OCTAVA Y ÚLTIMA JORNADA
LAS JORNADAS DE LA VIRGEN CON SAN JOSÉ DESDE NAZARET A BELÉN
Con san Enrique de Ossó
Por la señal…
Oración al Niño Dios
Señor mío Jesucristo, Verbo eterno encarnado en las purísimas entrañas de la Virgen María, el amor que me tienes te ha hecho descender del seno del eterno Padre al seno de una Virgen, del seno de una Virgen a un pesebre, de un pesebre a una cruz, y de una cruz al sepulcro, para subirte otra vez al cielo. Ruégote por este tu infinito amor me perdones todos mis pecados que detesto con toda mi alma, y vengas a morar en mi pecho y reclinar tu cabeza y descansar en él. No repares, divino Niño, que mi pecho haya sido cueva de basiliscos, pues he pecado; sino mira a los deseos de mi corazón y a las lágrimas de mis ojos, que te aclaman por su salvador y pretenden consolarte y acompañarte en estas jornadas de dolor, para merecer que Tú me acompañes con tu gracia en las jornadas de este miserable destierro hasta llegar a la última jornada de la gloria. Amén.
Oración a la Virgen Santísima
Virgen María, que estando encinta emprendéis con vuestro castísimo esposo san José las jornadas de Nazaret a Belén con suma pobreza y en el rigor del invierno, por cumplir con el mandato del César; os ruego, Madre clemente, admitáis mi ruin compañía, pues me ofrezco a acompañaros como criado, siervo y esclavo vuestro en tan penoso viaje. Mandad y disponed de mí y de todas mis cosas como cosa y posesión vuestra, porque mi mayor gusto y mi más constante anhelo es vivir y morir en vuestro servicio, ser vuestro paje y esclavo con mi padre y señor san José. Amén.
Oración a san José
Pacientísimo san José, esposo, ayuda y consolador de la Virgen María, reina de los cielos y Madre de Dios, en todos sus grandes trabajos, y muy especialmente en estas ocho jornadas; ruégoos humilde me concedáis piadoso el asociarme a vuestra compañía para regalar con vos a vuestra santísima esposa y Madre mía María. Mirad en qué puedo seros útil con mis servicios, pobres y cortos; pero no lo es el corazón, que desearía daros albergue en él por suplir el desamor y desvío de los hombres. Mandad, que vuestro siervo escucha… Tan solo os pido me alcancéis de Jesús y María el que sea feliz mi jornada del tiempo a la eternidad, y goce, por fin, de su compañía en la gloria. Amén.
Se lee el texto de cada día.
OCTAVA Y ÚLTIMA JORNADA
De Jerusalén a Belén
Composición de lugar. Contempla a María, tierna y delicada Virgen de diez y seis años, encinta del Hijo de Dios, montada sobre un jumentillo acompañada de san José, que le sirve de paje y guía, en lo más frío del invierno. Mira el camino, unas veces llano, otras montañoso, pero siempre escabroso y pesado por las nieves, lluvias, frío y viento. Contempla a san José cargado con el fardito de ropa del divino Infante, consolando a María y guiando el jumentillo del diestro por los pasos más seguros y veredas más suaves.
