jueves, 14 de enero de 2016

ME AMÓ Y SE ENTREGÓ POR MÍ, ME AMA Y SE ENTREGA POR MI


ME AMÓ Y SE ENTREGÓ POR MÍ, ME AMA Y SE ENTREGA POR MI
REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 30)
32 Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda: « Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud » (1 Jn 4,11-12).
El conocimiento de Jesucristo nos lleva al descubrimiento del Amor. Toda la historia de la salvación es historia de amor, toda la vida de Jesús es por amor: con razón podemos decir todo lo hizo “por nosotros y por nuestra salvación.” Pero no como algo del pasado, sino que por amor Jesucristo no da cada día de nuestra propia vida… por amor nos da las gracias y consuelos espirituales, por amor nos concede todo los bienes espirituales y materiales… por amor sigue renovando su sacrificio sobre el altar cada vez que se celebra la santa misa, por amor sigue perdonando nuestros pecados cuando acudimos a la confesión… Con razón podemos exclamar aquello de San Pablo: “Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
Este amor de Dios nos impulsa a cumplir el mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Quién conoce y ha experimentado el amor de Jesucristo, se siente necesariamente impulsado a amar; pero amar como él nos ha amado: hasta dar la propia vida… Él es la medida del amor. La pregunta para nosotros sería: ¿Yo amó? Y, si amo, ¿mi amor es como el de Jesucristo?
Solo amando es como realmente podremos vivir en Dios, ser felices, vivir en, por, para Cristo… Es amando como podremos llegar a la eternidad porque Dios es Amor; porque solo el amor es capaz de transformarnos y hacernos semejantes a él.
Benedicto XVI dirigía estas palabras a los matrimonios pero que podemos aplicarnos a nosotros mismos: El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de Dios. (...) "Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el mundo.”