SAN ILDEFONSO,
MISIONERO DE LA MISERICORDIA
Homilía de san
Ildefonso 2016
Año jubilar de
la misericordia
Queridos
hermanos:
Como cada mes nos reunimos a celebrar la
memoria del Padre Pio en esta Iglesia donde goza de una especial veneración.
Hoy lo hacemos también celebrando la solemnidad de San Ildefonso, patrono de
nuestra archidiócesis primada de España.
Ildefonso aquí nació y murió, aquí recibió el bautismo y aquí recibió los
consuelos de la gracia en el momento de su agonía, aquí en esta ciudad, se crió
y educó, y aquí ofrendó su vida al servicio de Dios en la vocación monástica,
de aquí fue elegido obispo y aquí desempeñó su misión sacerdotal enseñando al
pueblo de Dios, pastoreando a su grey, santificando a sus hermanos.
Con cuanta propiedad y acierto, la
liturgia en la epístola de hoy tomada del libro del Eclesiastés aplica a
nuestro conciudadano Ildefonso, padre, maestro y hermano nuestro en la fe el elogio
del Sumo Sacerdote Simón: “durante su
vida restauró la Casa y en sus días consolidó el Santuario. Preocupado por
preservar a su pueblo de la caída, fortificó la ciudad contra el asedio.”
San Ildefonso supo fortificar la Iglesia
para preservar a su pueblo y no sólo a
los cristianos de Toledo, no solo a los cristianos de España, sino que el
efecto de su acción llegó a muchos otros y la influencia de su vida y enseñanza
benefició a todos los de su tiempo y a muchas otras generaciones.
Y, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo fortificó la
ciudad contra el asedio? No tenía la técnica y ni los medios actuales de
nuestro tiempo que permite hacer llegar un mensaje fácilmente en un instante a
todos los lugares de mundo. Ni contaba seguramente con muchos medios materiales
para difundir el Evangelio.
Su predicación y -los escritos que
conservamos-, fueron la forma con la que Ildefonso fortificó la casa de Dios. Una
predicación que como recomienda san Pablo a Timoteo fue: “a tiempo y
destiempo”; una enseñanza en la que el santo siguió el consejo del Apóstol:
“amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción.” 2 Tm 2, 4
Porque es enseñando la Verdad y
combatiendo el error como las almas salen de las tinieblas, son iluminadas,
crecen en la virtud y en el bien, se protegen contra el ataque y se fortalecen
en el combate contra el mal. Y esto es lo que debemos esperar los fieles de
aquellos que han sido puesto al frente del pueblo de Dios, de los obispos y de
los sacerdotes: la enseñanza de la verdad, el combate del error… ¡Pobres de las
ovejas cuando los pastores ni le dan el alimento necesario ni las protegen
contra el lobo!
San Ildefonso era consciente de su
misión, y por ello rezaba así antes de exponer su enseñanza:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí,
ilumina mis ojos para que vea que
debo llegarme a ti,
asegura mis pasos hacia ti para no
desviarme del camino,
abre mi boca para que pueda hablar de
ti.
Tú que me otorgaste el querer,
el hablar tus maravillas de cualquier modo
que me sea posible.
Y, porque el amor al prójimo va unido al
amor a ti,
concédeme poner en práctica
lo que le sea provechoso
para que le instruya en su salvación
y ceda en alabanza y gloria de tu nombre.”
Todo predicador sufre tentaciones que
hacen posible que su enseñanza no fortifique a su pueblo; no voy a detenerme en
esto, pero si podemos resumir todas ellas en lo que el Apóstol san Pablo
refiere cuando avisa a Timoteo de que llegará un tiempo en que los hombres no
soportando la sana doctrina se irán detrás de “maestros conforme a sus propios deseos.” ¿Qué es lo que desea el
hombre de hoy? ¿Qué es lo que busca nuestra juventud? ¿Qué es lo respira y vive
nuestra sociedad? Al hombre de hoy se puede aplicar bien aquella definición que
San Pablo hace de sus contemporáneos: “muchos
andan como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es
su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, pues sólo piensan en las cosas
terrenales.” (Flp 3, 19)
Hemos de pedir a Dios que nos conceda
pastores santos que nos muestren el camino de la verdad y nos libren del error;
hemos de pedir por la conversión de los pastores mercenarios y de aquellos que
se pastorean así mismos y no aman sus ovejas, hemos de pedir también para que
el Señor conceda fortaleza a los que son débiles y cobardes; hemos de pedir también
por la conversión de aquellos que investidos con la gracia del Sacramento son
lobos rapaces y conducen a las almas al error y la perdición.
