MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO SÉPTIMO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Que la santidad no consiste en el hábito, sino en las obras
Asegura Jesucristo en el evangelio de este día que muchos se visten con piel de oveja, ocultando así su condición de lobos rapaces (1). Esto ocurre a veces en las comunidades más santas; por lo cual dice el con cilio de Trento que " el hábito no hace al monje ".
El hábito religioso, sencillo y basto, presta cierto aire de piedad y modestia que edifica al mundo, e impone a quienes lo llevan un mínimo de gravedad exterior. Es hábito santo, como señal visible del compromiso con traído por quienes lo visten de llevar vida santa. Mas, si es cierto que el hábito debe recordarles de continuo esa obligación; lo es también que, de por sí, no santifica y que, con demasiada frecuencia, sirve para cubrir graves defectos.
Sondead vuestros corazones para inquirir, si, al despojaros de las libreas del siglo, os desnudasteis también de todas sus falsas máximas; si, al revestir el hábito nuevo, os habéis renovado en el espíritu (2), y si habéis renunciado enteramente a las costumbres mundanas; ya que tanto la vida como el hábito, han de ser en vosotros diferentes en absoluto de los del siglo.
Prosigue el evangelio diciendo que no ha de mirarse tanto al hábito que se lleva, cuanto a los frutos que se producen: Por sus frutos, dice, los conoceréis. Dos clases de frutos tenéis que dar vosotros:
Frutos de gracia en vuestras personas; estos consisten en la santidad de las acciones. Vistiendo habito entera mente diverso del llevado en el mundo, debéis, en consecuencia, ser hombres nuevos, creados en justicia y santidad (3), según dice san Pablo. Todo en vosotros, lo interior y lo exterior, debe trascender la santidad a que os obliga vuestra profesión.
El exterior debe ser santo en vosotros, porque ha de ser edificante: tan recogidos, modestos y recatados debéis mostraros, que parezca transparentarse Dios en vosotros, y que le tenéis a El en cuenta cuando obráis. Vuestras acciones han de ser santas como hechas por motivos santos, con la mira puesta en Dios y conformes con las Reglas que os están prescritas, las cuales constituyen los medios apropiados a vuestra santificación.
Tales son los frutos que debéis producir en el estado en que Dios os ha puesto.
Pero tenéis que dar otros frutos, en relación con los niños por cuya instrucción estáis obligados a velar.
Es deber vuestro ensenarles la religión y, si no la conocen por ignorancia vosotros, o por vuestra negligencia en instruirlos; sois falsos profetas que, encargados de darles a conocer quien es Dios, los dejáis, por vuestro descuido, en tal estado de ignorancia, que puede acarrearles la condenación.
Debéis inspirarles horror al vicio y a cuanto les pueda inducir a llevar vida desarreglada. Y con todo, quizá no os inquieta el que frecuenten malas compañías, se entreguen al juego o pasen la mayor parte del día en la disipación y el desorden. Si tal hacéis, sois para ellos " falsos profetas, que producís frutos malos "
Tenéis que inculcarles la piedad, infundirles amor a la oración, asiduidad al templo y a los ejercicios devotos. Si son, pues, inmodestos en la iglesia, no guardando ningún recato en ella, no elevando a Dios sus preces o haciéndolo sin devoción; se descubrirá en su modo de proceder que también vosotros estáis faltos de piedad y que, " no llevando buenos frutos ", mal podréis conseguir que los produzcan los demás.