y en la historia gala no es fácil encontrar otra página más bella que la que relata la vida de la Heroína de París, nacida el año 422 en el arrabal de Saint-Denis —antiguamente Nemetodurum, hoy Nanterre— para ser luz y esperanza de su pueblo, en un momento en que se hallaban gravemente comprometidas las condiciones de existencia, no sólo de la Iglesia, sino de toda la civilización europea.

El Imperio Romano, que había llegado a tanta gloria, aglutinando pueblos, razas y naciones, bajo un derecho sabio y equitativo, se derrumbaba estrepitosamente, debilitado y corrompido en lo interior, golpeado en las fronteras por hordas salvajes y poderosas. Europa tiembla. La Iglesia reza: «Derrocó a los poderosos; encumbró a los humildes...». Humilde, humildísima y flébil, pero radiosa como una estrella, surge Genoveva de Nanterre: pastorcita mansa y dulce, tímida e iletrada campesina, destinada a iluminar esta época tenebrosa y conturbada y a enhestar en medio de un ambiente caótico la bandera pacífica e inderrocable de Aquel que dijo: «Estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos». Una vez más, el Cielo va a apoyarse en la debilidad para hacer alarde de potencia...

Dios derrama pródigamente sobre esta alma tierna y angelical el rocío fecundo de su gracia, y en ella brotan lirios de amor, azucenas de pureza y violetas de humildad, junto al árbol poderoso de la fortaleza divina. Medio siglo antes había dicho San Hilario de Poitiers: «La verdadera humildad va acompañada de un espíritu invencible de fortaleza que no teme a las potencias de la tierra». La paradoja se confirma en Santa Genoveva.

Siendo todavía niña, un suceso providencial abre sus ojos hacia horizontes infinitos, como corresponde a su presagioso nombre, que en lengua céltica significa Niña celestial.

Fue por el 429, aunque la cronología es en su vida bastante incierta. Enviado a Inglaterra por el papa Celestino I, para combatir a los pelagianos, San Germán de Auxerre se detuvo en Saint-Denis, en compañía de San Lupo de Troyes. La población acudió en masa a saludar a tan ilustres huéspedes. Entre la multitud distinguió San Germán a una chiquitina de aspecto reflexivo y angelical, actitud que le llamó la atención: era Genoveva. El Santo leyó en sus ojos claros los altos designios del Señor y columbró la hermosura de aquella flor campesina. La niña, a través de sus sabias respuestas, dejó traslucir el espíritu de Dios que moraba en ella. El Obispo afervoró aquellos precoces anhelos místicos y, con clara visión de profeta, con ansias redentoras y celo de apóstol, confirmó a Genoveva en su resolución de seguir la vida de perfección evangélica a que se sentía llamada. Y a sus asombrados padres —Severo y Geroncia— les dijo: «Dios ha bendecido vuestra casa al concederos esta niña. Guardadla como un tesoro. Os aseguro que los ángeles saludaron su nacimiento, pues está destinada a grandes cosas».

La hora de la anunciada revelación no tardó en llegar. Las grandes penitencias abrieron paso a las grandes maravillas. No cabe aquí el índice de sus milagros. Devolvió la vista a su madre, que la perdiera por negarle permiso para ir a la iglesia. Peregrina a la tumba de San Martín —en Tours—, sanó a varios enfermos, y uno que no quiso perdonar una injuria volvió a su antigua dolencia. Ella misma fue curada instantáneamente de una parálisis que la tenía cruzada en el lecho...

El 451 cundió por la Ciudad un grito aterrador: «¡Los hunos! ¡Los hunos llegan! ¡París será destruida!». La consternación y el pánico fueron generales. Todos se apresuraban a abandonar la Capital, cuando la voz serena y confiada de Genoveva se alzó en medio de la inmensa confusión: «¡Teneos quietos; no pasará nada!». Y el peligro se desvaneció. Pero los autores del engaño, que esperaban pescar en río revuelto, se vengaron criminalmente de la Santa, tratándola de maga y condenándola a la hoguera. Un mensajero enviado desde Italia por San Germán llegó a tiempo para revocar la sentencia.

La persecución y la intriga no arredran a la intrépida amazona. Cuando Atila pone cerco a París, nuevamente vuelve a aparecer como enviada de Dios, y el bárbaro levanta el sitio. Varias veces más salva en vida a la Ciudad, y aún después de su muerte sigue siendo su «ángel custodio», librándola —en 834— de una inundación del Sena, Y en 1129 del «mal des ardents». Sin embargo, su mayor triunfo lo constituye la conversión de los francos, en la persona de Clodoveo...

Genoveva goza en vida de inmensa popularidad. En Oriente, Simeón Estilita pregunta por ella a los peregrinos galos. San Remigio y Santa Clotilde se honran con su amistad. Meroveo, Clodoveo y Childerico, la respetan y veneran. La Santa nunca busca estas amistades, sino más bien las de los pobres y sencillos, siendo su mayor virtud la de mantenerse siempre humilde e interiormente recogida en medio del fervor popular.

Los funerales de Genoveva fueron su apoteosis, su consagración como Santa. Desde 1129 es Patrona de París. Hoy la venera el mundo entero.

...Y es que los Santos no mueren nunca. Se van, pero dejan tras sí un vivo y eterno resplandor.