V DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Sermón de San Agustín, Obispo.
De las palabras del Apóstol, sermón 8 después del principio.
Es verdad llena de dulzura y digna de ser recibida con toda veneración que Cristo Jesús vino para salvar a los pecadores. “Vino el Hijo del hombre para buscar y salvar lo que había perecido”. Si el hombre no hubiera perecido, el Hijo del hombre no habría venido. Habiendo perecido el hombre, vino el Dios humanado, y fue rescatado el hombre. Había perecido el hombre por su libre voluntad; vino a salvarlo mediante la gracia liberadora.
¿Deseamos saber el poder del libre albedrío para hacer el mal? Recordemos el pecado del hombre. ¿Hasta qué punto puede auxiliarnos el Dios humanado? Consideremos en Él la gracia libertadora. Vemos el poder de la voluntad humana dominada por la soberbia y separada del auxilio de Dios en el primer hombre: su malicia no puede manifestarse mayor ni más patente. El primer hombre se perdió, ¿y cuál sería su suerte si el segundo Adán no hubiese venido? Porque aquél fue hombre, éste se hizo hombre, y esta “verdad” es “humana”.
En ninguna parte ha resplandecido la benignidad de la gracia y la liberalidad de la omnipotencia de Dios, como en el hombre constituido en mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. ¿Qué decimos, hermanos míos? Hablo a fieles bien instruidos en la fe católica. Sabemos y confesamos que el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, en cuanto hombre, tenía la misma naturaleza que nosotros. Ya que no son de diversa naturaleza la carne nuestra y su carne; ni es de diferente naturaleza nuestra alma y su alma. Asumió la misma naturaleza que quiso salvar.