jueves, 3 de febrero de 2022

La Oración (1). Hora santa con san Pedro Julián Eymard

 

La Oración (1). Hora santa ... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

LA ORACIÓN (1)

CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

 

Una de las grandes reglas de santidad es la de saber hallar tiempo para el alma; el demonio nos lo hace malgastar.

¡Oración! Oración con Dios, hecha por vosotros mismos: he ahí la primera ley de la santidad.

La segunda: generosidad en cumplir la voluntad de Dios para con nosotros por la propia abnegación, por el amor al deber; obrar por agradar a Dios.

Sed almas de oración

¡Vamos! Hora es ya de ser santos. Para llegar a ser grandes santos, sed almas de oración y de generosidad; lo importante y lo difícil está en quererlo y procurarlo. Estrechaos contra Jesús, vuestro maestro; procurad acercaros a Él cuanto podáis y permaneced en su compañía.

El valor es la virtud del soldado; el amor la del niño; la abnegación desinteresada la del apóstol y la del religioso. Adquirid estas tres virtudes, que deben ser la trinidad de vuestra vida.

La fuerza nace del amor: amad, por tanto; el amor se nutre de la oración; sed almas de oración, pero de una oración que sea vuestra, afectuosa, recogida y edificante, que guste a Dios, que se alimente de Dios, que aspire siempre a lo desconocido de la verdad, de la bondad y del amor de Dios. La llama que no sube de continuo, que debilita o pierde su luz, toca ya a su fin, se extingue o se esfuma.

No quisiera ver en vosotros más que una cosa: el deseo, el hambre, la dicha de la oración en nuestro Señor; sería un buen síntoma; si el estómago no apetece la comida, no la digiere, ni tiene hambre, es señal de que está enfermo.

La vida espiritual exige un régimen espiritual. ¡Guardadlo!

Estad seguros de que vuestra alma se sentirá feliz cuando se alimente plenamente de Dios.

Tan sólo en la oración gustaréis de esa paz deleitosa, de esta calma, de este descanso que, a veces, se hace más sensible que en la sagrada comunión.

En la oración Dios nos alimenta; en la sagrada comunión a menudo alimentamos nosotros a Dios con el pan del sufrimiento y con el fruto laborioso de las virtudes. He aquí la razón por qué se sufre a veces después de la sagrada Comunión.

 

Medio infalible de santidad

¡Ea! Entregaos asiduamente a la meditación: es la brújula de la vida y el sustento de la virtud; es la gracia de la educación del alma por la gracia, por el mismo Dios; es el lema de vida para todo el día, que si lo cumplís os acarreará un día feliz.

No os aflojéis en este ejercicio fundamental; no os extrañéis de que el demonio, vuestro enemigo, ataque contra él con tanta violencia.

Dice santa Teresa: “Si (el alma) persevera en ella (en la oración), por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación”; y san Alfonso María de Ligorio, dice: “La meditación y el pecado no pueden vivir hermanados”.

No cabe duda de que la oración es de ordinario costosa: se siembra en medio de penas y lágrimas, mas sus frutos son exquisitos.

Y cosa extraña: cuanto más seca, árida y acompañada de tentaciones sea la meditación, es tanto más fructuosa y perfecta, porque se convierte en calvario expiatorio y santificador; las penas que le acompañan se convierten en fuerza de adquisición de las mayores virtudes y en fuente de las más ricas gracias.

Cuando se posee el espíritu de oración se tiene todo: es el remedio de todos los males.

 

Para orar bien

Para conseguir resultados prácticos en la oración se la debe hacer con el alma y cuerpo alerta y cuando todo se halle en nosotros en paz y recogimiento. Orad antes de cualquier otro acto. Algunos acostumbran orar aun antes de cualquier oración vocal para mejor aprovechar del recogimiento del alma. Fijad un momento determinado, media hora, una hora, según el tiempo que dispongáis.

Dejad de lado antes de la oración todos los ejercicios que pudieran distraeros; cuando no hayáis podido hacerla por la mañana, haced en su lugar durante el día un poco de lectura espiritual y no padecerá vuestra alma, ni perderéis de vista a Dios ni a vuestra alma.

Además, para sacar provecho de la oración, hacedla en un lugar tranquilo y silencioso; por ello los contemplativos buscan los desiertos, las cuevas de las rocas, los lugares más solitarios de la casa o de la iglesia; de esta manera siéntese uno más cerca de a Dios.

Tened un método preferido de oración que sea el alma de todos los demás.

Todos los métodos conducen al amor, sin duda ninguna; pero, con todo, se ha de seguir el movimiento interior de la gracia, así como el atractivo de la devoción a la pasión, al santísimo Sacramento, a la santa pobreza o al recogimiento en la presencia de Dios.

No olvidéis nunca estos dos principios: primero, que el estado de nuestra alma en la meditación depende de la voluntad de Dios y que, por consiguiente, habéis de meditar según las disposiciones de momento, que regulan y dan la forma a vuestros actos.

En segundo lugar, tened entendido que el éxito sobrenatural de vuestra meditación lo da únicamente la gracia de Dios y, por tanto, no la hagáis depender de vuestras bellas reflexiones ni de vuestros sentimientos fervorosos.

A buen seguro que se han de ejercitar las facultades delante de Dios; pero utilizándolas como condición de la actuación de la gracia.

Id, por consiguiente, a la oración como niños pobres; veréis qué felices os sentiréis. La oración no es ni debe ser más que el ejercicio humilde y confiado de nuestra pobreza espiritual. Y cuanto más pobres seamos, tanto más derecho tendremos a la caridad divina.

Este pensamiento ha consolado a muchas almas que sufren.

“La oración –dice san Agustín– es el ejercicio de nuestra mendicidad ante Dios”.

¿Qué hace un mendigo y cuáles son sus virtudes? La primera, la humildad; por eso queda a la puerta y emplea modales humildes; la segunda, la paciencia: sabe esperar, no se enfada por nada, se sirve de las humillaciones y repulsas para hacerse más elocuente; la tercera, el agradecimiento, que le abre todas las puertas y acaba por hacerle querido y estimado.

Sed también vosotros los mendigos del Señor; servíos de vuestras distracciones, de vuestras sequedades, de vuestros mismos pecados como de títulos para que Dios derrame sobre vosotros los tesoros de su infinita bondad.