Lecciones del II Nocturno de Maitines
Domingo de Quincuagésima
Del Libro de San Ambrosio, Obispo, sobre el Patriarca Abrahán.
Libro I, cap. 2.
Fue grande Abrahán e ilustre por el resplandor de muchas y excelsas virtudes, a quien la filosofía no pudo igualar con sus enseñanzas. Lo que ella pudo fingir o imaginar, siempre fue inferior a lo que éste realizó, y es siempre superior la verdad de la fe sencilla a las ambiciosas ficciones de la elocuencia. La devoción de aquel patriarca es la primera virtud, fundamento de las demás. Dios le exigió la primera: “Sal de tu tierra, y de tu parentela y de la casa de tu padre”. Habría sido suficiente decir: "De tu tierra", ya que con ello se entendía que salía de su parentela y de la casa paterna.
Dios quiso enumerar separadamente estas cosas, para probar sus disposiciones, para que no le pareciera que se había comprometido imprudentemente o que había sido engañado. Así como tuvieron que multiplicarse los preceptos, para que nada se le ocultara, así habían de proponerse los premios, no fuera que se desalentara. Es probado como fuerte; incitado como fiel; provocado como justo. Verificó su salida tal como se lo ordenó el Señor. “Y con él salió Lot”. La sentencia, tenida por célebre entre las de los siete sabios: “Sigue a Dios”, Abrahán la realizó antes que los sabios la formularan. Obedeciendo a Dios, salió de su tierra.
Porque antes había morado en la región de los Caldeos, de la que salió Taré, padre de Abrahán, y después partió a Charran; y porque no dejó de llevar consigo a su sobrino aunque se le había dicho: “Sal de tu parentela”; consideremos si salir de su tierra no significaría salir de esta tierra, de la morada de nuestro cuerpo, de la cual se tiene por libre San Pablo, al decir: “Nuestra morada está en el cielo”.