MEDITACIÓN
Contempla, alma mía, a los santos peregrinos María y José en su última jornada de Jerusalén a Belén. ¡Cuán gozosos estarían viendo el término de su trabajoso y largo viaje! Mas ¡qué dolor y desengaño! Llegaron a las cuatro de la tarde a Belén, y san José buscó posada entre sus deudos y parientes conocidos, ¡mas no la halló! Buscola en los mesones, y tampoco la hubo para ellos. Para ellos, no había lugar en el mesón, dice el santo Evangelio… Pondera el dolor de san José en este paso, al verse así despreciado de aquellos en los que él más podía confiar. Este es el mundo que no conoce a Dios, que para todos tiene lugar menos para Él… Mira al santo patriarca atribulado en extremo al ver a María próxima al parto, sin tener en día tan frío un rincón donde pasar la noche. ¡Qué dolor! Míralos por fin, después de haber recorrido el Santo todos los mesones y casas, míralos salir, a las nueve de la noche, tristes y desamparados, a buscar entre los animales la piadosa acogida que los hombres les niegan… Contempla a los sagrados peregrinos entrando en la cueva próxima al portal de Belén, albergue de brutos… Observa cómo san José la barre y asea, desata el lío de la ropa con la que cubre el pesebre, enciende lumbre, comen un bocado y se retiran a un rincón de la cueva a descansar y orar. Llegada la media noche, María se hinca de rodillas, pone las manos sobre su pecho, levanta los ojos al cielo, y embargada en un éxtasis de amor, da a luz al Hijo Unigénito del Padre eterno y suyo, Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero… Le adora, le recibe en sus brazos con humilde y profundísima reverencia, le envuelve en pobres pañales y le recuesta en un pesebre… Contempla a san José cómo lleno de gozo acude a adorar al Niño Dios recién nacido, y le estrecha contra su corazón… Contempla cómo los ángeles, los pastores y hasta los animales le reconocen y adoran por su Dios, y cantan: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra a los hombres paz!...” Entra tú también en la cueva y adora a Dios hecho Niño por tu amor. Hoy todo es gozo y alegría y cumplida satisfacción; hasta los cielos manan miel en este día al ver a Dios Niño, al León de Judá hecho manso cordero. Ama, alma mía, al Niño hermosísimo de Belén, adórale y no te apartes de su pesebre, que te hará mucho bien.
Coloquios y súplicas
Bienvenido, bienvenido, Niño Jesús, niño mío de mi corazón; bienvenido a nuestra tierra, Dios mío de mi corazón. Hosanna en las alturas, y a los hombres paz. Yo te alabo y te bendigo por tanta dignación. ¡Oh María y José! Recibid mi más cordial parabién, por la dicha que os embarga en la cueva de Belén al ver al Hijo de Dios recién nacido. Sí, parabienes a Ti, oh María Madre de Dios, porque nos diste al Hijo de Dios hecho hombre, sin detrimento de tu virginal entereza, para nuestra salud. Por aquel gozo inmenso que inundó tu alma purísima al ver nacido a Dios hijo de tus entrañas, te pido me des conocimiento y amor perfectos de la Bondad infinita, que me abrasen, consuman y derritan en su amor. Parabienes sin fin a vos, patriarca excelso y señor mío san José, por haber sido el primer adorador del Niño Dios y por haberle estrechado en vuestros brazos en aquella dichosa noche, o mejor dicho, claro día, en que amaneció el Sol de justicia eterna para alumbrar a los que estábamos sentados en las tinieblas y sombras de la muerte. Pídoos me alcancéis de Jesús y María, que no saben ni pueden negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir de amor divino como vos, y después de celebrar con gozo su nacimiento temporal, celebre su pascua eterna en la gloria con Jesús, José y María, dulcísimo imán y suavísimos amores del alma mía. Amén. Jesús, María y José.
Obsequio. Comulga en este día, oye Misa y reza el santísimo Rosario, en obsequio del Nacimiento del Hijo de Dios.
Jaculatoria. Jesús, José y María, os ofrezco por morada eterna el corazón y el alma mía.
Se termina con la siguiente oración:
FELICITACIÓN
AL NIÑO JESÚS RECIÉN NACIDO
Yo os felicito y doy la enhorabuena y os doy gracias infinitas, oh mi Niño Jesús, por haber venido al mundo a salvarnos del cautiverio del pecado, y a restablecer la paz entre Dios y los hombres. Yo os felicito, porque descendéis del cielo a un pesebre para abrirnos las puertas del cielo, cerradas por la culpa. Yo os felicito, alabo, honro y os glorifico, porque bajáis del cielo a la tierra, como buen Pastor, para guiarnos, ovejas descarriadas, a vuestro celestial aprisco. Yo os amo y os adoro, Niño Jesús mío, con todo mi corazón, y os doy cuanto tengo y valgo. ¿Qué más queréis de mí? ¡Oh! Yo sí quiero de vos, Niño adorado, que me deis como rico aguinaldo en vuestras Pascuas de Navidad una centella de aquel divino fuego que habéis venido a meter en la tierra, ya que no deseáis otra cosa sino que arda en vuestro amor.
¡Oh fuego que siempre ardes, abrásame!
¡Oh brasa de amor divino, enciéndeme!
¡Oh incendio e infierno de amor divino, consúmeme y mándame ir a Ti, vivir por Ti, suspirar por Ti y morir de amor por Ti! Amén, Jesús.
***
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Ave María Purísima, sin pecado concebida.