lunes, 11 de enero de 2016

JESUCRISTO: NO HAY OTRO NOMBRE POR EL QUE PODAMOS SER SALVADOS. REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 28)

JESUCRISTO: NO HAY OTRO NOMBRE POR EL QUE PODAMOS SER SALVADOS.
REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 28)
28 La benevolencia y la misericordia, que inspiran el actuar de Dios y ofrecen su clave de interpretación, se vuelven tan cercanas al hombre que asumen los rasgos del hombre Jesús, el Verbo hecho carne.
Nuestro Señor Jesucristo hace presente de forma única y definitiva la bondad y la misericordia del Padre que ha caracterizado su obrar con el hombre a lo largo de la historia de la salvación… Pero no solamente como un enviado para cumplir el mandato del Padre con unas obras concretas, sino que el mismo es la misma Misericordia y Bondad. Descubrir a Jesús Misericordia y Bondad es la intención a la que el Papa Francisco nos invita en este año jubilar de la Misericordia.
En Cristo, nacido de la Virgen María, tenemos el rostro de Dios y en él tenemos la respuesta a la búsqueda interior del hombre de ver a Dios: “Jesús no nos dice algo sobre Dios, no habla simplemente del Padre, sino que es revelación de Dios, porque es Dios, y nos revela de este modo el rostro de Dios” –enseñaba el Papa Benedicto XVI.
Por ello, la Iglesia y nosotros cristianos no podemos presentar otro rostro, otra imagen de Dios, que no sea la de Jesucristo, el Jesucristo histórico que nos muestran los Evangelios, con los misterios de su vida, con sus acciones, con sus palabras. Solamente él es la salvación del mundo. Jesús nos un salvador entre otros posibles, nos es un profeta entre otros posibles, nos una experiencia de los divino entre otras… Él es la plenitud y la revelación definitiva del Padre. “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos.” Hch 4, 12
La Iglesia y cada uno de nosotros hemos de saber presentar, proponer, ofrecer y sobre todo testimoniar con nuestra vida a Jesús, único Salvador de los hombres, ante aquellos que no creen, que viven alejados o que practican otras religiones.
Si realmente estamos convencidos que sólo Jesucristo es el Salvador –si lo creemos de verdad porque lo hemos experimentado-, necesariamente tenemos que ser misioneros. El mismo amor a Dios y a nuestros hermanos los hombres ha de impulsarnos a que conozcan y se dejen salvar por Jesucristo.