ORACIÓN AL PADRE PARA AMAR A LA
IGLESIA.
Beato Jorge Matulaitis-Matulewicz
Beso
la mano de Tu providencia, me entrego enteramente a tus planes. Oh Padre
Celestial, haz de mí lo que quieras. Te agrada conducirme por maravillosos
caminos, Señor. ¡He aquí tu siervo! ¡Envíame donde quieras! Me lanzo como un
niño en tus brazos, llévame. Si quieres guiarme por los caminos de las fatigas,
sufrimientos y opresiones, yo te lo agradezco mucho. Creo que andando por este
camino no me perderé fácilmente, porque éste es el camino por el cual anduvo mi
Redentor Jesucristo. Concédeme, oh Señor, que renunciando más y más a mí mismo,
pueda amarte a Ti más y más. Dame fuerza y coraje a fin de que por la
exaltación de tu nombre y por la expansión de tu Iglesia, yo no me deje doblar
por ningún impedimento y no me deje abatir nunca por las dificultades que
puedan surgir; sino que esté lleno de tu Espíritu y pueda llevarlo a todas
partes.
Es
nuestro deber ir donde podamos ganar más para Dios, donde podamos salvar más
almas, es decir, a aquellos lugares donde abunden el ateísmo, la tibieza, la
inmoralidad y la apostasía. Necesitamos penetrar dondequiera que algo pueda ser
ganado para Cristo y la Iglesia. Si una puerta se cierra, abramos otra, de manera
que pueda entrar la luz.
¡Oh,
amadísima Iglesia Santa de Dios, verdadero Reino de Cristo en la tierra! ¡Si me
olvido de ti que se me paralice la mano derecha, que se me pegue la lengua al
paladar si no te recuerdo, si no te estimo, mi amadísima Madre, más que a todas
mis alegrías! ¡Que esta exclamación sea el grito incesante de mi corazón! Si
puedo pedírtelo, concédeme Señor que en Tu Iglesia yo sea como un simple trapo
que, cuando se gasta, es lanzado a algún lugar en un rincón oscuro. Que yo sea
usado y gastado de la misma forma, con tal que un pequeño rincón de Tu Iglesia
quede limpio, con tal de que Tu Casa esté un poco más ordenada e iluminada.
Concédeme que yo sea despreciado, usado y gastado si así Tu Gloria crece y se
propaga, si así yo puedo colaborar al crecimiento de Tu Iglesia. Concédeme que
yo sea capaz de trabajar y sufrir por Ti, Tu Santa Iglesia y su Cabeza visible,
el Santo Padre.
Concédenos,
oh Señor, la gracia de vernos dominados por este pensamiento: soportar las
cargas, pruebas y tribulaciones de la Iglesia; no esperar nada de este mundo;
no buscar ni esperar ninguna ganancia personal; sino que nuestra vida se
consagre a Dios y a la Iglesia y se consuma en las cargas y tribulaciones de la
misma, sin temer a los obstáculos creados por el mundo y sus poderes, y no se
transforme en una vida necia sino en una vida que nos lleve valientemente a la
acción y a la pelea por la Iglesia dondequiera que urja la mayor necesidad, o
sea, donde la autoridad civil persiga a la Iglesia, donde la vida religiosa,
las sociedades y las instituciones eclesiales se vean obstaculizadas.
Que
temamos sólo una cosa: morir sin haber sufrido o trabajado duramente o ganado
algo para la Iglesia, la salvación de las almas y la mayor Gloria de Dios. Que
nuestros pensamientos y deseos tengan siempre esta meta: ¡Llevar a Cristo y a
Su Espíritu a todas partes y en todas las cosas, y glorificar por doquier el
nombre de la Iglesia!
Te
agradezco, oh Señor, por haberme concedido estos extraordinarios sentimientos
hacia la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. ¡Cuán dulce
es caer a sus pies y sumergirme en la oración! Impregnada por los más dulces
sentimientos, mi alma desvanece, y mi cuerpo es inundado por un temblor
maravilloso, incomprensible, inexpresable. Es como el sentimiento que tengo
cuando aprieto Tu Santa Cruz contra mi corazón.