Homilía. CORPUS CHRISTI 2019
Iglesia del Salvador
Queridos
hermanos:
Al
comienzo del Triduo Pascual, el Jueves Santo, la Iglesia conmemora la Institución
de la Santísima Eucaristía. Nos introduce en el Misterio de la Pasión y Muerte
de Nuestro Señor, de su entrega en oblación perfecta al Padre por la salvación
del género humano. El tono trágico de la liturgia de ese día, con la amargura
de la agonía en Getsemaní y la sombra de la traición de Judas, la Iglesia
reprime el deseo de exaltar debidamente el Augusto Sacramento, y exhala silenciosa
su adoración ante el Monumento.
HOC
FACITE IN MEAM COMMEMORATIONEM… al instituir la Santa Misa, Nuestro Señor
Jesucristo ordenó a los apóstoles perpetuar el Sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre a lo largo de los siglos. Por eso el sacrificio de la misa es
actualización del mismo y único sacrificio del Calvario, que se renueva sobre
el ara del altar cada vez que un sacerdote sube las gradas y actuando “in
persona Christi” eleva al Padre la Hostia Pura, Inmaculada y Santa, bajo la
acción del Espíritu Santo.
En
la Santísima Eucaristía, admirable singo divino, permanece para siempre el
memorial de la pasión de Jesús, de su entrega siempre actual, siempre nueva por
nosotros. En la Eucaristía contemplamos el Corazón de Cristo que nunca, nunca
se cansa de amar, y por tanto, de ofrecerse, de darse a cada uno de nosotros.
Bajo las especies sacramentales del pan y del vino, se oculta Jesucristo el
Hijo de Dios: el que se encarnó en el seno virginal de María Santísima, el que
siendo recién nacido tuvo que padecer el trance de huir a Egipto con sus
padres, el que fue bautizado por Juan en el Jordán, el que recorrió Palestina
haciendo el bien, sanando a los enfermos, liberando a los poseídos por el
diablo, enseñando incansablemente el Evangelio del Reino. El mismo Jesús que se
transfiguró ante los apóstoles en el Tabor, que lloró ante la tumba de su amigo
Lázaro, que entró triunfante en la Ciudad Santa de Jerusalén, aceptó confiado
las amarguras de la pasión, murió colgado del madero sobre el Gólgota y al
tercer día resucitó. Es el mismo Jesús.
En
la colecta de la Misa hemos pedido celebremos de tal manera estos “Sagrados
Misterios que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de la
Redención”. Es decir, que nuestra
participación en la Santa Misa ha de ser cada vez más activa, consciente y
fructuosa. Estamos llamados a una vivencia íntima, ardiente, gozosa y vibrante
de la Sagrada Liturgia, a que se de en nosotros un constante anhelo de asistir
a la Santa Misa, con el fervor de los santos que eran incapaces de resistir si
participar diariamente en ella, a suscitar en nosotros mismos el deseo de
conocer cada vez más y más este Profundo Misterio de Amor que nos capacite para
fomentar eficazmente entre los que nos rodean la búsqueda de Dios, de un Dios
que se ha querido quedar con nosotros para siempre escondido en el Sacramento
del Altar. Experimentar el fruto de la redención es gustar anticipadamente la
dulzura y la alegría de ser felices para siempre junto a Dios. Nuestro Señor
Jesucristo lo dice con claridad hoy en el Santo Evangelio: No sucederá como a nuestros padres, que comieron el maná, y murieron.
Quien coma este pan, vivirá eternamente.
Al
componer esta Santa Misa con buen criterio seleccionó Santo Tomás de Aquino los
textos sagrados. Tiene pleno sentido el salmo 80 de donde se toma el introito
de hoy, para recordarnos a Dios que nos alimentó con flor de harina y nos sació
con miel de la Roca. Dios se ha querido quedar como alimento, “panis viatorum”,
sustento de los caminantes, de todos aquellos que bajo el signo de la Cruz
avanzamos hasta alcanzar la Patria celeste. Este alimento saludable, este
manjar divino que Dios nos da de balde, hasta saciarnos, también exige de
nosotros una disposición, una actitud, un estado interior. Jesús lo pondrá de
manifiesto en la parábola del banquete de bodas, donde un comensal es expulsado
por no presentarse con la vestidura
adecuada, la vestidura de la gracia y la inocencia bautismal, signo externo de
la pureza interior del alma.
En
este mismo sentido, amonesta el apóstol San Pablo a los Corintios invitándolos
a examinarse seriamente antes de acercarse al banquete sagrado.
Queridos
hermanos, no es una novedad que el hombre de nuestro tiempo atraviesa una
profunda crisis de fe, de valores, de principios. Es víctima de un sistema
ideológico que pervierte el sentido de la vida, reduciéndolo todo a un mero
goce terrenal, anclado en el consumismo y el materialismo, y oscureciendo el
destino eterno del hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de un Dios,
que es origen y meta de todo lo que existe.
Pues,
esta terrible crisis espiritual e identitaria se acentúa tristemente en el seno
de la propia Iglesia: es escandalosamente público y notorio la desvergüenza en
el proceder y el vestir en el lugar sagrado, incluso al acercarse a los santos
sacramentos, por tanto, si somos descuidados en lo externo, que es lo más fácil
de arreglar y disponer, ¿Qué podemos decir de lo interno? como estarán las
almas, tan abandonadas de cuidados, de ejercicio de las virtudes, de propósitos
de ser santos, alejados de vivir una vida marcada por el deseo de cumplir la
voluntad de Dios manifestada en los mandamientos??
De
nada sirve hacer una reflexión fatalista, una de las actitudes de las almas
fervientemente eucarísticas es la de reparar, reparar a Jesucristo
Sacramentado, por las propias ofensas y por las de tantos y tantos que,
indiferentes, ofenden constantemente a Dios nuestro Señor. Los santos
pastorcitos de Fátima, y la Hermana Lucía, aprendieron con el ángel a reparar
postrados ante el Santísimo Sacramento en la visión de Loca do Cabeço, por los
que no aman, no adoran, no esperan y no os aman.
La
larga historia de la Iglesia deja patente como en los momentos de crisis, el
Espíritu Santo que la asiste y defiende, nos ofrece la respuesta divina
suscitando almas fieles y generosas que iluminadas por la luz sobrenatural se
abandonan enteramente en el Divino servicio.
Fue
el caso de Santa Juliana de Monte Cornillón, una monja de clausura, que en
tiempos de controversias eucarísticas, de dudas de fe, se convirtió en la
primera impulsora de la fiesta del Santísimo Sacramento. No solamente empleó
toda su energía en introducir esta fiesta en el calendario litúrgico, sino que
tuvo la osadía de vencer las múltiples dificultades y obstáculos que encontró
en la jerarquía, con el ejemplo de su virtud y de su piedad.
Queridos
hermanos, seamos almas fervorosas y eucarísticas, amemos y hagamos amar a
Jesucristo Sacramentado. Participemos en la Santa Misa, comulguemos dignamente
su sagrado Cuerpo, visitémoslo y adorémoslo oculto en el Sagrario,
acompañémoslo en la procesión eucarística expresando nuestro deseo de seguir
sus huellas, e imitémoslo dando nuestra vida como Él la dio, siendo Cuerpo
entregado y Sangre derramada.