SER
HIJOS EN EL HIJO
REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
(n. 29)
29 El
amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo
experimenta en la unión íntima con el Padre.
El Evangelio nos transmite la conciencia
que Jesucristo, en su santa humanidad, tiene del amor del Padre y de su
filiación divina. Se sabe Hijo del Padre: “No sabías que debía estar en las
cosas de mi Padre” responde con tan solo
12 años a sus padres en el templo. Se
sabe amado por el Padre: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto” –se oye en el
Bautismo en el Jordán. “Todo lo que tiene el Padre es mío” –dirá Jesús a sus
discípulos. Se sabe salido y enviado del
Padre: “Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais, porque yo salí de Dios y vine
de Él, pues no he venido por mi propia iniciativa, sino que Él me envió.” “Yo
he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
Ante esta experiencia de su santa
humanidad, Nuestro Señor responde con el deseo de cumplir la voluntad del
Padre: “Mi deseo es hacer la voluntad del Padre.” Y “la voluntad de mi Padre es
ésta: que todo aquel que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna, y yo mismo
lo resucitaré en el día final.”
Jesús
comunica esta vida eterna en el anuncio del Reino: con sus palabras y
con sus acciones, con su enseñanza y con sus milagros. Él ofrece al hombre la
gratuidad y la misericordia del amor del Padre.
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida”. Jesús invita a sus contemporáneos a seguirlo
–invitación que se hace también a nosotros- para llegar a ser hijos en el Hijo:
es decir, a saberse amados por el Padre -“a cuantos los recibieron les dio el
poder ser hijos de Dios”- y a reproducir en sus propias vidas el estilo divino
de la gratuidad y el amor –“lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”-.