sábado, 12 de febrero de 2022

LOS SIETE SANTOS FUNDADORES SIERVOS DE MARIA. 12 DE FEBRERO

12 de febrero

Santos Fundadores de la Orden de los Siervos de María

En el siglo XIII, cuando a causa del funesto cisma de Federico II eran asolados por crueles facciones los más importantes pueblos de Italia, la misericordiosa Providencia de Dios suscitó, además de otros personajes piadosos, a siete nobles de Florencia, que unidos por la caridad, dieron un gran ejemplo de amor fraternal. Estos hombres: Bonfilio Monaldio, Bonajunta Maneto, Maneto Antelense, Amideo de Amideis, Uguccio Uguccioni, Sosteneo de Sostenéis y Alejo Falconiero, en el día de la Asunción del año 1236, oraban fervorosamente en una piadosa cofradía llamada de los Laudantes, cuando la Madre de Dios, apareciéndose a cada uno de ellos les manifestó su deseo de que abrazaran una vida más santa y perfecta. Consultado con el arzobispo de Florencia, aquellos siete varones, renunciando a los honores de su linaje y a las riquezas, ciñendo el cilicio debajo de unos vestidos pobres y usados, el día ocho de septiembre se retiraron a una humilde casa de campo a fin de comenzar una vida más santa en el mismo día en que la Madre de Dios había comenzado entre los mortales su vida santísima.

Cuán grato fue a Dios este género de vida, lo mostró por medio de milagros. Poco tiempo después, mientras pedían limosna de puerta en puerta en Florencia, sucedió que, por las voces de los niños, entre los cuales se contaba San Felipe Benicio que apenas tenía quince meses, fueron aclamados como Siervos de María, nombre con el que siempre se les designó. Deseosos de huir del pueblo, y llevados del amor a la soledad, se juntaron en un lugar apartado del monte Senario, donde empezaron un género de vida del todo celestial. Habitaban en grutas, vivían de agua y hierbas silvestres, mortificaban su cuerpo con vigilias y otras austeridades. La pasión de Jesucristo y los dolores de su Madre afligidísima fueron el tema constante de sus meditaciones. Mientras las meditaban en el día del Viernes Santo, la Santísima Virgen se les apareció dos veces, y les mostró el hábito de luto que debían vestir, y cuán grato le sería que fundaran en la Iglesia una nueva Orden destinada a perpetuar y a propagar el recuerdo de los dolores que Ella sufrió al pie de la cruz del Señor. San Pedro, ínclito Mártir de la Orden de los Predicadores, enterado de estas cosas por el trato con aquellos santos varones y por una especial visión de la Madre de Dios, les movió a instituir una Orden denominada Siervos de la bienaventurada Virgen. Ésta fue aprobada por el papa Inocencio IV.

Los santos varones, a los que se juntaron pronto varios compañeros, recorrieron las ciudades y pueblos de Italia, principalmente los de la Toscana, predicando en todas partes a Jesucristo crucificado, componiendo las discordias civiles y conduciendo a la virtud a muchas almas que andaban apartadas. Edificaron con sus predicaciones a Italia, a Francia, Alemania y Polonia. Finalmente, habiendo difundido copiosamente el buen olor de Cristo, ilustres por sus milagros, el Señor los recibió en su gloria. Y así como la religión y la verdadera fraternidad les unió durante la vida en un común amor, también un mismo sepulcro los guardó después de su muerte, a la cual sucedió una inmediata veneración por todas partes. Los Papas Clemente XI y Benito XIII, movidos por esta veneración, confirmaron el culto que se les tributó durante siglos. Por último, León XIII, tras aprobar los milagros que el Señor se había dignado obrar por su intercesión, y haberlos declarado Venerables, permitiendo que fueran invocados en común, en el año 50º de su sacerdocio, los inscribió en el número de los santos y ordenó que cada año se celebrara en toda la Iglesia Oficio y Misa en su honor.

 

Oremos.

Señor Jesucristo, que para honrar de nuevo la memoria de los dolores de tu santísima Madre, dotaste a tu Iglesia por medio de siete bienaventurados Padres con la nueva familia de sus Siervos, concédenos propicio que de tal suerte nos asociemos a sus dolores, que igualmente disfrutemos de sus goces. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.