EL AYUNO
San Isidoro (Sentencias, Libro 2, XLIV)
1. Este es el ayuno perfecto y razonable: que nuestro hombre 
interior ore cuando el exterior practica el ayuno. La oración franquea 
más fácilmente el cielo gracias al ayuno, ya que entonces el hombre, 
espiritualizado, se asocia a los ángeles y se une a Dios con mayor 
libertad.
2. Por causa del ayuno se revelan incluso los secretos de los 
misterios celestes y se descubren los arcanos del divino sacramento. Así
 es como Daniel mereció conocer, por mediación del ángel, el significado
 oculto de los misterios (Dn 10,1 ss.), pues esta virtud manifiesta las 
revelaciones de los ángeles y sus mensajes.
3. Los ayunos constituyen armas eficaces frente a las tentaciones 
diabólicas, ya que con la abstinencia se vencen pronto. De ahí que 
también nuestro Señor y Salvador nos aconseje que las superemos con el 
ayuno y la oración al decir: Este linaje (de demonios) no sale si no es 
con oración y ayuno (Mt 17,21), pues los espíritus inmundos se lanzan 
con mayor violencia allí donde ven más abundancia de manjares y bebidas.
4. Los santos mientras pasan la vida en este mundo, mantienen su 
cuerpo sediento por el deseo del rocío celeste. Por ello dice el Salmo: 
Sedienta de ti está mi alma, y de cuántas maneras mi carne(Sal 60,2). 
Porque entonces la carne está sedienta de Dios cuando por el ayuno 
guarda abstinencia y languidece. La abstinencia vigoriza y mata: 
vigoriza el espíritu y mata el cuerpo.
5. Muchas veces la abstinencia se practica con simulación, y el 
ayuno, a su vez, se realiza con hipocresía. Algunos, en efecto, laceran 
sus cuerpos con asombrosa abstinencia, desfigurando su rostro, como dice
 el Evangelio, para que los hombres vean que ayunan (Mt 6,16). Por ello 
demudan su rostro, afligen su cuerpo, prorrumpen en grandes suspiros de 
corazón. Antes de morir se entregan a suplicios mortales y llevan a cabo
 un esfuerzo tan laborioso no por amor de Dios, sino para asombro de la 
admiración humana.
6. Algunos se mortifican de modo sorprendente para aparecer santos 
ante los curiosos; pero tal práctica de la abstinencia no debe estimarse
 en ellos virtud, sino vicio, pues hacen mal uso de un bien.
7. El ayuno y la limosna quieren se les practique en secreto, para 
que sólo Dios, que todo lo ve, premie el mérito de las buenas obras, 
pues quienes lo hacen en presencia de la gente no son, en modo alguno, 
premiados por Dios, ya que según la frase evangélica, recibieron su 
recompensa de los hombres. (Mt 6,5).
8. Los ayunos acompañados de buenas obras son agradables a Dios. 
Mas los que se privan de alimentos y obran el mal, imitan a los 
demonios, que nunca tienen comida pero siempre iniquidad. Aquel, pues, 
que se priva de los manjares rectamente se abstiene de las malas 
acciones y de la ambición.
9. Los que por deseo de execrar la comida y no por voto de 
abstinencia se privan de alimento de carnes, ellos más bien son dignos 
de execración, por cuanto rechazan una criatura puesta por Dios al 
servicio del hombre. En efecto, para los fieles, nada se considera 
manchado y nada impuro, conforme al testimonio del apóstol Pablo: Todo 
es limpio para los limpios, mas para los contaminados e infieles nada 
hay limpio, porque están contaminadas tanto su mente como su corazón. 
(Tit 1,15).
10. Se desprecia el ayuno que al atardecer se repara con abundante 
comida, pues no hay que valorar la abstinencia cuando luego ha seguido 
el hartazgo.
11. Se desprecia el ayuno que al atardecer se compensa con 
placeres, ya que dice el profeta Isaías: He aquí que en el día de 
vuestro ayuno se halla vuestro deleite (Is 58,3), pues deleite 
significan los placeres. Y así como el reclamar la deuda, los pleitos, 
las rivalidades y los golpes, también los placeres reprueba el profeta 
en día de ayuno.
12. Porque todo el día imagina banquetes en su mente quien por la tarde se prepara delicias para satisfacer su gula.
13. No hay que aplicar al cuerpo excesiva austeridad, no sea que, 
por estar el cuerpo sobrecargado con el peso de la abstinencia, luego ni
 pueda obrar el mal ni se decida a practicar el bien. Por tanto, hay que
 moderar el trato del cuerpo con inteligente discreción, a saber, que no
 se agote por completo y que no goce demasiada libertad.
14. Si prevalece la excesiva flaqueza de la carne, nadie puede 
alcanzar la perfección. Pues, aunque uno tenga deseos de santidad, con 
todo, no le es posible consumar la obra meritoria que en su intención 
desea realizar.
15. La excesiva debilidad del cuerpo quebranta, asimismo, el vigor 
del alma y logra que flaquee también su natural ingenio, ni puede ésta 
llevar a término bien alguno a causa de su debilidad.
16. Nada en demasía. Pues todo lo que se ejecuta con moderación y 
mesura es saludable; en cambio, lo que se realiza con exceso y sin 
medida resulta pernicioso y contraproducente. Así, pues, hay que 
observar en toda obra moderación y mesura, pues todo lo que excede es 
peligroso, como el agua, que, cuando llueve en demasía, no sólo no 
procura utilidad alguna, sino que además ofrece peligro.