TODO SE NOS CONVIERTE
EN MOTIVO DE PREMIO. San Juan Crisóstomo
“Dos cosas pretende el Señor:
que confesemos nuestros pecados y que perdonemos los ajemos, y lo uno por lo
otro, porque el que piensa en las faltas propias, será indulgente con su
consiervo. Y que perdonemos no solo con los labios, sino con el corazón, para
que no afilemos contra nosotros una espada al recordar las injurias.”
Las ofensas ajenas podemos
convertirlas en bien para nosotros. “No digas nunca me llenó de injurias, me
calumnió, me colmó de males, porque cuantas más cosas de estas oigas, más
muestras los bienes que el prójimo te hace. En efecto, te dio ocasión de
conseguir el perdón de tus pecados, pues cuanto más te haya herido, tanto más
fácil te es alcanzar el perdón de tus faltas”. Nadie nos puede hacer daño, ni
el demonio pudo hacerlo a Job (Iob 2,1-10). Todo se nos convierte en motivo de
premio. Piensa un poco en lo que puedes granjearte con las molestias de tus
enemigos; “primero y principal, el perdón de los pecados; segundo, la
perseverancia y la paciencia; tercero, la mansedumbre, porque el que sabe no
airarse contra quien le ofende, sabrá mucho más ser manso con los amigos;
cuarto, vivir sin odios, un bien que no encuentra otro semejante, porque el que
lo posee claro está que se libra de aflicciones, de dolores y trabajos, no
tiene enemigos, consigue la misericordia de Dios, y aunque peque, alcanza
fácilmente la venia”.
¿Qué te ha herido mucho?
Compadécete de él… No eres tú el que ha ofendido a Dios, sino él… Acuérdate de
Cristo que cuando iba a ser crucificado se alegró de sí mismo y lloró por los
que le crucificaban… Pero es que me injurió delante de todos. Luego delante de
todos se deshonró y abrió los labios de miles de personas para que le acusen, y
de otras tantas para que a ti te alaben. Es que me calumnió. ¿Y qué? ¿Quién ha
de pedir cuentas, los que oyeron o Dios?...Tú has sido calumniado delante de
los hombres, y el acusado delante de Dios. Y si no te basta esto, acuérdate del
Señor, calumniado por satanás y por los mismos hombres a quienes tanto amaba…
Si te parece difícil imitar a Dios, vengamos a los hombres. Acuérdate de José,
que habiendo sufrido tanto de sus hermanos, los llenó de bienes (Gen. 45,
15-24); de Moisés, que rezó por los judíos, que le habían puesto tantas
asechanzas; de Pablo, tan perseguido por los mismos y que deseaba ser anatema
por ellos (Rom. 9,3); de Esteban, apedreado y rogando a Dios para que no les
tomase en cuenta aquel pecado (Act. 7,60).
Y pensando todo ello, depón la
ira para que Dios nos perdone los pecados por la gracia y la misericordia de
nuestro Señor Jesucristo, al que, con el Padre y el Espíritu Santo, sea toda la
gloria, imperio, honor, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen.”
San
Juan Crisóstomo
Transcripto por Dña.
Ana María Galvez