A esta oración por los sacerdotes nos
invita también el padre Pío. Escuchemos su consejo: “Ten gran compasión de todos los pastores, predicadores y guías de
almas. Ruega a Dios por ellos para que, salvándose a sí mismos, procuren
fructíferamente la salvación de las almas.”
Queridos hermanos: alguno llevado por la
ignorancia o dominado por la sensibilidad moderna podría pensar que este modelo
de predicador que enseña la verdad y combate el error no es el más conveniente
para nuestro tiempo, para el hombre de hoy, para atraer a los jóvenes y
aquellos que están alejados…. Se podría pensar que lo que necesita la Iglesia
hoy son un tipo de predicadores que en nombre de la misericordia, la bondad y
la comprensión acaben adulterando la fe, adaptándose a los gustos y a las
modas... Respondo con las mismas
palabras de Jesús en el Evangelio: “Vosotros
sois la sal de la tierra. Más si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya
no sirve para nada más que para ser tirada afuera.” “El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe
a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que
los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”
“Cantaré eternamente las misericordias del
Señor” – Ildefonso, el Padre Pio como tantísimo otros confesores y
predicadores de la historia de la Iglesia han cantado la misericordia del Señor
pues el Dios cristiano es el Dios de la misericordia… Ellos han sido en verdad
Misioneros de la Misercordia Divina. Pero este anuncio, este cantar la misericordia sin fin con la que Dios
trata al hombre ha de ser siempre
conforme a la verdad, como el Papa Benedicto XVI recordó en una de sus
encíclicas: “la verdad en la caridad y la caridad en la verdad”. (CV 2). En ellos, en los santos predicadores se
cumple el lema que el Santo Padre Francisco ha querido proponer para este
Jubilio “Misericordiosos como el Padre”
pues con el anuncio indeleble de la verdad supieron transmitir “la cercanía del Padre” que
perdona, fortalece, anima, habla y escucha a aquellos que acuden a él. Sirva
como ejemplo estas palabras de nuestro Padre Pio en una de sus cartas: Quiera Dios que estas pobres criaturas se
arrepintieran y volvieran de verdad a él. Con estas personas hay que ser de
entrañas maternales y tener sumo cuidado, porque Jesús nos enseña que en el
cielo hay más alegría por un pecador que se ha arrepentido que por la perseverancia
de noventa y nueve justos. Son en verdad reconfortantes estas palabras del
Redentor para tantas almas que tuvieron la desgracia de pecar y que quieren
convertirse y volver a Jesús (Epist.III, p.1082).
“Tomarse en serio el Jubileo de la
Misericordia” es el primer artículo de un Decálogo que se ha difundido en
los medios como ayuda para vivir con provecho y bien espiritual esta ocasión de
gracia que la Iglesia nos ofrece. Sírvanos esta exhortación y enseñanza del mismo San Ildefonso que él
dirige a los catecúmenos que han recibido el bautismo donde se enlaza la
firmeza de la enseñanza y la dulzura del padre, donde habla del pecado pero
también de la misericordia, donde habla del perdón gratuito pero de la
correspondencia de la conversión, alentado todo en la esperanza y la alegría
del bienaventuranza: “Deben mantenerse en
el temor del Señor, cumpliendo su voluntad amando a Dios y gozándose de él; y
porque no puede estar sin pecado, no sólo ha de precaverse de pecar, sino
también ha de esforzarse siempre por borrar sus pecados con constantes afectos
y lágrimas de penitencia hasta que la generosa misericordia de la bondad
divina, como borró su pecado original, borre también su pecado actual por su
dolor. Y así, firme en la esperanza de la bienaventuranza futura, salvando su
condición mortal, descanse en paz y resucite, renacido en todos los aspectos,
para una vida eterna en su incorrupción y en las alabanzas del Redentor.”
De cognitione baptismi.
Pidamos
a la Virgen Santísima que honró a San Ildefonso con el ornamento precioso traído
del cielo, que nos conceda por su intercesión amor a la Verdad, deseo de
recibirla y fortaleza para rechazar el error y el mal; y así, un día, en el
cielo podremos cantar para siempre las misericordias del Señor.