MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DE PASIÓN
San Juan Bautista de la Salle
Sobre las disposiciones con que deben escucharse y recibirse las palabras de los Superiores
Con mucha razón se queja hoy de los judíos en el evangelio Jesucristo, porque " no creían sus palabras, aun cuando Él no les hubiese dicho más que la verdad, ni les hablase sino como su Padre se lo había enseñado; pues ello era indicio de que no le reconocían por el Hijo de Dios " (1).
Puede dirigirse, a veces, el mismo reproche a ciertos religiosos que carecen de confianza en sus superiores, por no mirarlos como lugartenientes de Dios para con ellos; de donde resulta que no se aprovechan de sus avisos ni cumplen con fidelidad lo que les mandan.
Para poner remedio a este vicio, que puede acarrear gravísimas consecuencias, es necesario que, cuantos viven sujetos al gobierno de algún superior, crean las palabras de éste como si fueran palabras de Dios. Es Jesucristo quien se lo exige en el santo Evangelio cuando, en la persona de los Apóstoles, dice a todos los que tienen a su cargo otras personas: Quien os escucha, me escucha (2).
¡Cuán persuadido debe estarse de que el superior es ministro de Jesucristo; que Dios está en él y habla por su boca, y que sus palabras son la verdad misma que ha aprendido de Dios!
¿No es cierto que, si os hubierais hallado siempre en tal disposición, habríais dado sencillamente fe a cuanto os han dicho los superiores, y no habríais dudado nunca ni un instante en seguir sus consejos y mandatos? Confesad que, si habéis incurrido en faltas para con ellos, ha sido sólo por no reconocer a Dios en su persona; ni en sus palabras, las palabras de Dios.
Las personas religiosas no han de creer tan sólo las palabras de sus superiores; deben, además, escucharlas con humildad y respeto, y en disposición análoga a como escuchan los hijos bien criados las palabras de sus padres. Si no, merecerán la reconvención que Jesucristo dirige hoy a los judíos, en el evangelio, cuando les dice: " Si no escucháis las palabras de Dios es porque no sois nacidos de Dios "; pues, añade: Quien es nacido de Dios, escucha las palabras de Dios (3).
Aquellos, pues, que tienen en sí el espíritu de Dios, escucharán gustosos las palabras de su superior, porque reconocerán en el lenguaje de éste el de Dios; vivirán convencidos de que la verdad de Dios está en él y de que no habla de propio movimiento, sino impulsado por el espíritu de Dios, a quien deben escuchar en él, según lo afirma Jesucristo nuestro Señor.
¿Escucháis así a vuestros superiores? ¿No pasáis, a veces, por el tamiz de vuestro examen lo que os dicen? ¿No dais oídos a pensamientos contrarios a lo que os aconsejan o mandan?
Si tal hacéis, ofendéis a Dios en sus personas.
Tenéis también obligación de llevar a la práctica dócilmente los consejos y mandatos de vuestros superiores: pues, así como dice san Juan que " la prueba de que conocemos a Dios es si guardamos sus mandamientos " (4); asimismo, la señal más segura que podéis tener de que consideráis como superior vuestro al que os manda, es ejecutar con prontitud y fidelidad, no solamente lo que os ordena, sino también cuanto os diga, aun cuando se limite a daros meros avisos.
Y como, según añade san Juan, quien dice que conoce a Dios y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él (5); de igual modo quien no cumple lo que le dice el superior, manifiesta con su proceder que, aun afirmando que quien le habla es efectivamente superior suyo, no le reconoce por tal; pues lo que da a conocer que está unido con él en calidad de súbdito y como dependiente de él, es la ejecución de cuanto su superior le indica; ni más ni menos que, según el santo Apóstol, lo que da a conocer que somos de Dios es el guardar su palabra (6).
Juzgad por aquí cómo debéis proceder en relación con cuanto os dicen los superiores.
Puede dirigirse, a veces, el mismo reproche a ciertos religiosos que carecen de confianza en sus superiores, por no mirarlos como lugartenientes de Dios para con ellos; de donde resulta que no se aprovechan de sus avisos ni cumplen con fidelidad lo que les mandan.
Para poner remedio a este vicio, que puede acarrear gravísimas consecuencias, es necesario que, cuantos viven sujetos al gobierno de algún superior, crean las palabras de éste como si fueran palabras de Dios. Es Jesucristo quien se lo exige en el santo Evangelio cuando, en la persona de los Apóstoles, dice a todos los que tienen a su cargo otras personas: Quien os escucha, me escucha (2).
¡Cuán persuadido debe estarse de que el superior es ministro de Jesucristo; que Dios está en él y habla por su boca, y que sus palabras son la verdad misma que ha aprendido de Dios!
¿No es cierto que, si os hubierais hallado siempre en tal disposición, habríais dado sencillamente fe a cuanto os han dicho los superiores, y no habríais dudado nunca ni un instante en seguir sus consejos y mandatos? Confesad que, si habéis incurrido en faltas para con ellos, ha sido sólo por no reconocer a Dios en su persona; ni en sus palabras, las palabras de Dios.
Las personas religiosas no han de creer tan sólo las palabras de sus superiores; deben, además, escucharlas con humildad y respeto, y en disposición análoga a como escuchan los hijos bien criados las palabras de sus padres. Si no, merecerán la reconvención que Jesucristo dirige hoy a los judíos, en el evangelio, cuando les dice: " Si no escucháis las palabras de Dios es porque no sois nacidos de Dios "; pues, añade: Quien es nacido de Dios, escucha las palabras de Dios (3).
Aquellos, pues, que tienen en sí el espíritu de Dios, escucharán gustosos las palabras de su superior, porque reconocerán en el lenguaje de éste el de Dios; vivirán convencidos de que la verdad de Dios está en él y de que no habla de propio movimiento, sino impulsado por el espíritu de Dios, a quien deben escuchar en él, según lo afirma Jesucristo nuestro Señor.
¿Escucháis así a vuestros superiores? ¿No pasáis, a veces, por el tamiz de vuestro examen lo que os dicen? ¿No dais oídos a pensamientos contrarios a lo que os aconsejan o mandan?
Si tal hacéis, ofendéis a Dios en sus personas.
Tenéis también obligación de llevar a la práctica dócilmente los consejos y mandatos de vuestros superiores: pues, así como dice san Juan que " la prueba de que conocemos a Dios es si guardamos sus mandamientos " (4); asimismo, la señal más segura que podéis tener de que consideráis como superior vuestro al que os manda, es ejecutar con prontitud y fidelidad, no solamente lo que os ordena, sino también cuanto os diga, aun cuando se limite a daros meros avisos.
Y como, según añade san Juan, quien dice que conoce a Dios y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él (5); de igual modo quien no cumple lo que le dice el superior, manifiesta con su proceder que, aun afirmando que quien le habla es efectivamente superior suyo, no le reconoce por tal; pues lo que da a conocer que está unido con él en calidad de súbdito y como dependiente de él, es la ejecución de cuanto su superior le indica; ni más ni menos que, según el santo Apóstol, lo que da a conocer que somos de Dios es el guardar su palabra (6).
Juzgad por aquí cómo debéis proceder en relación con cuanto os dicen los superiores.