MEDITACIÓN PARA EL JUEVES SANTO
San Juan Bautista de la Salle
Sobre la institución del Sacramento de la Eucaristía.
Este santo día es día venturoso para todos los fieles. Es el día en que Jesucristo instituyó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
En él se reproduce a Sí mismo, a fin de permanecer siempre con los suyos, hacerlos partícipes de su divinidad, y convertir sus corazones y sus cuerpos en Tabernáculos vivos, dentro de los cuales pueda descansar, como en morada apacible para El, honorifica y lo más provechosa que imaginarse pueda, para quienes le reciben.
Llevó a efecto Jesucristo esta institución, en provecho de sus Apóstoles y de todos aquellos que se les asemejan en el espíritu; y con el fin de comunicarles su Espíritu, les da su Cuerpo en este augusto sacramento.
Adorad a Jesucristo mientras tal obra realiza; uníos a sus intenciones, y tomad toda la parte que os corresponde en tan santa institución.
Al instituir ese sacramento, cambió Jesucristo el pan en su Carne y el vino en su Sangre. Hoy es el día en que, con toda propiedad, se convierte Jesús en pan vivo bajado del cielo (1), para unirse con nosotros, incorporarse a nosotros y comunicarse a la pequeñez de tan ruines criaturas.
Este pan del cielo se une a nuestra alma para nutrirla con el mismo Dios y, en expresión de Tertuliano, para cebarla con la Carne de Jesucristo, que se despoja de todo el fulgor de su divinidad a fin de asumir la apariencia del pan común, apariencia que carece de toda proporción con lo que encubre; puesto que ocupa el lugar del pan su propia substancia, objeto de veneración para los ángeles y los hombres.
Admirad esta sagrada institución; haceos merecedores por vuestra vida santa de beneficiaros de ella, y rogad hoy a Jesucristo que, al venir a vosotros, destruya totalmente vuestras inclinaciones y vuestro espíritu propio; de manera que no tengáis en lo sucesivo otras inclinaciones que las suyas, ni os guiéis ya sino por su Espíritu.
El amor que Jesucristo nos profesa es lo que le sugirió el propósito de instituir este divino Sacramento, para dársenos del todo y permanecer por siempre en nuestra compañía.
No ignoraba que, inmediatamente después, padecería y moriría por nosotros; que la ofrenda de Sí mismo en la Cruz, por Él tan ansiada, se verificaría una sola vez y que, luego de subir a los cielos, no aparecería ya entre los hombres. Por eso, queriendo demostrarnos su ternura y su bondad, antes de morir dejó a los Apóstoles y, en la persona de ellos, a toda la Iglesia, su Cuerpo y su Sangre, para que los tuvieran durante todos los siglos, como preciosa garantía del tierno amor que les profesaba.
Recibid hoy esta dádiva con veneración y hacimiento de gracias. Devolved a Jesús amor por amor, en atención a tan excelso beneficio; y el amor que le tengáis, no menos que el ansia de uniros a El, despierte en vosotros deseo encendido de comulgar con frecuencia.
En él se reproduce a Sí mismo, a fin de permanecer siempre con los suyos, hacerlos partícipes de su divinidad, y convertir sus corazones y sus cuerpos en Tabernáculos vivos, dentro de los cuales pueda descansar, como en morada apacible para El, honorifica y lo más provechosa que imaginarse pueda, para quienes le reciben.
Llevó a efecto Jesucristo esta institución, en provecho de sus Apóstoles y de todos aquellos que se les asemejan en el espíritu; y con el fin de comunicarles su Espíritu, les da su Cuerpo en este augusto sacramento.
Adorad a Jesucristo mientras tal obra realiza; uníos a sus intenciones, y tomad toda la parte que os corresponde en tan santa institución.
Al instituir ese sacramento, cambió Jesucristo el pan en su Carne y el vino en su Sangre. Hoy es el día en que, con toda propiedad, se convierte Jesús en pan vivo bajado del cielo (1), para unirse con nosotros, incorporarse a nosotros y comunicarse a la pequeñez de tan ruines criaturas.
Este pan del cielo se une a nuestra alma para nutrirla con el mismo Dios y, en expresión de Tertuliano, para cebarla con la Carne de Jesucristo, que se despoja de todo el fulgor de su divinidad a fin de asumir la apariencia del pan común, apariencia que carece de toda proporción con lo que encubre; puesto que ocupa el lugar del pan su propia substancia, objeto de veneración para los ángeles y los hombres.
Admirad esta sagrada institución; haceos merecedores por vuestra vida santa de beneficiaros de ella, y rogad hoy a Jesucristo que, al venir a vosotros, destruya totalmente vuestras inclinaciones y vuestro espíritu propio; de manera que no tengáis en lo sucesivo otras inclinaciones que las suyas, ni os guiéis ya sino por su Espíritu.
El amor que Jesucristo nos profesa es lo que le sugirió el propósito de instituir este divino Sacramento, para dársenos del todo y permanecer por siempre en nuestra compañía.
No ignoraba que, inmediatamente después, padecería y moriría por nosotros; que la ofrenda de Sí mismo en la Cruz, por Él tan ansiada, se verificaría una sola vez y que, luego de subir a los cielos, no aparecería ya entre los hombres. Por eso, queriendo demostrarnos su ternura y su bondad, antes de morir dejó a los Apóstoles y, en la persona de ellos, a toda la Iglesia, su Cuerpo y su Sangre, para que los tuvieran durante todos los siglos, como preciosa garantía del tierno amor que les profesaba.
Recibid hoy esta dádiva con veneración y hacimiento de gracias. Devolved a Jesús amor por amor, en atención a tan excelso beneficio; y el amor que le tengáis, no menos que el ansia de uniros a El, despierte en vosotros deseo encendido de comulgar con frecuencia.