LLAMADOS AL MARTIRIO. Homilía
San Apolinar, obispo y mártir.
Conmemoración mensual del Padre Pio. Julio 2019
Se
celebra en este día, la fiesta en honor a San Apolinar, obispo. Son poco los datos que conocemos de su vida,
pero hay tres rasgos que hicieron de él uno de los mártires más venerados en
los primeros siglos:
En
primer lugar, su vinculación a San Pedro, apóstol, del que recibió la
ordenación episcopal y la misión de apacentar la Iglesia de Ravena, en el
noroeste de Italia, que nos recuerda la necesidad de estar siempre vinculados a
la Iglesia, a sus pastores, a la Tradición recibida.
En
segundo lugar, su celo apostólico y evangelizador que brota del conocimiento del
amor de Jesucristo y que lleva a anunciarlo a los otros. Como San Pablo, cada
uno de los cristianos tendríamos que exclamar: Ay de mí, si no predico el
evangelio.
En
tercer lugar, el martirio que se convierte en el mejor testimonio, en su más
elocuente discurso, no ya con palabras, sino derramando su sangre y entregando
su vida por la fe.
Hoy
la Iglesia celebra su martirio dando gracias a Dios porque en los mártires
contemplamos la fuerza de la gracia y el poder de Dios.
¿Quién
es, si no Dios, el que les concede a los mártires el ardor de la fe que incluso
hace relegar el altísimo don de la propia vida, sabiendo que recibirán la vida
eterna de las manos de Dios?
¿Quién
es, si no Dios, el que les concede a los mártires la firmeza y la perseverancia en medio de las
tribulaciones y sufrimientos, y renunciar a los chantajes y seducciones de los
torturadores?
¿Quién
es, si no Dios, el que concede a los mártires la victoria en el combate,
saliendo vencedores ante la muerte, venciendo la muerte con su propia muerte
como Nuestro Señor Jesucristo?
“A
ti, oh Dios te alabamos, con el coro de los mártires” y con la Iglesia en este
día te pedimos el perdón de nuestros pecados por intercesión de san Apolinar.
Queridos
hermanos:
Como
cada 23 de mes, acudimos a la intercesión de nuestro querido Padre Pío de
Pietrelcina. Venimos para rendir nuestra acción de gracias por sus favores,
pero también cargados con nuevas intenciones y peticiones y las de aquellos a
quienes amamos suplicando nuevas gracias.
Padre
Pío no fue mártir en el sentido estricto de la palabra; pero es necesario
recordar que todo cristiano está llamado en esencia a vivir una vida martirial,
ofreciéndose a imagen de nuestra cabeza, Jesucristo, “completando en nuestro
cuerpo lo que falta a la Pasión del Señor.”
No
todos estamos llamados al martirio de sangre, pero hay otro martirio que santa
Teresa del Niño Jesús llamaba martirio a “alfilerazos” que es la aceptación de
las persecuciones, cruces y sufrimientos de cada día por amor de Dios. El Papa Juan
Pablo II recordaba a toda la Iglesia: “Si el martirio es el testimonio
culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe
no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar
dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios”(VS
93).
Padre
Pío no fue mártir pero, en cambio, llevó en su sagrado cuerpo, las marcas de
una pasión dolorosa. Durante 50 años, su cuerpo estuvo marcado con las heridas
del Redentor. Llagas santas que nos provocan admiración y asombro, pero que
para el Padre Pío fueron causa de un sufrimiento corporal y espiritual muy
grande. Él mismo escribía: “¿Quién llegará a comprender el martirio que sufría
en mi interior? El solo recuerdo de aquellas luchas íntimas me congela la
sangre en las venas. Escuchaba la voz que me llamaba a obedecerte, Dios mío,
pero tus enemigos me tiranizaban, me dislocaban los huesos y me retorcían las
entrañas...”
Sufrimiento
interior y exterior en su cuerpo por los estigmas, al que hay que añadir toda
la persecución que recibió por parte de las autoridades eclesiásticas de su
tiempo y de su propia orden, que provocaron un gran sufrimiento.
P.
Pío no rechazó ni huyo ante la prueba, ante la cruz y el dolor. Se unió más
fuertemente a Jesucristo por le fe y el amor, comprendió que Cristo sufría por él
y en él. Ahí encontró su fuerza, su consuelo y su victoria. Dios le concedió el
ardor de la fe, la perseverancia y la firmeza en el “martirio” cotidiano.
A
una de sus hijas espirituales que estaba pasando por unas pruebas interiores -pruebas que el mismo llama el “martirio de tu
alma”, le dice: “Si sufres aceptando con resignación su voluntad, tú no le
ofendes sino que le amas. Y tu corazón
quedará muy confortado si piensas que en la hora del dolor Jesús mismo sufre en
ti y por ti. Él no te abandonó cuando
huiste de él; ¿por qué te va a abandonar
ahora que, en el martirio que sufre tu alma, le das pruebas de amor?
Queridos
hermanos: cuando llega la prueba, hay una tentación que puede acecharnos:
enfadarnos con Dios, renegar de él, huir. Como P. Pío, como san Apolinar, como
tantos mártires y santos, hemos de escuchar la voz de Cristo que nos dice: “El
que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame.”
Si
no huimos, sino que buscamos nuestra fortaleza en la cruz de Cristo, oiremos
aquellas palabras que el Señor dirige a sus apóstoles en el Evangelio de hoy: "Vosotros
sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte,
dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que
comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a
las doce tribus de Israel."
La
santa misa es ese banquete donde al mismo tiempo que nos ofrecemos junto con
Cristo en el martirio de nuestra vida, recibimos su Sagrado Cuerpo que es el
pan de los fuertes y la bebida de su sangre que es la fortaleza de los
mártires.
Que
por intercesión de san Apolinar y san Pio de Pietrelcina comprendamos estas
verdades y, suframos aceptando su voluntad, como acto de amor a Dios. Que así
sea.