Homilía
de maitines
EPIFANÍA
DEL SEÑOR
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Homilía
de San Gregorio Magno, papa
Hermanos carísimos, como habéis oído en la
lección evangélica, cuando nació el Rey del cielo, turbóse el rey de la tierra;
porque, claro está, la grandeza terrena queda confundida cuando se manifiesta
la majestad del cielo. Mas nosotros debemos averiguar por qué, cuando nació el
Redentor, un ángel se apareció a los pastores en Judea, y uno un ángel, sino una
estrella fue la que guió a los Magos desde el Oriente para ir a adorarle. Ello
fue porque a los judíos, como se guiaban por la razón, debió darlo a conocer un
ser racional, esto es, un ángel; en cambio, los gentiles, como no sabían
valerse de la razón para conocer a Dios, son guiados no por palabras, sino por
signos. Por lo cual también San Pablo dice (1 Cor 14,22): «Las profecías no se
han dado para los infieles, sino para los fieles; en cambio, los signos o
milagros son para los infieles, no para los fieles». Y por eso a aquéllos, como
fieles, se les han dado las profecías y no se han dado a los infieles, se les
han dado los signos y no se han dado a los fieles.También es de notar que los apóstoles
predican entre los gentiles a nuestro Redentor cuando ya era de edad perfecta;
y la estrella se le muestra a los gentiles párvulo y cuando aún no se valía del
cuerpo para hablar. Sin duda porque la razón natural demandaba que al Señor,
que ya hablaba, nos le dieran a conocer los predicadores por medio de la
palabra, y que, cuando no hablaba aún, le predicaran los elementos mudos. Pero
debemos considerar cuánta dureza habría en el corazón de algunos judíos, que, a
pesar de todos los signos mostrados así al nacer como al morir el Señor, no
llegaron a reconocerle ni por el don de la profecía ni por los milagros.Todos los elementos atestiguaron que había
venido su Hacedor; pues, para hablar de ellos algo al modo humano, los cielos
conocieron que Él era Dios, puesto que en seguida enviaron la estrella; el mar
le reconoció, puesto que le ofreció su superficie de modo que pudiera pasar
sobre ella; la tierra le conoció, pues tembló cuando Él moría; el sol le
conoció pues veló sus rayos luminosos; las rocas y los muros le conocieron,
puesto que se rompieron a su muerte; el infierno le conoció, puesto que
devolvió los muertos que retenía. Y, no obstante, al Señor, a quien todos los
elementos insensibles reconocieron, los corazones de los judíos infieles
todavía no conocen en modo alguno que es Dios; y más duros que las piedras, no
quieren quebrantarse para hacer penitencia.